Hotel Granada XVIII.

Publicado el 09 mayo 2010 por Adolfo Morales

18El Teatro Mora
Muy cerca de “mi casa”, hacia el muelle, en la calle Gravina se situó el desaparecido Teatro Mora. En aquel solar, se construyó un bloque para viviendas, en el que años más tarde casualmente, vivió parte de la familia del conocido pintor Pedro Gómez.
Llegar exhausto desde mi casa a la cima de la ciudad, lo que llamamos el Cabezo de El Conquero, si es al atardecer y coincidiendo con la puesta de sol, envuelve al paisaje en unas tonalidades que van desde los amarillos azafrán, miel y mostaza del suelo, en trenzada conjunción con el celeste del cielo, los verdes cactus de aloe vera y las chumberas con sus frutos, según que temporada: verdes, morados o ámbar, defendidos por multitud de espinas.
Ser capaz de coger una “higo chumbo” con la sola habilidad y destreza de tus dedos, sin llenarte de espinas, era un signo de madurez, un reto, un juego más. Y a decir verdad, el premio además del honor de haber cumplido con el ritual, era exquisito y refrescante.
Hoy se le tiene como un fruto marginal, en cambio a mi me sigue encantando su sabor y textura. Aunque siempre estuvo en nuestro paisaje, nadie sabe a ciencia cierta si vino o ya estaba aquí. Lo que es seguro es que ya existía en el continente americano antes del descubrimiento.
Nos puede ocurrir como con el aloe vera, para nosotros “pitas”, a las que jamás se le prestó atención alguna y al igual que a los riquísimos higos chumbos se le consideró una planta de segunda. Bendita ignorancia la nuestra. A decir verdad, aquel ritual, terminaba las más de las veces con decenas de micro espinas clavadas por todas partes. Alcanzado el éxito en alguna ocasión gloriosa, no eximia de jugar a esa otra “ruleta rusa”, en un refrendo de la valentía ya consagrada, con distinta suerte.
El único modo de aprender era ese. Superar el pulso y extraer sin pincharte el refrescante fruto. Para ello, la premisa sería la de mantener un absoluto control de los movimientos, dirigir la mano sigilosamente a través de la chumbera, y una vez seleccionado el fruto, no moverse ni un centímetro, ni respirar, pues llegado ese punto todo el cuerpo está a merced de miles de púas de diferentes tamaños. Una vez tomado contacto con el higo, y cuidándose de no situar la yema de los dedos sobre las protuberancias que le protegen, se presiona ligeramente, y se comienza a girar para extraer de la hoja el mismo, y es en ese punto, cuándo suele producirse la desazón de perder la apuesta, ante la urgencia de lo palpable y la prisa por acabar cuanto antes. No serán ni una ni dos, las veces que el fruto caiga, perdiéndose en el interior de la planta. En ese momento desesperación hay que seleccionar otro, y volver a intentarlo. Nunca entendí muy bien aquello de las rosas y las espinas, pensé muchas veces si el poeta que escribió aquello, no habría cambiado la alianza de conocer como nosotros las chumberas. Esas sin son espinas.   ....

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