Historiografía argentina: El proyecto de Ricardo Rojas

Por Julianotal @mundopario

El proyecto de Ricardo Rojas

En torno al Centenario de la fecha patria, la elite o clase dominante se encontraba frente a grandes desafíos que venían arrastrándose desde las postrimerías del siglo XIX. El balance general era dentro de todo positivo: la Argentina estaba posicionada orgullosamente como “Granero del mundo”, y la ciudad capital cada vez más representaba sus semejanzas con sus homónimas europeas. No obstante, frente a la conformidad de poblar el desierto, la nación se encontraba con una masiva cantidad de inmigrantes oriundos del mediterráneo, a diferencia de lo que pretendían los fundadores del proyecto constitucional que soñaban ver nuestras tierras pobladas por la raza sajona que vierta su civilización superior. El desafío del siglo XX era entonces como hacer argentinos frente a tantas colectividades foráneas que decididamente, poco interés tenían en abandonar su lengua y costumbres.
Ricardo Rojas formó parte de una intelectualidad preocupada por el asunto extranjero. Como señala Svampa, tanto nacionalistas como positivas veían sumamente indispensable transformar y darle importancia a la escuela como principal responsable en formar ciudadanos (1), que asimilen la historia nacional como su historia, festejar las celebraciones patrias y sentir fidelidad hacia los símbolos patrios. Evidentemente el desafío era que la escuela pueda contrarrestar la transmisión de una cultura extranjera suministrada por la familia. Para ello, era necesario un serio avance a la hora de revisar los contenidos escolares, darle prioridad a la historia nacional, transmitir la riqueza y las maravillas que posee, a partir de su diversidad, el suelo argentino con la geografía, etc.
La Restauración Nacionalista (1909) es el resultado de un Informe del que había sido encargado al observar el sistema educativo europeo (2). A partir de esa experiencia, Rojas percibe la incompetencia de la educación nacional a la hora de difundir una tradición histórica como la que invocaba otro notable intelectual de la época como Joaquín V. González. Su informa brinda una señal de alarma y ofrece una serie de reformas educativas. Se posiciona en un claro antipositivismo, y en cierta medida, responsabiliza al positivismo el abandono hacia la espiritualidad, una mística nacional, por un creciente materialismo que subvierte la moral y costumbres argentinas. Encuentra al sistema educativo con muchas deficiencias a partir de esa orientación, sumado a la entrega y difusión de material e ideas importadas que sólo profundizan la problemática.
“Con la inestabilidad de los planes y un profesorado de afición, la enseñanza fue perdiendo todo vigor, languideciendo el espíritu bajo la engañosa hojarasca de las nuevas reformas inspiradas en la más reciente lectura de pedagogo francés o alemán para más prestigioso decoro. Lo que nos faltó siempre fue el pensar por cuenta propia, elaborando en substancia argentina”.
Rojas no critica el proyecto alberdiano, pero invoca una necesaria aculturación que desarrolle una tradición criolla que, paradójicamente, se encuentra en la denostada barbarie que criticaba el Facundo de Sarmiento. “Esa barbarie, tan calumniada por los historiadores, fue el más genuino fruto de nuestro territorio y de nuestro carácter. (...)Había más afinidades entre Rosas y su pampa o entre Facundo y su montaña, que el señor Rivadavia o el señor García y el país que querían gobernar. La Barbarie, siendo gaucha, y puesto que iba a caballo, era más argentina, era más nuestra” . En consecuencia, se produce una contradicción dentro del proyecto que propone Rojas, pues reivindica la barbarie como elemento nacional, y al mismo tiempo, la responsabiliza frente a la grave encrucijada que estaba sufriendo la nación frente a tanto aluvión inmigratorio. Intenta justificar una armonía entre la civilización que buscaban instaurar los responsables de la organización nacional, y la barbarie que resistía en la tradición autóctona de los caudillos y sus fieles bases populares. De alguna forma, encuentra responsable del enfrentamiento a la larga dictadura rosista, ya que atrasó el proyecto fundacional, y en consecuencia se tuvo que realizar una organización acelerada que no tuvo lugar para que lograran ser asimilados los nuevos valores. Frente a la experiencia educativa que presenció en Europa, Rojas se percató que no se podía trasladar las mismas bases pedagógicas a nuestro país, porque en efecto, nuestra conformación de estado nacional se dio de forma distinta al europeo: “Esa fue nuestra desventaja, porque desde entonces nuestra educación cayó en el formulismo oficial, y no teniendo tradiciones, ahogaron en su seno toda vida espontánea, los trasplantes cosmopolitas y las maquinaciones burocráticas”
Frente al peligro de una disolución social por la propagación de tradiciones exóticas, la libertad de enseñanza sectorizada, ajena de todo significativo nacional, provoca en Rojas la invocación a cuestionar el paradigma vigente, que con su enciclopedismo y positivismo no colabora en una nación en formación, por el problema antes mencionado en el cual la nación se constituyó en las altas esferas de la sociedad, pero brindó un menosprecio hacia todo el costumbrismo y tradición vinculada a las bases. Era necesario entonces desarrollar una comunidad científica que no relegue el sentido espiritualista de la argentinidad, sino que lo incorpore como principal necesidad, para conforma una conciencia nacionalista. Para ello, la enseñanza al hijo de inmigrante era fundamental, pero su alcance tenia que trascender las aulas porque de alguna forma el paisaje urbano debe acompañar esa formación y por ende la pedagogía de las estatuas era indispensable. La historia de bronce tenía que estar por encima de la tradición familiar que lo ligaba a tierras lejanas.
El cosmopolitismo, el progreso desmesurado es el responsable de la situación, el diagnóstico que le asigna a la Argentina es de una crisis moral, producto del desarraigo: “La crisis moral de la sociedad argentina sólo podrá remediarse por medio de la educación. Crisis de disciplinas éticas y civiles es sobre todo en las escuelas donde deberemos restaurarla. (...)No preconiza el autor de este libro una restauración de las costumbres gauchas que el progreso suprime por necesidades políticas y económicas, sino la restauración del espíritu indígena que la civilización debe salvar en todos los países por razones estéticas y religiosas”. Por ende, la restauración nacionalista no implica una revisión económica del modelo agroexportador (aún en su esplendor) y su dependencia de Gran Bretaña, al contrario es necesario nacionalizar a las masas para poder continuar con el modelo político económico: “...a los grupos gobernantes les preocupaba la aparición de un nuevo pueblo que podría reivindicar, además de salarios, derechos y esperanzas que antes había tenido en el país de origen. Esta es la que algunos han llamado reacción nacionalista de la época, que no tiene nada que ver con lo nacional y sí con la existencia de un grupo de privilegio que cree que el país se fundó para él”(3).
No obstante, el dilema de Rojas radica en lo mencionado anteriormente: como poder encontrar un equilibrio entre la civilización y la barbarie. Si seguía la tradición sarmientina no había nada para reivindicar dentro de la barbarie que asolaba estas tierras, de los gauchos solo servía su sangre para abono de la tierra, y al indígena había que eliminarlo, hasta al recién nacido, porque crecería resentido. Frente a la dureza de Sarmiento, Ricardo Rojas buscó la argentinidad más allá de la barbarie. No es que Rojas no tiene la intención de realizar una recuperación positiva de la barbarie, como afirma Svampa, sino que intentará distinguir dos tipos de barbarie: una que fue necesaria erradicar y otra de carácter metafísico, una especie de Espíritu de la Tierra como el que propuso Scalabrini Ortiz por 1931. La barbarie que fue necesario erradicar fue sobre todo lo relativo a Rosas, debido a que significó un reaccionario, opositor a los ideales de Mayo, sinónimo de retraso, despotismo, el responsable de que el país se haya terminado de organizar tardíamente. La antitesis de Rosas, lo encarna el federal liberal y progresista: J. J. Urquiza, es la unión intrínseca entre la barbarie autóctona y la necesidad de avanzar hacia una civilización. Rojas sostiene que la bandera del federalismo es la autentica heredera de Mayo, por su carácter popular y su sentimiento democrático. “(...)Se dijeron, defensores de la “civilización”, creyendo que ese tipo de cultura era toda la civilización, y llamaron “barbarie” a la política opuesta, sin ver que esa ola turbia o sangrienta de la realidad americana, traía los gérmenes de una cultura autóctona: la venidera cultura argentina. Caudillos sucesores de aquellos “bárbaros” y partidos criollos sucesores de aquellas montoneras que seguían al jefe por amor, prohijaron más tarde la Constitución definitiva, realizando a través de los últimos sesenta años, la organización laica y humanitaria de la democracia argentina” (4). Lo que pretende es recuperar el espíritu de Mayo que transmite la argentinidad, la defensa de los valores democráticos como destino manifiesto de la nación argentina. Lo destacable de su siguiente trabajo La Argentinidad que celebra el centenario de la independencia patria, es que se vale del rigor científico del paradigma, bajo una profunda labor heurística, para apoyar su defensa del espíritu nacional, frente al avance de ideologías extranjeras que buscan desestabilizar el Estado nacional.
Evidentemente, la misión a la que sentía abocado Rojas pasó desapercibida o en todo caso, fue catalogada de reaccionaria por la elite criolla (5). No obstante, frente al creciente cosmopolitismo y la necesidad de una renovación del enfoque de la historia nacional, surge la denominada Nueva Escuela histórica que no pretende cuestionar a los padres de la historia, por el contrario, se busca actualizar y darle un carácter científico a la historia argentina.
Notas:
(1) SVAMPA, M. El dilema argentino. Civilización o barbarie. Buenos Aires. Taurus. 2006. p. 110.
(2) ROJAS, R. La Restauración nacionalista. Buenos Aires. Peña Lillo Editor.
(3) JAURETCHE, A. Libros y Alpargatas, “civilizados o bárbaros” Buenos Aires. Los nacionales Editores. 1993. p. 42.
(4) ROJAS, R. La Argentinidad. Buenos Aires. La facultad de Juan Roldán. 1916. p. 408. (el subrayado es mío)
(5) GALASSO, N. De la Historia Oficial al Revisionismo Rosista. Corrientes historiográficas en la Argentina. Buenos Aires. Centro Cultural Enrique Santos Discépolo. 2004. p.