María Guimeráns
El sofá de mi amigo Manuel está cojo. Al poco de rompérsele la pata, ideó una solución provisional: colocar en su lugar un libro de tamaño similar. Agarró un diccionario, se lo calzó y ahí sigue, no sé cuántos años después, haciéndole buen servicio.
Dice que lo va a arreglar, pero teniendo en cuenta que es tan inútil para las chapuzas domésticas como yo, creo que llegará algún día en el que el diccionario se funda con el sofá y pase a convertirse en parte indivisible de él.
Por aquel entonces, las mallas de ciclista las llevaban Perico Delgado y los que se dedicaban a pedalear profesionalmente. Los chavales recurrían al chándal o a la ropa que hubieran llevado ese día al colegio.
Pero claro, tanto en ese momento como ahora, montar en bicicleta sin mullido en la zona de las posaderas tenía sus efectos secundarios: al día siguiente, el dolor de ingles te hacía caminar como John Wayne.