Avda Pere Matutes Noguera 107
07800 Playa d'en Bossa - Ibiza (Islas Baleares)
Habitación: 650 Fecha de entrada: 18/05/2018 Tarifa: En el corazón de la Playa d'en Bossa, a orilla del mar, a un paso de las discotecas y clubs más importantes de la ciudad, rodeado de supermercados, tiendas de recuerdos, restaurantes... encontramos este mastodóntico hotel. Seis alturas. Completamente blanco de día, morado de noche. Una pequeña zona de aparcamiento con un descuidado jardín nos dejan a los pies de una amplísima y nueva escalera protegida bajo una techumbre sujetada por unos troncos. Media docena de escaleras nos dejan en una ante recepción con un par de tiendas a la derecha. Suelo blanco. Techo alto también blanco. Mucha luz y mucho blanco. Enfrente una gigantesca pantalla con llamativas imágenes de hoteles de la cadena y de paisajes de la isla. Música alta.
Un poco hacia la izquierda se abre la inmensa recepción. Un enorme espacio. Descomunal. Techo no muy alto. Paredes de cristal con vistas al mar. Un montón de sofás y butacas blancas. Gente gritando, follón. A la izquierda un larguísimo mostrador con varios puntos de trabajo marcados por enormes pantallas de ordenador. La trasera de la recepción es una larga pared revestida con láminas de madera y algunas pantallas blancas que ofrecen información del hotel. Sobre el mostrador una larga lámpara que queda quizá demasiado baja y agobia un poco.
La acogida es industrial. Lenta. Copia del DNI, fotocopia, todo como muy rápido, procedimental, sin atención. Mucho jaleo. Lo hacen entre dos chicas, pero aún así, un rato. Hay que pagar la tasa turística. Pues quiero factura. Por fin nos da la tarjeta de la habitación, sin personalizar, pone la marca de la cerradura, pero no del hotel. Nos explica el funcionamiento del wifi que es veloz y gratuito en todo el hotel. También el horario del desayuno, y del check out, que es a las 11.
Seguimos hacia el interior del hall en busca de los ascensores. Los encontramos al fondo. Junto a unas máquinas de vending y a algunas tragaperras. Hay tres. Modernos. En el suelo un vinilo de hierba. En la pared del fondo, una foto sugerente de una joven en la puerta de un local ibicenco. En las otras, espejos. Las puertas se abren a un gran distribuidor Redondo con una gruesa columna en el centro. Techo bajo. Todo blanco. Mal pintado, como rápido y sin cuidado. Suelo de linóleo gris. Grandes fotos de chicas en paisajes de la isla. A ese distribuidor se abren tres pasillos con las habitaciones, la escalera y media docena de habitaciones. Entre otras la nuestra. Puertas de madera clara imitando rústico.
Tras la puerta ya se adivina un espacio pequeño. Pequeñísimo. La puerta, algo destartalada en su interior se cierra lentamente con una bisagra que hay en el centro en la parte superior. A la derecha hay una ranura para meter la llave y activar la luz. La mitad de las veces, no funciona. Hay que meterla muy agresivamente para que se active.
Suelo de porcelana clara y paredes pintadas en blanco con escaso cuidado. Se notan brochazos, pegotes de cemento por debajo de la pintura... En el techo un punto de luz fría, casi hospitalaria. A la derecha, la puerta del baño. Vieja, pero repintada en blanco. Dos pasos más allá encontramos el minúsculo dormitorio. Antes de él, un display para el aire acondicionado. Es antiguo y le faltan algunos trozos de los botones para un mejor uso. Selector de potencia y rueda para regular la temperatura.
La pared del fondo está rematada con una generosa terraza con una silla. Antes de ella, un visillo blanco y un foscurit gris que no sirve para nada. En cuanto se hace de día, la luz ibicenca lo inunda todo. Desde bien temprano. Casi compensa dormir con las cortinas abiertas y al menos disfrutar de las majestuosas vistas al mar y a la ciudad. Aunque por la noche, una luz morada reviste de ese color toda la fachada del hotel.
Junto a la cama, en un estrechísimo espacio encontramos el armario de puertas destartaladas pintadas en blanco. Dentro otra almohada, el edredón, una caja fuerte, algunas baldas y tres perchas de plástico negro antirrobo.
Por la mañana en un ruidoso comedor bastante desangelado se ofrece el desayuno. Mesas blancas y ruidosas sillas de madera se arremolinan en torno a una consola central donde se ofrecen varias máquinas de zumo, y varios puntos con embutidos y fiambres, frutas cortadas, platos calientes (salchichas, bacon, nuevos, judías...) y un surtido de bollería. Además un tipo ofrece showcooking de las especialidades que uno desee. En general la calidad es justa y la presentación poco atractiva. Y el ruido y el griterío, molesto. Menos mal que la enorme cristalera ofrece increíbles vistas al mar y a la playa.
La salida y despedida es inexistente. Como no hay minibar no tienen nada que preguntar. "Dejo la 650" . "Pues muy bien" . Pues eso. Que adiós. .
Calidad/precio:
Servicio: 6
Ambiente: 6
Habitación: 6
Baño: 7
Estado de conservación: 7.5
Desayuno: 6
Valoración General: 6.5