El hombre que acaba de matar a un muchacho de 17 años que había entrado en su casa de madrugada, supuestamente para robar, es un carpintero recién jubilado que, según sus vecinos, para los que trabajó toda su vida, es una persona buena y tranquila.
Por otro lado está el chico: según sus profesores era un estudiante sobresaliente, de una familia estructurada y de buen nivel social y educativo.
La noche de este sábado a domingo, sobre las 03,30, en Pontedeume, A/La Coruña, se produjo este imprevisible choque, consecuencia de que la gente como el homicida, le cuentan al cronista desde la distancia, está asustada por una ola creciente de asaltos a viviendas en ese ayuntamiento marinero de unos 8.400 habitantes.
Se teme la violencia de las bandas de balcánicos, a los malhechores nacionales, a los drogadictos violentos que agreden con saña, en especial, a la gente mayor.
En ocasiones, detienen a los delincuentes. Si no han matado o herido gravemente, enseguida salen libres. A veces, aunque hayan matado.
La inacción o la incapacidad policial y las leyes buenistas provocan la irritada reacción ciudadana ante el desmán. La gente enloquece ante los ruidos extraños en las casas, que proceden no de los viejos fantasmas de la Santa Compaña, sino de seres vivos más brutales.
El muchacho se alejó de un botellón cuando estaba con sus amigos y una hermana gemela. Luego, entró en la casa por una ventana. El dueño comenzó a forcejear con él. Dice que su mujer le entregó el cuchillo. El chico huyó por la misma ventana y fue a morir unos metros más adelante, en una cuneta.
La vivienda es sagrada, tanto, que nadie ajeno debe traspasarla sin mandamiento judicial.
Los países defienden sus fronteras con sus ejércitos. El derecho de defensa. Los soldados matan al invasor y son héroes, igual que este homicida es inocente.
Lo mandaron a la cárcel, aunque después lo pusieron en libertad con cargos. Pero quizás lo que le hiera abusivamente, aunque para casi todos su acto esté justificado, será el remordimiento.
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