La huelga general puede considerarse un éxito, más allá de la batalla de cifras, si tenemos en cuenta la campaña impulsada para desactivarla por instituciones, formaciones políticas, con la única excepción de Izquierda Unida, contertulios de radio y televisión y editorialistas de prensa. No sé qué pasos dará a partir de ahora el presidente del Gobierno, ni tan siquiera sé si revisará, modificará o derogará la reforma laboral hasta alcanzar un pacto con las centrales sindicales, que pase por la creación de empleo estable y con derechos y no por su destrucción, mediante el abaratamiento del despido y la precariedad.
Tampoco sé si Zapatero dará por finiquitada la anunciada reforma del sistema de pensiones o seguirá adelante con esta propuesta, que pensaba aprobar este mismo año con la colaboración cómplice del PNV. Sin embargo, y pese a todas estas dudas que sólo el tiempo desvelará, tengo la convicción plena de que ayer ganó la democracia, pero sobre todo ganamos las personas, que hemos recuperado la ilusión, el espíritu de lucha y nuestra capacidad de rebeleranos contra la injusticia, los abusos y los engaños del PSOE. Y lo hicimos sin miedo ni a las amenazas de la patronal, ni a la presencia coercitiva de las Fuerzas de Seguridad.
En honor a la verdad, debo reconocer que tenía dudas sobre el alcance real de esta huelga general, pero, visto el resultado, sólo me cabe felicitar a todas las personas que la han secundado por su compromiso y su fuerza. Hemos superado el miedo, la resignación, el individualismo y la apatía que el establishment nos ha estado inoculando en vena con mensajes torticeros y tergiversados para hacernos comulgar con ruedas de molino. La manipulación del lenguaje y el uso y abuso de todos los canales de difusión ha sido de tal calibre que posiblemente haya generado el efecto contrario.
Somo unas sociedad más madura y concienciada de lo que creen, pero también de lo que creemos. Han jugado con la credibilidad de las centrales sindicales, han atacado a sus representantes legítimos e incluso han puesto en cuestión el derecho constitucional a la huelga. Y, contra todo pronóstico, esta estrategia no ha funcionado como planificaron. Al contrario, nos ha dado alas para seguir adelante. La huelga general es sólo un ensayo que nos debe ayudar a abrir los ojos y a sentir el orgullo que supone plantar cara a quienes nos condenan a un futuro incierto para preservar la especulación y los beneficios de la patronal y la banca.
Si queremos podemos decidir nuestro futuro frente a quienes como Zapatero se bajan los pantalones ante una llamada del Fondo Monetario Internacional y la Unión Europea. Un Gobierno ha de responder ante la ciudadanía a la que representa y no ante quienes aspirar a controlar el mundo desde sus torres de marfil, sin presentarse a unas elecciones democráticas. EL PSOE podrá escuchar los dictados del mercado, pero a quienes tiene que respetar y atender son a las personas que ayer secundamos la huelga general. El primer paso ahora es sentar al Gobierno con los sindicatos en una mesa de negociación con un folio en blanco.
Primero, porque tenemos razón; segundo, porque Zapatero ha incumplido su programa elctoral; tercero, porque el socialismo que llevan en sus siglas es, por definición, incompatible con el capitalismo. Y cuarto, y más importante, porque la política está al servicio de la ciudadanía y no al servicio del mercado. Tengo la convicción de que esta huelga general marcará un antes y un después en muchos ámbitos de nuestras vidas, y confío en que marque también un fortalecimiento de la izquierda política, que pasa necesariamente por la unidad de acción en torno a una proyecto ilusionante, plural, que sume voces y sensibilidades en los movimientos anticapitalistas, comunistas, federalistas, ecologistas, feministas, sindicalistas,…
Una izquierda abierta, sensible a las demandas sociales, comprometida con los principios de participación ciudadana, reparto equitativo de la riqueza, igualdad de todas las personas, concienciada con la sostenibilidad y la solidaridad con otros pueblos y países,… Hay un público que nunca ha confiado en el PSOE, ni en Felipe González, ni en Zapatero; gentes que recelan de las divisiones que sacuden a Izquierda Unida y le impiden crecer como debiera; no son una, ni dos. Son muchas y esperan con ansiedad una alternativa, que no nos obligue a pensar que el recambio del PSOE sólo puede ser el PP. A medida que la socialdemocracia hace la política de la derecha, la derecha ocupa el espacio de la extrema derecha. ¿Dónde queda entonces la izquierda? Yo lo tengo claro: en todas y en cada una de las personas que ayer hicimos huelga.