¿Hola?, ¿Europa?: ¿Hay alguien ahi?...

Por Harendt

Estrasburgo, capital parlamentaria de la Unión Europea
A la memoria de mi profesor en la UNED, 
don Enrique Fuentes Quintana
Si en algún momento me rondó la cabeza el presuntuoso pensamiento de que mi "Carta abierta al presidente del parlamento europeo", publicada en este blog hace unos días, iba a causar un efecto similar a la del famosísimo "J'accuse" de Émile Zola en el diario L'Aurore de París el 13 de enero de 1898, me equivoqué de medio a medio: apenas un centenar de lectores, un par de comentarios de amigos incondicionales, y ninguna respuesta, ni siquiera protocolaria, de su destinatario: el presidente del parlamento europeo, al que le fue remitida directamente, ni tampoco de los otros destinatarios de la correspondiente copia: el presidente del Consejo Europeo, el Defensor del Pueblo Europeo y la dirección del grupo parlamentario Alianza Progresista de Socialistas y Demócratas. Ni uno... Ni por mera cortesía hacia el elector. Así, pues, pregunto de nuevo: ¿Hola?, ¿Europa?: ¿Hay alguien ahí?... Más adelante volveré sobre la infantil e ingenua -por lo que se ve- pretensión que me movió a a publicar la citada carta. De momento voy a tomar prestada las palabras de otros para intentar ver que está pasando en el seno del proyecto europeo.

Mi amigo Mark de Zabaleta, economista, residente en Ginebra (Suiza), suele citar en su magnífico blog una frase del profesor John Kenneth Galbraigth (1908-2006) que ha hecho fortuna: "Hay dos clases de economistas, los que no saben nada y los que no saben ni eso". Un servidor, a pesar de haber estudiado y aprobado con nota la asignatura de Economía Política con el famoso libro de Paul A. Samuelson (1915-2009), forma parte de los primeros, de los que no saben nada, así que para enterarme de algo de lo que se cuece en esa pretendida ciencia tengo que recurrir, forzosamente, a lo que dicen otros. Por ejemplo, el premio nobel de Economía y profesor estadounidense de la Universidad de Columbia Joseph E. Stiglitz (1943). 

Hace unos días el profesor Stiglitz publicaba en el diario El País un artículo titulado "Europa y su momentánea sinrazón" en el que señalaba que, contrariamente a lo que estaba ocurriendo en Estados Unidos a este lado del Atlántico había pocas señales de, incluso, una recuperación modesta. La brecha entre donde Europa está y donde habría estado en ausencia de la crisis -dice en él- sigue creciendo. Una media década perdida -añade- que se está convirtiendo rápidamente en una década entera perdida. Detrás de las frías estadísticas las vidas se arruinan, los sueños se desvanecen, y las familias se desintegran (o no se forman) a la par de que el estancamiento —que llega a ser depresión en algunos lugares— se arrastra año tras año. Peor diagnóstico, imposible.

El caos actual, dice más adelante, viene de la ya desacreditada creencia de que los mercados funcionan bien sin ayuda. Sin embargo, añade, Europa no es una víctima: su malestar es autoinfligido a causa de una sucesión sin precedentes, de malas decisiones económicas, comenzando por la creación del euro. Si bien el euro se creó con la intención de unir a Europa, finalmente, lo que hizo fue dividirla; y, debido a la ausencia de la voluntad política para crear instituciones que permitan que una moneda única funcione, el daño no se está revertiendo. Y es que cada día parece más claro que ahí está la clave de todo: en la falta de una voluntad política para dotar a la Unión Europea de una estructura federal que le permita funcionar eficazmente. Si Europa no cambia sus maneras de actuar —si no reforma la eurozona y rechaza la austeridad— una reacción popular será inevitable. Esta locura económica no puede continuar por siempre, concluye diciendo: la democracia no lo permitirá, pero ¿cuánto más dolor tendrá que soportar Europa antes de que se restablezca el sentido común? Así pues, ¿Hola?, ¿Europa?: ¿Hay alguien ahí?

Otro economista, esta vez francés, Thomas Piketty (1971), profesor de la École de Économie de París, autor de un libro de culto entre la izquierda y la progresía europea: "El capital en el siglo XXI" (Fondo de Cultura Económica de España, Madrid, 2014) defiende que la evolución dinámica de una economía de mercado y de propiedad privada que es abandonada a sí misma, contiene en su seno fuerzas de convergencia importantes, relacionadas sobre todo con la difusión del conocimiento y de calificaciones, pero también poderosas fuerzas de divergencia, potencialmente amenazadoras para nuestras sociedades democráticas y para los valores de justicia social en que están basadas. 


Durante demasiado tiempo, dice en el capítulo de conclusiones de su libro, los economistas han tratado de definir su identidad a partir de supuestos métodos científicos. En realidad, añade, esos métodos se basan sobre todo en un uso inmoderado de modelos matemáticos que a menudo no son más que una excusa para ocupar espacio y disimular la vacuidad del objetivo. Demasiada energía se ha gastado, sigue diciendo, en meras especulaciones teóricas sin que los hechos económicos que se ha trado de explicar, o los problemas sociales y políticos que se ha intentado resolver, hayan sido claramente definidos. Y es que, como ha escrito antes, en la introducción de su libro, la economía no puede ser concebida como una ciencia autónoma sino como una subdisciplina más de las ciencias sociales, al lado de la historia, la sociología, la antropología, las ciencias políticas y tantas otras. ¿Quiere eso decir que hay que volver a la primacía de la política? Supongo que sí; asi pues, ¿Hola?, ¿Europa?: ¿Hay alguien ahí?

En el número de febrero del pasado año de Revista de Libros el catedrático de Historia de las Instituciones Económicas de la Universidad de Sevilla, el profesor Antonio-Miguel Bernal, escribía un denso artículo titulado "¿Moribunda Europa?" que llevaba el clarificador subtítulo de "El proyecto europeo más allá de la economía y de la crisis". Una vez más, ¿y van, cuántas?, la necesidad de restablecer en el seno de la Unión Europea la primacía de la política sobre la economía. 

Más allá de la crisis, dice en los párrafos finales del mismo. bajo el imperio de la economía, la política europea se ha convertido en algo demasiado tecnocrático, al tiempo que la burocratización de los Estados ha alcanzado unos límites insoportables. Son caldos de cultivos propicios que dan alas a los movimientos regionalistas y nacionalistas y a conflictos secesionistas que afloran en distintos Estados de la Unión. Unos regionalismos autonómicos y unos nacionalismos que se gestionan fuera del alcance de la autoridad central de sus respectivos Estados y que sólo ven a Europa como la nodriza del maná ilimitado –por ahora– del que se alimentan. Se trata de una mera opción económica, pues, en lo referente a la política de integración, los nacionalistas/regionalistas irredentos, en tanto que euroescépticos, hacen bueno el dicho aldeano de que, fuera de las «fronteras naturales» –lengua, folclore y demás señas identitarias–, no hay más que barbarie. Moribunda Europa.

La Unión Europea, continúa diciendo, a diferencia de los orígenes míticos y heroicos que los imperios y nacionalismos reclaman como esencia de su ser, un ser al margen de la historia, nació de la agonía de un continente en guerra empapado de sangre. El proyecto europeo, más allá de la crisis y de la economía, ha puesto al descubierto la falta de un compromiso constitucional para hacer de Europa, como sistema de poder, una formación supranacional, federada, cuyos actores sean los propios ciudadanos europeos y no, en exclusiva, los Estados constituyentes que la conforman representados por las elites tecnológicas y burocratizadas que los suplantan. Y, en consonancia con este compromiso, se impone la necesidad de un contrato social y político en el que se haga realidad el manifiesto de más libertad, más democracia, más Europa.

Vuelvo pues, a lo que era mi ingenua pretensión al escribir y publicar la entrada citada del pasado 7 de enero, mi carta abierta al Presidente del Parlamento Europeo: animar a la institución que preside a liderar, asumir y protagonizar, como calificados y genuinos representantes del pueblo europeo en su conjunto, el golpe de timón que la Unión necesita: la proclamación de los Estados Unidos de Europa y la elaboración y aprobación de una Constitución Federal que rija su destinos. 

El 17 de junio de 1789 el Tercer Estado abandonó los inútiles debates de los Estados Generales de Francia y se autoproclamó Asamblea Nacional y única representación del pueblo francés. Ni yo ni nadie en Europa le pide a nuestros parlamentarios en Estrasburgo un golpe de Estado; sí, que asuman el papel que les corresponde en el proceso definitivo de construcción europea; sí, que asuman, que si no la hacen ellos, los gobiernos de los Estados de la Unión no van a hacerlo nunca por sí mismos a menos que una marea irresistible de ciudadanos encolerizados por su incompetencia les empuje a ello; sí, que asuman que nunca, nunca más, un ciudadano europeo reciba el silencio por respuesta cuando pregunte algo tan sencillo y elemental como "¿Hola?, ¿Europa?: ¿Hay alguien ahí?"... 

Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt

Bruselas, capital política de la Unión Europea
Entrada núm. 2210

elblogdeharendt@gmail.com"La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura" (Voltaire)