Pero en vez de untarse el ungüento en el glande de su pene, lo ingirió por la boca, sin imaginarse que eso le costaría la vida.
El Brujo Amé, como era conocido había pasado la tarde del lunes muy emocionado por que saciaría su apetito sexual, lo cual lograba cada vez que cobraba su salario.
Por ello fue a una farmacia del centro de la ciudad y compró el ungüento sexual, pero olvidó como tenía que consumirlo, por lo que tomó agua y tragó un trozo de la pastilla, que lo llevó al médico de urgencia.