Si les contara una historia sobre un mundo post-apocalíptico, cuyos habitantes mutaron, después de una guerra nuclear, en chucherías parlantes, unicornios, animales con atributos humanos, vampiros, magos, brujas, zombis y princesas, seguramente se mostrarían reacios a concederle la más mínima oportunidad. Si les digo que hay una princesa llamada Chicle que reina sobre Chuchelandia, un perro mutante que puede adoptar cualquier forma, un personaje llamado Don Polvorón, un rey Hielo que tiene un afán desmedido por secuestrar toda clase de princesas para combatir su soledad, entre ellas una llamada Bultos, una chica en forma de nube con aires de grandeza que viene del espacio, probablemente pensarían que es una idea excéntrica sin pies ni cabeza. Pues esa es la surrealista trama que narra "Hora de aventuras", en donde podemos contemplar las andanzas de dos personajes aspirantes a caballeros justicieros, el humano Finn y el perro Jake, una especie de Don Quijote y Sancho Panza pasados por el tamiz de lo absurdo. Ambos son en realidad hermanos adoptivos, ya que la familia de Jake se encontró a Finn abandonado cuando aún era un bebé. Sempiternos buscadores de hazañas que consistan en vencer monstruos y salvar princesas, con el trasfondo de un mundo destruido después de la que ellos llaman la Guerra del Champiñón, una mas que evidente referencia a la forma de hongo de la bomba atómica. El escenario surgido desde entonces, en lo que se denomina como Tierra de Ooo, es una extraña mezcla entre lo tecnológico y la magia. En cada rincón podemos contemplar restos de nuestra civilización, chatarra medio enterrada en este nuevo mundo, plagado de criaturas de toda índole, desde las más festivas y coloridas hasta las más funestas y oscuras. Especialmente interesante resulta el capítulo en donde nuestros amigos viajan a la Nocheósfera, una especie de infierno que parecería extraído directamente de la "Divina comedia", de "Los sueños" de Quevedo y del arte pictórico del Bosco. Un inframundo surrealista, repleto de extraños seres y demonios en cuyo funcionamiento podremos encontrar un mezcla de caos y orden burocrático. Todo este universo imaginario surgió de la mente de Pendleton Ward, quien sorprendió a todos con un primigenio corto que pronto alcanzó un éxito en internet, lo que llamó poderosamente la atención de los directivos de Cartoon Network, que no dudaron en convertirla en una serie regular, cuya máxima virtud es llegar a un público bastante amplio. Creo que ese es el mérito principal de "Hora de aventuras", su capacidad de entusiasmar a espectadores de un amplio espectro, desde los tres años hasta los cincuenta y más allá. Cuando uno es progenitor de dos niñas pequeñas, está absolutamente saturado de dibujos animados, de Doraemon, Pocoyó o Monster High. Así que comprenderán que, si se tropieza con una serie como esta, repleta de referencia al género de espada y brujería, fantasía y ciencia ficción, aderezado con un humor absurdo, a veces algo grosero, con historias bien trabajadas y personajes originales, no podemos más que aplaudir semejante concepto. No gusta a todo el mundo, por supuesto, hay quien la considerada demasiado "extraña", quizás no excesivamente indicada para un público infantil, con ese vaivén entre el colorido de tramas ingenuas y su más que evidente tono oscuro. Pero no todo es siniestro o divertido, hay también historias de una ternura ciertamente loable, como la que cuenta la relación de un golem de nieve y un cachorro de lobo de fuego abandonado. Dos personajes incompatibles por su naturaleza pero que crearan un vínculo de amistad encomiable. Incluso episodios con significado político, como el que cuenta como Finn y Jake se topan con un grupo de empresarios congelados en un iceberg, impolutos con sus corbatas y trajes de ejecutivos. Una vez liberados, se encargan de que todo sea tan eficiente que terminan por convertirse en peligrosos. "Hora de aventuras" es en definitiva un suculento cóctel de imaginación, original y divertida, que tiene el mérito incuestionable de interesar a pequeños y mayores. Posee algo tan atrayente como el poder sentar en el sofá a un padre y dos niñas y pasar un rato de entretenimiento. Y créanme amigos que esa no es una tarea fácil y, desde luego, es infinitamente más sugerente que contemplar el Debate sobre el Estado de la Nación...