El casino sorbe las últimas gotas de crepúsculo.Automóviles afónicos. Escaparates constelados de estrellas falsas. Mujeres que van a perder sus sonrisas al bacará.Con la cara desteñida por el tapete, los croupiersofician, los ojos bizcos de tanto ver pasar dinero.¡Pupilas que se licuan al dar vuelta las cartas! ¡Collares de perlas que hunden un tarascón en las gargantas!Hay efebos barbilampiños que usan una bragueta en el trasero. Hombres con baberos de porcelana. Un señor con un cuello que terminará por estrangularlo. Unas tetas que saltarán de un momento a otro de un escote, y lo arrollarán todo, como dos enormes bolas de billar. Cuando la puerta se entreabre, entra un pedazo de foxtrot«Biarritz», de Oliverio Girondo, Veinte poemas para ser leídos en el tranvía (1922).
El casino sorbe las últimas gotas de crepúsculo.Automóviles afónicos. Escaparates constelados de estrellas falsas. Mujeres que van a perder sus sonrisas al bacará.Con la cara desteñida por el tapete, los croupiersofician, los ojos bizcos de tanto ver pasar dinero.¡Pupilas que se licuan al dar vuelta las cartas! ¡Collares de perlas que hunden un tarascón en las gargantas!Hay efebos barbilampiños que usan una bragueta en el trasero. Hombres con baberos de porcelana. Un señor con un cuello que terminará por estrangularlo. Unas tetas que saltarán de un momento a otro de un escote, y lo arrollarán todo, como dos enormes bolas de billar. Cuando la puerta se entreabre, entra un pedazo de foxtrot«Biarritz», de Oliverio Girondo, Veinte poemas para ser leídos en el tranvía (1922).