En el Madrid seguro y lejano, en mi Madrid cantado en tantos poemas y novelas, he escuchado, en la radio y en la televisión y a las pocas horas de tomar tierra, que el suelo volvía a temblar en Chile. Y he recordado las horas vividas allí y he pensado que he sido un afortunado a pesar del miedo. He sido un afortunado porque he conocido el dolor de los chilenos a pesar de estar en un lugar poco afectado por el desastre y porque, al lado de la catástrofe que simboliza la fotografía de agencias que podéis ver abajo, pude visitar la tumba de Pablo, el gran poeta cósmico. La tumba que comparte con Matilde Urrutia y junto a la que murió cuando el Chile más negro puso las botas y los fusiles en el pecho del pueblo.
Sí. He estado, aunque por muy poco tiempo, en Isla Negra. Junto a la que fue su casa y es hoy sede de la Fundación Neruda. El terremoto había desordenado los objetos que allí se guardan y los distintos edificios estaban cerrados. Pero a través de los cristales pude ver las botellas, los mascarones, las anclas, algunas caracolas. Para mí fue un íntimo homenaje que aguardaba desde hace la friolera de 37 años, cuando, tras el golpe de estado, Pablo nos dejó a causa del cáncer y de la pena infinita.