Un cuadro de Hopper es un fotograma. Si secuenciáramos veinticuatro cuadros de Hopper similares y los proyectáramos en un segundo, tendríamos una escena cinematográfica. Hopper es la fotografía, es el instante, pero un instante continuado a través del detalle, del encuadre heterodoxo, de la esquina de un edificio, de un atardecer que se precipita ante el espectador. Hopper es como un cortometrajista obligado a cubrir varios puestos en un rodaje: es el iluminador, el cámara, el director artístico, el director de fotografía... Hopper es, en resumen, la transición entre el óleo y el celuloide. Pero una cosa es Hopper, y su arte, y otra bien distinta la exposición de Hopper en el Museo Thyssen de Madrid. La exposición, que abarca tres salas, es tan recomendable como cara. Para la visita se necesitan unos quince minutos. La entrada cuesta diez euros y no incluye la visita a la colección permanente. Por lo tanto, cada minuto sale a razón de casi un euro. Y uno sale del museo con la sensación de querer más arte. Pero el arte, como queda patente en estos tiempos oscuros, hay que pagarlo a precio de joyería. Digan lo que digan nuestros dirigentes, la cultura y la educación son, a día de hoy, un lujo.
Un cuadro de Hopper es un fotograma. Si secuenciáramos veinticuatro cuadros de Hopper similares y los proyectáramos en un segundo, tendríamos una escena cinematográfica. Hopper es la fotografía, es el instante, pero un instante continuado a través del detalle, del encuadre heterodoxo, de la esquina de un edificio, de un atardecer que se precipita ante el espectador. Hopper es como un cortometrajista obligado a cubrir varios puestos en un rodaje: es el iluminador, el cámara, el director artístico, el director de fotografía... Hopper es, en resumen, la transición entre el óleo y el celuloide. Pero una cosa es Hopper, y su arte, y otra bien distinta la exposición de Hopper en el Museo Thyssen de Madrid. La exposición, que abarca tres salas, es tan recomendable como cara. Para la visita se necesitan unos quince minutos. La entrada cuesta diez euros y no incluye la visita a la colección permanente. Por lo tanto, cada minuto sale a razón de casi un euro. Y uno sale del museo con la sensación de querer más arte. Pero el arte, como queda patente en estos tiempos oscuros, hay que pagarlo a precio de joyería. Digan lo que digan nuestros dirigentes, la cultura y la educación son, a día de hoy, un lujo.