Historia(s) del cine norteamericano, de Hilario J. Rodríguez

Publicado el 03 febrero 2012 por José Angel Barrueco

[Refiriéndose, en particular, a Terry Zwigoff y su Bad Santa y, en general, al cine políticamente incorrecto]: Uno demuestra su objetividad, su madurez y su inteligencia cuando puede atacarlo todo y a todos sin restricciones, cuando le dan igual las mujeres, los niños y los ancianos; cuando le dan igual los musulmanes, los católicos y los judíos; cuando no le importan las Navidades, el Ramadán o la festividad de Hanuka: cuando se le puede hablar de follar, cagar y mear, y no de hacer el amor, defecar u orinar… Cuando a cada cosa la llama por su verdadero nombre y no utiliza eufemismos para referirse a ella.
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[Refiriéndose a Ladrones de risa y a la comedia en general]: El humor siempre nos pone a prueba, porque nos obliga a cuestionar la estabilidad de nuestras creencias. Para un humorista, nada es sagrado. Por eso a veces, cuando nos sentimos agredidos, rechazamos el trabajo de muchos cómicos sin intentar entenderles, acusándolos de bobos y vulgares, de irreverentes y maleducados.
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[Refiriéndose a las secuelas, precuelas, remakes, versiones libres y otros blockbusters]: Sus imágenes tienen un profundo impacto en la gente, acostumbrándola a reconocer siempre cuanto ven porque lo han visto antes en repetidas ocasiones y a rechazar cuanto no se ajuste a los mismos moldes. Puede decirse, por consiguiente, que el cine comercial es muy cómodo (…) Sea como fuere, el cine comercial es una vía de comunicación muy importante para los seres humanos. No es ni peor ni mejor que el cine de autor. Lo que diferencia al cine comercial del cine de autor es que mientras el cine de autor mantiene a los espectadores conectados intelectualmente con el mundo, descubriéndoles cosas nuevas allí donde creían conocerlo todo, el cine comercial se conforma con mantenerlos conectados emocionalmente, liberándolos durante un rato de sus responsabilidades sociales.