Easy AdSense by Unreal Porque si algo es el tour de Flandes, De Ronde Van Vlaanderen, es la carrera sagrada de los flamencos, de los flandriens, de esos corredores venidos de las cunetas de la primera mitad del siglo XX para hacer defender su paradigma de “cuanto peor, mejor”. Eso es el Tour de Flandes, y de esa forma se han ido tallando una serie de diamantes totalmente legendarios. Diamantes como el recordado Achiel Buysse, perteneciente a una fructífera saga de campeones, y que fue el primer ciclista que ganó tres veces De Ronde, con su estilo desgarbado, pesado y poco estético, pero con la fuerza desbocada de su sentimiento nacional y su infancia difícil. O como Brik Schotte, el flandrien entre los flandrien, el hombre cuya estatua preside todos los años el Tour de Flandes en homenaje a las veinte ediciones consecutivas que disputó, con siete pódiums y dos victorias. O Rik Van Looy, que también dejó su sello en De Ronde antes de lanzarse a la conquista de los cinco monumentos. El gran MaertensO como los flandriens más modernos, aquellos que en los años setenta se peleaban con Merckx, patillas grandes y actitudes arrogantes. Los hermanos De Vlaeminck, que podían circular a gran velocidad por un raíl de tranvía, tal era su dominio de la bici. O ese talento perdido que fue Maertens. O el corajudo y eficiente Godefroot, el más respetado rival de Merckx en clásicas. O el desafortunado Monsere, con la vida truncada cuando apuntaba a leyenda.
Easy AdSense by Unreal O los más actuales, las dos últimas joyas de la corona, dos tipos que nada tienen que ver entre sí. El silencioso y voluntarioso Museeuw, todo fuerza sobre la bicicleta, todo determinación, el último flandrien a la vieja usanza. O el espectacular Boonen, el mejor palmarés de todos los tiempos en clásicas de piedras, el hombre moderno, atractivo, glamouroso. El nuevo flandrien, amado y odiado por una afición que le recoge con los brazos abiertos pero desconfía de su aspecto tan poco apegado a la tradición. Van Looy, fortaleza flamencaUna tradición que también han podido disfrutar algunos extranjeros. Porque en Flandes se ha adoptado a ciertos campeones venidos de lejos como propios. Como se adoptó al corajudo Magni, con su maillot de nívea y sus tres victorias bajo el frío y la nieve, el fascista Magni, el polémico Magni. Como se adoptó a Jan Raas, del otro lado de la frontera, ciclista duro, o a Gianni Bugno, todo elegancia y porte que supo triunfar en esta clásica con poderío por encima del héroe local Museeuw. Como se ha adoptado más recientemente a Fabian Cancellara, el flandrien que llegó de Suiza para protagonizar duelos de leyenda con Boonen, el flandrien menos flandrien. O como se adoptó, en suma, a Sean Kelly, el más flamenco de los corredores no nacidos en Flandes, el hombre que vivía en Gand, que amaba las clásicas, las piedras, el barro. El mayor palmarés en monumentos detrás de Eddy Merckx. El hombre que nunca pudo ganar en Flandes pese a ser siempre favorito. El preferido de la afición belga incluso por encima de algunos belgas.