Hong Kong y la democracia (2)

Por Tiburciosamsa

Cambio de banderas
A mediados de los setenta, los gobernantes chinos empezaron a pensar en lo que hacer para el momento en que el arriendo de los Nuevos Territorios terminase. Bueno, en realidad no parece que se lo pensasen mucho. Lo tenían claro: en cuanto expirase el arriendo, exigirían la devolución de lo que era suyo.
En marzo de 1979 el gobernador de Hong Kong, Murray MacLehose, visitó China. Su objetivo era sondear a los chinos acerca de sus intenciones sobre Hong Kong. Los británicos no se acababan de creer que un día pudieran perder Hong Kong y pensaban que podrían negociar una fórmula para después de 1997 por la que China recuperaría la soberanía sobre los Nuevos Territorios, pero Gran Bretaña conservaría la administración. Más o menos, un cambio cosmético. Para su sorpresa, Deng Xiaoping lo tenía muy claro: China quería recuperar el territorio y no se conformaría con soberanías simbólicas. Ambas partes se cuidaron mucho de airear estas diferencias. Entre otras cosas ni a chinos ni a británicos les interesaba que, atemorizados por el futuro de la colonia, los capitales empezasen a abandonarla. Tras algunos contactos entre chinos y británicos para discutir sobre el futuro de la colonia, en septiembre de 1982 visitó China la Primera Ministra Margaret Tatcher. Tatcher llegó muy crecida. Pocos meses antes el Reino Unido había vencido su última guerra colonial, la de las Malvinas. Tatcher creía que podría convencer a los chinos de que a cambio de recuperar la soberanía sobre todo el territorio, dejasen que los británicos siguiesen administrando la colonia. La visita fue un fiasco y los chinos se las ingeniaron para ningunearla y darle en las narices de todas las maneras posibles. Aquel día en Radio Pekin la noticia de su llegada figuró en cuarto lugar en el boletín de noticias, por detrás de un comentario sobre el reciente congreso nacional del Partido Comunista, de un informe sobre las reacciones al congreso de los mineros en la provincia de Henan y de la noticia de la llegada a Xian de Kim Il-Sung. Desde el primer día los chinos no se anduvieron por las ramas y le dijeron a las claras que querían recuperar Hong Kong sí o sí y que lo harían se pusieran como se pusieran los británicos. Una negociación que empieza así, no puede terminar bien. Tatcher no quiso ver la realidad, y anda que no se lo estaban dejando claro los chinos. Se aferró a los tratados del siglo XIX que legitimaban la presencia británica en parte del territorio e insistió en el tema de la administración. Se le olvidó que esos tratados pudieron firmarse porque los británicos tenían más cañoneras que los chinos y que ahora las tornas habían cambiado. En el encuentro que mantuvo con Deng Xiaoping, el mensaje fue “poneos vaselina si no queréis que os duela, porque nosotros tenemos muy claro lo que vamos a hacer”. En otras palabras: con acuerdo o sin acuerdo, China anunciaría dentro de dos años sus planes para Hong Kong, así que mejor para los británicos que fuese con acuerdo. En un ejercicio de hipocresía diplomática, el comunicado conjunto que dio cuenta de las negociaciones, decía: “Los líderes de ambos países mantuvieron conversaciones de largo alcance en un ambiente amistoso sobre el futuro de Hong Kong. Ambos líderes aclararon sus posiciones respectivas. Acordaron iniciar conversaciones por medio de canales diplomáticos tras la visita con el objetivo común de mantener la estabilidad y la prosperidad de Hong Kong.” Más falso que un billete de cincuenta euros con la cara de Mickey Mouse, pero colaba. O más bien hubiera colado, si los chinos no hubiesen decidido darles un capón extra a los británicos. La agencia oficial de noticias china, cuando emitió el comunicado, añadió: “La posición del gobierno chino sobre la recuperación de toda la región de Hong Kong es inequívoca y conocida por todos.” Para colmo, el comunicado se hizo público mientras Tatcher daba una rueda de prensa y afirmaba que todo había ido muy bien. Por cierto, que los chinos aún le infligieron una última humillación: Deng no le ofreció la cena de despedida, porque justo aquella noche estaba agasajando a Kim Il-Sung. Durante dos años británicos y chinos negociaron sobre el futuro de Hong Kong, aunque la esencia de la negociación fue ver cuánta vaselina se pondrían los británicos, porque el resto del pescado estaba vendido. Los británicos algún intentaron alguna finta, como tratar de apoyarse en los tratados o incorporar a los hongkonitas a las negociaciones. Sí, de pronto a los británicos les importaba la opinión de los hongkonitas. Las negociaciones acabaron produciendo la Declaración Conjunta del 19 de diciembre de 1984, que entró en vigor el 27 de mayo de 1985.
La Declaración es un documento muy breve que básicamente estipula que Hong Kong podrá mantener su sistema capitalista durante 50 años más, o sea hasta el 2047 y que gozará de una gran autonomía, salvo en relaciones exteriores y defensa, que competerán a Pekin. El Ejecutivo de Hong Kong estará compuesto por hongkonitas pero su jefe será designado por Pekin sobre la base de los resultados de elecciones o de consultas realizadas en la ciudad. El Jefe del Ejecutivo nombrará a los principales funcionarios. Habrá un legislativo electo. Los derechos y libertades de los que venían gozando los hongkonitas se mantendrán inalterados. El orden público será competencia del Gobierno de Kong Kong. China destacará tropas en la ciudad, pero sólo con fines defensivos. Sus soldados no podrán interferir con la política interna de Hong Kong. En principio no estaba nada mal y había margen para que los hongkonitas contemplasen el futuro con tranquilidad. Pero con los tratados y los convenios lo importante no es tanto la letra como la buena fe con la que se apliquen.