Hace muchos años (calculo que más de quince) leí La leyenda del santo bebedor (1939) de Joseph Roth (Brody, antiguo Imperio Austrohungaro, 1894 – París, 1939). Fue un libro al que me acerqué con grandes expectativas y con el que no acabé de conectar. Sentí deseos, sin embargo, de volver con Joseph Roth (con él en el blog ya tengo comentados a los tres grandes escritores judíos apellidados Roth: Phillip, Henry y Joseph) cuando la editorial Acantilado comenzó a reeditarlos. Una profesora de lengua del colegio donde trabajo me dejó un día esta novela, Hotel Savoy, sin posibilidad de rechazo. Una alumna le devolvía el libro y ella me lo dio a mí. Me lo llevé a casa. Leí en internet que no era una de las novelas más destacadas de Joseph Roth y lo fue dejando. Llegó un momento en el que estaba seguro que a mi compañera del colegio se le había olvidado que me había prestado el libro, así que mi culpa por no leerlo fue disminuyendo, hasta este verano, cuando ya me pareció que debía devolverle el libro y sería una indecencia hacerlo sin haberlo leído. Después de todo este tiempo aguardándome, la lectura de Hotel Savoy ha sido una grata sorpresa, me ha gustado mucho.
El protagonista y narrador de Hotel Savoy es Gabriel Dan, un joven judío –originario de Viena- que ha participado en la Primera Guerra Mundial. Después de luchar en las trincheras y permanecer tres años en un campo de prisioneros en Siberia ha sido liberado y ha vuelto a Europa caminando, trabajando por alojamiento y comida por el camino. Por fin ha llegado a “la ciudad”, un lugar que está ya en Europa pero que nunca se especifica dónde, aunque por las referencias que se dan ha de estar cerca de Polonia o Rumania. Especulo que puede tratarse de Brody (o una proyección), ciudad natal de Roth: dentro del antiguo Imperio Austrohungaro, situada en el reino de Galitzia, una región entre las actuales Polonia y Ucrania. Brody está actualmente en Ucrania, y a principios del siglo XX vivía allí una gran comunidad judía, algo coherente con las calles descritas de esta ciudad –a la que no dejan de llegar expatriados- en el libro.
Gabriel Dan ha conseguido ahorrar algo de dinero por el camino y alquilará una habitación en la planta séptima (las últimas plantas son las que ocupan los más pobre) en el hotel Savoy. Gabriel parece un joven alegre, lleno de deseos de vivir, aunque los recuerdos del pasado le asaltan continuamente: “Aún veo los barracones amarillo que cubren una blanca superficie como sucias costras; aún me parece saborear la última chupada de una colilla encontrada en cualquier parte…, años de peregrinaje, amargura en las carreteras…, campos de terrones endurecidos por el frío, que me lastiman los pies.”, leemos en la página 74.
En la ciudad Gabriel tiene la intención de visitar a un tío rico, que le acabará regalando algún traje, pero nunca el ansiado dinero. Este tema, el de la espera perpetua, en cierto modo me ha recordado a Franz Kafka, pero imagino que esta es casi una asociación libre que establece mi mente entre dos escritores judíos de la misma época, centroeuropeos y que escriben en alemán. El tema de la identidad judía está muy presente en la novela: “Penetramos en un pequeño callejón. Hay judíos que pasean por el centro de la calzada, llevan paraguas de puño retorcido plegados de un modo ridículo. Se quedan parados con el rostro pensativo o andan incesantemente de un lado para otro. Aquí desaparece uno, allí sale otro de un portal, mira inquisitivamente a izquierda y derecha y comienza a andar lentamente. Como sombras mudas, los hombres van pasando; es como una reunión de fantasmas, de gente muerta mucho tiempo atrás y que vagan por esta callejuela. Es un pueblo que lleva miles de años vagando por callejones estrechos.” (pág. 47) “Después volvimos a casa con Stasia. Escogimos callejuelas tranquilas; mirábamos las estancias a través de las ventanas iluminadas; eran viviendas míseras, en las que niños judíos comían pan con rábanos y hundían la cara en grandes calabazas.” (pág. 59)
Gabriel Dan va conociendo a los habitantes del Hotel Savoy: “El Hotel Savoy era como el mundo; hacia el exterior irradiaba una poderosa ostentación; la magnificencia parecía imperar en los siete pisos, pero en el interior habitaba la pobreza. Los pobres estaban en la parte de arriba, enterrados en tumbas bien ventiladas, y las tumbas se amontonaban sobre las cómodas habitaciones de los ricos, instalados abajo, tranquilos y holgados, sin preocuparse por los ataúdes de frágil construcción.” (pág. 42) Como puede observarse en el párrafo anterior, la crítica social está presente en el libro. De hecho, la Revolución Rusa ha tenido lugar hace muy poco tiempo y los industriales de la ciudad temen que sus ideas se expandan por el resto de Europa. Desde que Gabriel ha llegado al hotel Savoy los obreros de las fábricas de la ciudad están en huelga, y en cualquier momento puede estallar la tensión social que se va acumulando. Para contribuir a esto, Gabriel se va a encontrar en la estación de trenes con Zwonimir, un antiguo compañero de armas y de cautiverio con el que empezará a compartir su habitación en el hotel. Zwonimir está muy politizado (“Quiero hacer la revolución aquí” le dice a Gabriel en la página 86) y se dedicará a expandir ideas revolucionarias por la ciudad. Gabriel al principio hablará de sí mismo como de un ser solitario y egoísta (pág. 86), pero en la página 100 señala: “He dejado de ser un egoísta.”, algo que le ocurre después de empezar a trabajar como mozo de carga en la estación de trenes y compartir fatigas con sus compañeros.
En algunos casos, la crítica a la situación social que hace Roth parece evidente: “Era una fábrica de cepillos de cerda. Se quitaba el polvo y la suciedad de los pelos del cerdo, y con ellos se hacían cepillos que servían para limpiar otras cosas. Los trabajadores, que se pasaban el día limpiando y cribando las cerdas, tragaban el polvo, cogían hemoptisis y morían a los cincuenta años. Había toda clase de normas higiénicas; los trabajadores tenían que llevar careta; las salas de trabajo tenían que tener tantos metros de altura y tantos de anchura, las ventanas tenían que estar abiertas. Pero la renovación de la fábrica le habría costado a Neuner más que si hubiera pagado un doble subsidio por cada hijo de sus trabajadores. Por ello, cuando moría un obrero, llamaban al médico militar. Y éste certificaba por escrito que este no había muerto de tuberculosis ni tenía la sangre envenenada, sino que había sufrido un ataque cardiaco. Eran una casta de individuos enfermos del corazón; todos los obreros de Neuner morían de «insuficiencia cardiaca». El médico militar era un buen hombre.” (pág. 108-109)
Pero la literatura de Roth no es en ningún momento panfletaria; por el contrario, los personajes son muy ambiguos y por tanto muy humanos. En contraste con los conflictos obreros, en la ciudad se espera (de nuevo la espera kafkiana) con ansiedad la llegada de Bloomfield, un emigrado de la ciudad, que se ha hecho rico en América. Cada año regresa a la ciudad y todos sus habitantes piensan que les va a poder ayudar con sus negocios.
Gabriel que llegó a la ciudad esperanzado, con deseos de olvidar los años de guerra, prisión y peregrinaje, que por un momento parece que va a conocer el amor de manos de la bailarina Stasia, vecina de hotel, parece ir sucumbiendo al desencanto, a la desesperanza, a la molicie de la ciudad.
El estilo de Joseph Roth me ha parecido muy ligero. Con unas pocas pinceladas describe una calle, una fábrica, una planta del hotel, y entremedias Gabriel reflexiona sobre lo que ve. El fresco humano descrito en la ciudad (expatriados, empresarios, obreros, judíos pobre y ricos…) es muy vivo. El sentido del detalle y del ritmo es apabullante. Hablaba de ligereza, de esa ligereza que casi siempre asocio a la literatura norteamericana y que me ha parecido tan eficaz para levantar el mundo propuesto.
Lo dije al comienzo: Hotel Savoy no es de las novelas más famosas de Joseph Roth y me ha gustado mucho. Ya he visto que en una de las bibliotecas que frecuento tienen casi todos los libros que en Acantilado ha publicado de este autor. Tengo ganas de acercarme a ellos.