Revista Viajes

Ho Chi Minh, asombrosos descubrimientos sobre una sociedad superior…

Por Viajeporafrica

Ho Chi Minh emana una energía muy linda. Si bien es una gran ciudad donde la humedad y el clima en general no ayudan demasiado, y en donde también llega un momento que la comida callejera no se puede digerir más, la envuelve una particular intensidad que surfea entre un poco de anarquía india, otro poco de paz tibetana y una acentuada rebelión a lo Ho Chi Minh. Mientras uno camina la ciudad es fácil concluir en que hay un alto porcentaje de población lisiada o deforme por las consecuencias de la guerra de Vietnam, el uso de gases tóxicos, y los infinitos e imaginables etc. Las calles y las avenidas son una constante referencia al comunismo. Hay una buena cantidad de propaganda con mucho de "La hoz y el martillito en la bandera roja", apoyados en las típicas figuras icónicas revolucionarias, como el soldado, el campesino trabajando su tierra, o niños y jóvenes con rostros de felicidad y de ensueño "mirando" hacia algún promisorio futuro.

Es innegable que al ser testigos de todas estas aberraciones humanas, la vida se llena de bronca, impotencia y desazón. Toparse tangiblemente, luego de cuarenta años, con las consecuencias de una guerra tan cínica y espantosa en todas las esquinas, es como chocarse de frente una y otra vez con el muro de la sinrazón. Pero a pesar de la bronca y la impotencia que todo esto genera, Ho Chi Minh también se encarga de transmitir el inquebrantable orgullo en que se sostiene la sociedad vietnamita, al reconocerse protagonistas de una de las resistencias más sublimes y apasionadas de la historia; y si se me permite, de una guerra que aunque perdida, ganada. La forma en que puedo describir la alquimia del espíritu vietnamita es a través de una proporcional mezcla de orgullo cubano, firmeza rusa y tortura china.

Inmersos entonces en este cocktail de sensaciones desbalanceadas, empezamos a afinar el ojo para intentar sumergirnos en las profundidades de la idiosincrasia vietnamita, el cual de a poco nos fue llevando a descubrir algunos hechos y acontecimientos que definitivamente confirmaron que los vietnamitas son seres humanos iluminados y superiores. El primero de estos descubrimientos fue en el plano comunicacional. Caminando y caminando... y leyendo tanto afiche y tanto cartelito, y tanto etc., etc., etc., descubrimos y llegamos a la conclusión, que salvo los nombres propios, todo el idioma vietnamita es monosilábico. Aunque me sigue pareciendo inverosímil, tengo pruebas que me lo recuerdan y me lo confirman cada vez que lo vuelvo a dudar. Un hecho que me parece una real revolución a nivel planetario. No lo digo en chiste. Confírmelo por usted mismo, y dígame si no es fantástico.

El siguiente hecho que fuimos desenmarañando junto a mi amigo personal Victorino de la Plaza, es que el tránsito parece anárquico y enloquecedor, pero en realidad es absolutamente a la inversa, lo opuesto y todo lo contrario. La primera impresión para casi cualquier extranjero (un poco más si es europeo), es que el tránsito en Ho Chi Minh es la representación del fin de la civilización y el comienzo de una anarquía inmadura que no tiene otra posibilidad que conducirnos a la debacle total y la vuelta al canibalismo. Resulta muy interesante escuchar a algunos representantes de la apresurada compulsión de la ignorancia, afirmar que los vietnamitas "están todo locos y manejan muy mal. Que son un desastre, que uno no sabe cuándo cruzar y que se corre riesgo de muerte en todas las esquinas y... ¿qué les cuesta ser un poco más "civilizados"?". Mentira. No lo crea. Es una vil y occidental mentira amparada en el mundo de las apariencias y en los preconceptos que moldean las mentes reaccionarias y mediocres.

Los vietnamitas son tanto más avanzados, que no sólo reemplazaron el auto por la moto, lo cual hace que quepa mucha más gente en la calle, que el tránsito se mueva a la velocidad del sonido y que se use muchísimo menos combustible; sino que además, y como buenos místicos orientales, lograron que cualquier peatón pueda cruzar la calle hasta con los ojos vendados si lo deseara, para nunca enterarse que alrededor de su cuerpo circularon unas cincuenta motos en los pocos segundos que transcurren mientras caminamos de cordón a cordón. Quedamos sencillamente deslumbrados e impactados con el descubrimiento. Uno simplemente va y cruza. Ninguna otra cosa le debería importar. El tránsito en general, y las motos en particular, como por arte de magia se encargan de esquivarlo. No hay error y no importa la cantidad de veces que tenga que repetirlo. Todos los ciudadanos lo saben, lo tienen incorporado, y lo viven como un hecho natural sin preocuparse, ni perder el temperamento. Brillante y superior. Más pruebas.

Luego de sentirme mucho mejor por haberles compartido estos descubrimientos milenarios y revolucionarios, quiero completar el repaso de la aventura por Ho Chi Minh, recordando que estábamos casi siempre mirando un mapa que nos decía que mejor vayamos a tal calle, o que mejor vayamos a tal otra. Una de las sensaciones más lindas de viajar ciertamente se encuentra en el corazón de los mapas. Mapas que más que llevarnos hasta una dirección o evidenciarnos una posición geográfica, nos guían por los callejones de cualquier lugar, para regalarnos esa irrepetible sensación que pareciera emanciparse del papel a la vida real en el exacto momento que uno levanta la vista y confirma: "Sí, es acá". Esa sensación que es como estar parado al borde de un trampolín que apunta directamente hacia la fuente de las experiencias. El mapa entonces, más que una brújula es un amigo, un tablero, un juego de mesa nómade y una propuesta inabarcable e infinita.

Entonces... entre mapas y mapas y varias caminatas a la deriva, nos fuimos encontrando con mercados industriales, con mercados artesanales, con mercados de comida, con templos budistas, hinduistas y mezquitas; shopping malls, y todo el cambalache de una ciudad que vaya uno algún día terminar de entender. Los días casi pasaban de largo... Sólo frenaban en el último minuto para recordarnos que en la vida nunca hay tiempo para todo, y que... "Lo parió" diría mi abuelo. El mundo, la gente, el viaje personal, el humano, el social. La traba mental que muchas veces me genera la vida cuando la imagino como una ecuación que intenta abarcar el incalculable número de posibles combinaciones de las incontables posibilidades y hechos que se mueven dentro del inconmensurable océano de la ficción del tiempo.

Nuestras peripecias por Ho Chi Minh llegaban siempre el final en la calle de las comidas callejeras, en el puesto de un "amigu" que servía porciones de las buenas y le ponía un poco de variedad al entremés. Aunque la comida popular y callejera me parece siempre un evento y un lugar al que me parece fascinante asistir, en Ho Chi Minh llegó un momento en el que tuve la sensación que me volvía fideo de arroz con caldo; tanto que la última noche no pude cenar. Sentí el genuino sentimiento de preferir el hambre nocturna a volver a comer otro plato igual de ese tipo de comida. Para hacer la digestión, nos íbamos a la plaza a admirar a los Ho Chi Minhos desplegar sus destrezas en el arte de la "pelota pluma tenis", o si usted lo prefiere por su nombre real: Jian Zi...

Una de las últimas noches, entre plumitas que nos mareaban pasando infinitas veces de un lado de la red a la otra, nos decidimos: "Mañana alquilamos una moto y nos vamos a los túneles de Cu-Chi y que sea lo que sea". Hasta allí nos llevará entonces el siguiente capítulo. Queda más que invitado. Lo esperamos... no nos falle. Gracias por leer.


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