O carta a un amigo nicaragüense y otro que se quedó en Madrid, pero que también sirve para todo el mundo.
Ilustración de Ellen Monahan Holly
Tantas discusiones y tantas charlas alrededor de infinitos temas que es normal que ahora que estamos separados y twitter entra en funcionamiento la dinámica sea la misma. Y también es normal que, siendo como somos gente política, las discusiones giren siempre en torno a la crisis de legitimidad que actualmente vivimos.Los problemas sociales a los que nos enfrentamos ya no son los mismos. Se pueden parecer a los que teníamos allá por inicios de 2008, pero la crisis económica tan profunda que se ha sucedido desde entonces ha terminado por socavar la legitimidad institucional de administraciones, partidos políticos, organizaciones sindicales y medios de comunicación. 9,3 millones de pobres en España –según los últimos datos del INE- son muchos pobres como para que todo siga igual, sin resentirse. Los grandes partidos continuarán con sus 10 millones de votos –puede que esta vez el PSOE obtenga algo menos- pero el sentimiento de ilegitimidad aumenta y se expresa de muy diversas maneras. Con desidia política la mayor de las veces, con indignación de un círculo reducido de personas en otros casos.
Y nosotros, desde nuestra aquiescencia política de ver las cosas desde fuera, sin mojarnos y tras la pantalla del análisis politológico, hemos presupuesto que no hay nadie digno de compartir nuestra lucha silenciosa. Y nos quedamos en casa con nuestro proyecto personal totalizador. Totalizador no porque pretendamos que la sociedad comulgue con nuestras ideas por las buenas o por las malas, sino porque pretendemos que cualquier grupo político al que nos adscribamos participe de la totalidad de nuestras ideas y vea las cosas tal y como nosotros las vemos. En caso contrario nos escondemos en términos como la ceguera política de los demás o la incapacidad del sistema para asumir las soluciones más técnicas que nosotros proponemos. Miramos a Francia, Inglaterra, Estados Unidos y observamos en sus regímenes políticos, en sus sociedades o en sus principios constitucionales, elementos que nos gustaría que asumieran como nuestros la propia sociedad a la que pertenecemos. Y sin embargo no somos capaces de entender que es en la participación social y política en donde se juega el futuro de nuestras ideas.
Participar o comprometerse con un grupo consiste en llegar a ese grupo con tu propia visión de cómo se han de hacer las cosas, pero también con la predisposición de escuchar a los demás y la voluntad de renunciar a algunas ideas propias a cambio de que otras se conviertan en ideas comunes. Consiste en renunciar al proyecto personal totalizador a cambio de unir fuerzas con otros que podrán tener también conocimientos técnicos o no, pero que se muestran dispuestos a generar un cambio en la sociedad a favor de unos principios políticos similares a los tuyos.
Es de esta forma como se cambian las sociedades, como las realidades políticas se modifican. Es de esta forma que los grupos en los que no participamos y no participaríamos jamás están implementando sus proyectos políticos, trabajando en contra de los nuestros, generándonos más indignación silenciosa, más desidia política y, sobretodo, más aislacionismo personal.
Considero, por tanto, que es necesario que participemos, que cada uno de nosotros escoja un grupo político en el que, por tradición personal, visión política o simplemente cercanía, pueda sentirse cómodo al participar. Quizás no coincidamos en la elección del grupo político en el que participar, pero siendo sólo uno, dos o tres no podríamos jamás constituirnos en un grupo capaz de cambiar la sociedad. Los tiempos de la vanguardia universitaria, donde un rotulador y un megáfono movilizaban al 90% de la comunidad han quedado muy atrás para nosotros. Y sólo existen dos caminos. Buscarnos un hueco en la sociedad que nos permita participar políticamente, ser actores y protagonistas de la acción política, o ser consumidos por nuestra indignación, desidia y absentismo social. Ya sabemos que participar tiene el precio de varias de nuestras ideas, pero el camino contrario nos lleva a quedarnos solos en casa, vestidos con nuestros harapos de escepticismo político, compartiendo quejas y refunfuños escépticos con otros como nosotros, y viendo cómo todo esto que se llama Estado y que tanto apreciábamos se pierde por el sumidero.