Soy una persona muy organizada, ordenada
hasta casi la obsesión, que le vamos a hacer, nadie es perfecto. Y cuando el
pequeño Rayo llegó a esta familia me
descolocó todo mi orden. No era el desorden del hogar –que lo había y mucho-, la locura de
comidas o hasta la higiene personal –qué difícil era ducharse en aquel
entonces-. Es que confundía la noche y el día. Igual daba que luciera el sol o
la luna, porque nuestros horarios
eran los mismos. Teteando día y noche, se fueron pasando las semanas y hasta
los primeros meses. Sigue leyendo.