Después de una semana con contracciones, por fin llego el día más esperado pero el menos predecible.
Era alrededor de las 10 de la noche y estaba haciendo lo habitual de esa hora, viendo la novela en compañía de mi esposo, cuando de repente sentí que me hice "pipi". ¡Había reventado fuente!
Los nervios y la emoción nos invadieron a los dos. Nos fuimos para el hospital pensando que todo iba normal -como padres primerizos-, pero no sabía que mi bebé había sufrido de estrés fetal. Llegamos a emergencias y rápidamente me llevaron a la sala de maternidad y me hicieron todos los chequeos pertinentes y si, los latidos de mi bebe eran débiles y había inhalado meconio.
Los dolores aumentaron fuertemente, las contracciones eran muy seguidas y estaba angustiada porque se habían complicado las cosas.
Mi doctor tomó la decisión de hacerme una cesárea de emergencia. Entre los dolores y la angustia, pero con mucha fe en Dios, escuché el llanto de vida.
Mi esposo me dijo q el bebé estaba bien pero en verdad él tampoco sabía nada. Solo me lo dijo para que yo pudiera descansar.
Después de 13 horas de espera, por fin pude ir a ver a mi bebé y sostenerlo en mis brazos como lo había soñado. Gracias a Dios ya estaba estable. En ese momento me sentí la mujer más afortunada del mundo. A pesar que las cosas no salieron como las había planeado, tenía lo más importante que era a mi hijo. La bendición más grande; un momento único y mágico.
Me dieron salida del hospital, no así a mi bebé que tuvo que quedarse unos días más. Gracias a Dios al final todo salió bien y hoy en día tengo un bebé hermoso y sano que me tiene loca de amor.