Por ejemplo: imagínese paseando por las calles de Holanda, el arquetipo de la Europa moderna y civilizada, dentro de 40 años, como si lo estuviera haciendo hoy mismo por Bosnia; un país de niños rubitos en un paisaje urbano plagado de minaretes. ¿Chocante? Tal vez, pero eso es lo que parece depararnos el futuro con férrea inflexibilidad.
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Los hechos están ahí: los países europeos padecen una alarmante baja natalidad que les priva del natural relevo generacional. Más o menos conscientes de este problema algunos gobiernos han promovido, o consentido, la acogida masiva de extranjeros, la mayoría de países árabes y de religión islámica. El caso es que se prevé que para dentro de 25 años la religión islámica será la mayoritaria en Europa. El miedo a que las nuevas generaciones de inmigrantes no quieran echarse a las espaldas las cargas de una sociedad envejecida y mal acostumbrada, y que por tanto pretendan alterar los actuales sistemas en su beneficio, es ya una realidad en Europa.
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Como vemos la musulmanización plantea retos y problemas graves. Problemas culturales, políticos, de derechos, de valores, de responsabilidad pública, de identidad, de seguridad y de pervivencia nacional. Actualmente se dan dos tendencias en cuanto al enfoque de este fenómeno: la aceptación o la indiferencia de los medios progresistas, y el miedo a ser políticamente incorrecto de los medios conservadores.
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A la izquierda europea, la islamización; o musulmanización atrofiada, no le supone ningún quebradero de cabeza porque su fantasía directriz se fundamenta en que el progreso técnico y científico; como forma de producir bienestar, no como forma de desvelar la Naturaleza, conducirá al Ser Humano en general; incluidos los musulmanes, hacia sociedades igualitarias, permeables y ateas, en las que palabras como Mahoma, Holanda o varón no tengan más que un sentido ranciamente folclórico.
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Esta involución a la lactancia política del Ser Humano, que indebidamente llamamos Progreso (todos nacemos ateos, sin sexualidad, y sin idea de nuestra nacionalidad), dista mucho de resultar lógica para las mentalidades conservadoras, menos utópicas, y por qué no decirlo: también más cabales. En conclusión: para los progresistas la Tradición, es la fuerza resistente que impide dar este salto mortal hacia atrás, y en eso los musulmanes pueden ayudar a cambiar las cosas. Por el contrario, para la derecha es la Tradición lo que nos sujeta como sociedad a lo ya ganado hasta ahora, que sin duda es mucho; para comprobarlo sólo hay que compararse con otras culturas y civilizaciones.
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El caso, es que en Europa, la fantasía directriz del progresismo lamentablemente funciona, al menos en apariencia, lo que lleva a la reafirmación constante de credos y consignas. El problema viene cuando la derecha pretende defender, contra el avance del islamismo, el Todo y también su contrario: sus valores y los de los progresistas como si fueran una misma cosa; los principios del derecho a la vida y los del derecho al aborto; la Familia y la misantropía feminista que destruye la Familia, por poner ejemplos contradictorios.
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En lo tocante a la inmigración pasa lo mismo: la derecha defiende como "valores europeos" los de un multiculturalismo, más o menos disfrazado, porque se entiende que las peculiaridades culturales del inmigrante son un hecho "social" y, por tanto, responsabilidad de las Administraciones públicas. Tan es así, que no hay gobierno de derechas que no destine jugosas partidas presupuestarias a la integración de los inmigrantes, así como subvenciones y prebendas para el desarrollo de sus "hechos diferenciales". Sin embargo, la derecha es consciente de que el multiculturalismo ha demostrado que desincentiva la integración y fomenta el victimismo y a la larga, la violencia. Esa misma derecha que es tan generosa con la diferencia para acallar las críticas progresistas, hipocritamente suspira por una integración proactiva y a su propia costa de los inmigrantes, lo que sin duda resultaría más ético, más barato para el erario público, y alentará la superación social del inmigrado y por tanto la integración. Viviendo en esta esquizofrenia de "lo social", no se puede hacer más el ridículo, ni se pueden presentar resultados más pobres.
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Conviene en este punto, dejar claro que valores europeos no son los del despotismo emocional progresista: los del autoodio, los del igualitarismo, los del multiculturalismo, los del perpetuo victimismo por una cosa u otra, los de la indiferencia y relatividad moral, los de la múltiple legalidad en función del colectivo al que se pertenezca, los de la autorrealización vía coital, los de la sumisión abyecta a un estado benefactor, etc.. Esos no son los valores europeos, esos son los antivalores de Occidente; el subproducto despreciable de unas sociedades ahítas y derrotistas, que, como el moho, han encontrado su hueco en las esquinas del Derecho y que ha contaminado todo lo que en justica era tenido hasta hace bien pocos años como bueno y respetable.
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Llegados a este punto, hacerse la siguiente pregunta es inevitable ¿Es esa irracionalidad progresista lo que queremos defender contra el Islam? No, desde luego. Personalmente, no seré yo quien llore por la destrucción de esos engendros antiliberales, mal llamados por algunos "valores europeos"; ni mucho menos, quien salga a defenderlos cuando, como europeo, me considero más alejado de estas aberraciones oscurantistas de lo que pueda estarlo un musulmán argelino (o un budista japonés). En otras palabras, y puede resultar paradójico, pero me considero mucho más cercano en principios a un musulmán que a un progresista.
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Descubrir esta paradoja de que los europeos estamos defendiendo lo mismo que los musulmanes, en contra de nuestra común antítesis en valores y principios, debería abrir una vía de entendimiento entre nosotros, como europeos, y las comunidades musulmanas que ya viven aquí, así como sendas de amistad entre Europa y el mundo musulmán. Es más; la implantación del islamismo es la vía de escape de muchos musulmanes a la Europa progresista carente de principios y valores, y, nueva paradoja, el islamismo para subsistir se alimenta de los evidentes defectos conceptuales de esta antieuropa progresista y de su arrogante emocionalidad.
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Lo que tenemos que preguntarnos mirando al futuro es: ¿Qué no queremos en nuestras sociedades: musulmanes, que bien pueden integrarse y complementar nuestro mundo, o islamistas que son nuestra otra antítesis? Si lo que no queremos es musulmanes, lo de los islamistas sobra, claro, pero la cosa llega tarde, porque ya no se puede revertir un proceso migratorio de más de 30 años de una forma que no sea traumática, lo que en este punto procesal de la Historia no vendría a cuento; por lo tanto, eso ya es llorar por la leche derramada. Podemos empezar por evitar que se pierda el respeto por las fronteras y las nacionalidades, que es lo que ha estado ocurriendo hasta ahora: este sería un primer paso, para controlar, no sólo la inmigración, sino también los delirios e ínfulas de los progresistas cuyo egocentrismo nos ha puesto a todos en la tesitura que nos encontramos. También debemos pujar por la integración demostrable y permanentemente evaluable de los inmigrantes, siendo tajantes con los que no acepten la integración. Eso sí; si alguien piensa que se puede convertir a los musulmanes en buenos cristianos, o incluso en buenos ateos, con el fin de uniformar el paisaje, deberá saber que es algo irreal, inmoral y, desde luego, nada civilizado. Lo mismo que sería hacerlo al contrario.
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Visto lo visto, La solución pasa por darnos la mano los europeos con valores y los musulmanes civilizados, y buscar un futuro político juntos, en aquello que coincidimos, que afortunadamente es muchísimo más que lo que nos separa. Debemos juntarnos para priorizar los valores humanistas de la familia, la nación, la razón, la decencia pública y del Ser Humano dignificado. Construir estados que actúen de Derecho bajo estas directrices, es la única garantía de una integración de los musulmanes europeos del futuro, que no comprometa nuestra identidad cultural, ni nuestra común seguridad.
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Una advertencia, que hay que tener en cuenta, pero que tampoco aporta soluciones.