Hoteles literarios

Publicado el 29 junio 2015 por Elena Rius @riusele

El verano invita a hacer la maleta y tomar el portante. Cambiar de aires y de rutina. Sustituir las estancias familiares -ya muy vistas- por una habitación de hotel. ¡Hay que ver lo sugerentes y novelescos que resultan los hoteles! Durante unos días, se comparte una cierta intimidad con perfectos desconocidos, ellos también de paso. Te topas con ellos en el ascensor, en el desayuno -estos seguro que salieron de fiesta ayer, mira qué mala cara traen-, en el mostrador de recepción, intercambias algún saludo, haces cábalas sobre las relaciones que los unen y sobre su procedencia. No sabéis nada unos de otros, pero estáis condenados a veros a menudo. La situación perfecta para imaginar complicadas historias, o quién sabe si para vivirlas...
Es lógico que los hoteles se hayan convertido en el escenario preferido de tantas tramas literarias. Lo primero que viene a mi mente es la imagen del lujoso y decadente hotel del Lido, donde el pobre Von Aschenbach era incapaz de sacarle los ojos de encima al bellísimo Tadzio. Thomas Mann -que imagino frecuentaría estos establecimientos- supo hacer buen uso de ellos (La montaña mágica, de hecho, es una variante, en la que el hotel se ha convertido en un sanatorio de montaña). 

Un ambiente parecido -aunque menos lujoso-encontramos en los cuentos que componen el volumen de Katherine Mansfield En un balneario alemán. Además de diseccionar con un ojo agudísimo los tipos humanos que pueblan esa modesta pensión -los posibles de la Mansfield no estaban a la altura de los del patricio Mann-, la autora aprovecha estos relatos de claro trasfondo autobiogràfico para reírse un rato de los alemanes. Y eso, justo antes de la Gran Guerra...

De estos encuentros fortuitos, con desconocidos que quizás no volvamos a ver, nacen a veces insólitas confidencias. Como la historia que le cuenta en una pensión de la Riviera una señora entrada en años al narrador de Veinticuatro horas en la vida de una mujer, de Stefan Zweig. Por supuesto, los hoteles no dan pie sólo a relaciones más o menos turbias entre sus huéspedes, sino a veces a asuntos más truculentos. De esto sabía mucho la gran dama del crimen británica, Agatha Christie. Aparte de poblar casas solariegas y tranquilos pueblecitos ingleses, sus asesinos actúan también en hoteles, ya sea locales -como en En el hotel Bertram- o extranjeros -como en Misterio en el Caribe-. 
Arnold Bennett, por su parte, llevó su afición por la vida de hotel hasta dedicarles no una, sino dos novelas -El Gran Hotel Babilonia e Imperial Hotel-, ambas inspiradas en un hotel real, el Savoy de Londres, del que Bennett era asiduo. Porque -pensaría el bueno de Arnold- pudiéndose alojar en un hotel tan excelente como el Savoy, ¿quién querría salir de él? (Por cierto, si alguien desea saber más sobre este autor tan injustamente relegado y sus obras, varios blogueros nos ocupamos de él aquí.)
No todos los hoteles, sin embargo, son tan cómodos como el Savoy. Sin duda algo de esto debió de padecer E. M. Forster, que arranca su inolvidable Una habitación con vistas con las quejas de unas turistas ingleses acerca de las habitaciones de la Pension Bertolini en Florencia.
Pero me doy cuenta de que nos estamos adentrando en pleno territorio nostálgico. Ninguno de estos hoteles, ni el lujoso Savoy, ni las sencillas pensiones alemanas, tiene mucho que ver con la asepsia y funcionalidad de las cadenas hoteleras de hoy en día. A la hora de decidir un destino, tal vez sea preferible guardar la maleta, cerrar la página de Tripadvisor, y encaminarse a la librería, donde los hoteles que se nos ofrecen son infinitamente más interesantes.
(Soy consciente de que en esta relación de hoteles literarios faltan muchos que merecerían aparecer aquí. Quien lo desee, encontrará más sugerencias en el blog de Bibliomanías y otros desvaríos, a quien agradezco la idea para confeccionar este post. ¡E invito a mis lectores a aportar también sus "hoteles literarios"!)