¿Quién no conoce esas pequeñas manzanitas brillantes que se forman bajo las hojas de la encina? (arriba, derecha). Antaño, contaban los viejos pastores que esas bolitas eran huevos de brujas.
La ciencia es más precisa: si cortamos en dos esta agalla de encina, descubriremos en su interior un pequeño gusano, que en la ilustración está representado con un considerable aumento . Se trata de la larva de un cínips, el Diplolepis quercus folii.
Esta larva no tiene patas y se alimenta de las espesas paredes de su prisión. Si la agalla es abierta hacia fines del otoño, generalmente la larva ya ha cumplido su metamorfosis.
El cínips es un insecto himenóptero de apariencia frágil y la agalla de la encina es el resultado del ataque de este insecto al árbol. La hembra del cínips hace una picadura en una hoja tierna de encina y deposita su huevo en la incisión. Al picar, el insecto inyecta igualmente una materia excitante, que mueve a las células vegetales a dividirse y a producir una excrecencia, que muy pronto encierra al huevo y más tarde a la larva.
Ésta no se contenta con alimentarse del tejido vegetal, sino que también inyecta un líquido, con el fin de que la excrecencia se agrande hasta formar la agalla, o nuez de agalla. La subsistencia de la larva del cínips está, pues, asegurada y es la planta misma la que proporciona a las células de la agalla las materias indispensables para su desarrollo, asegurando a la larva una vida despreocupada.
¿Es colaboración entre compañeros con ventajas para los dos? No lo creemos. La única beneficiaría es la larva, y no vemos en qué la agalla puede beneficiar a la encina, aunque debemos agregar que tampoco sufre por ello y que una hoja puede soportar varias agallas sin que su crecimiento se vea retardado o sin que se marchite más rápidamente. Esta aventura sobre una hoja verde es, pues, otra de las maravillas de la naturaleza.