El príncipe de Maquiavelo.
El tema de las series políticas siempre ha dado mucho juego (no nos pondremos ahora aquí a recordar el Sí, primer ministro), pero a finales de la década de los noventa y principios del 2000 hubo un auténtico boom con dos series tan potentes como El ala Oeste de la Casa Blanca y The wire. La primera estaba centrada en los empleados que pululan a diario por la Casa Blanca y fue, en cierto modo, una adelantada a su tiempo. En cuanto a la segunda, estaba más centrada en las escuchas policiales, pero la política también jugaba un papel relevante en la trama y es considerada por muchos como una de las mejores series de todos los tiempos. Una vez acabadas ambas hubo como una especie de período de duelo en el que pocas producciones se decantaron por la política, suponemos, debido al miedo de las comparaciones odiosas. No obstante todo parece apuntar que el duelo ha terminado y muchas han sido las cadenas que han apostado recientemente por esta temática con títulos como: Veep, The Boss, Political animals, The Scandal y, por supuesto, House of cards.
La trama de House of cards gira alrededor del congresista de los Estados Unidos Francis Underwood quien, cual Ferris Bueller cualquiera, no tendrá ningún reparo en dirigirse al espectador, hablándole directamente a la cámara, para mostrarnos como funcionan los engranajes del poder, convirtiéndose en nuestro anfitrión a través de una visita guiada por las cloacas de Whashington.
La serie empieza con un “zas en toda la boca” a nuestro congresista cuando, después de ganar su partido las elecciones, se le negará un alto puesto en el ejecutivo que él consideraba haberse ganando con creces después de los meritorios servicios prestados. Será entonces cuando Francis empezará a tramar un complejo plan para lograr saciar sus ansias de poder, que incluirá aprovecharse de quien haga falta, destruir a quién se interfiera en su camino y someter a sus rivales políticos más directos, a base de arducias, mentiras, sobornos, trapicheos y todo tipo de juego sucio. Esto es política señores, y toca ensuciarse. Así pues, su primera medida será la de utilizar los medios a su favor, usando a una joven e inexperta periodista a quien le empezará a filtrar información privilegiada en lo que se convertirá en una fructífera sociedad para ambos.
House of cards es la primera serie original de la plataforma de descargas legales Netflix (y viendo los buenos resultados obtenidos pueden ir apostando que no será la última). La serie es un remake de la serie inglesa homónima de la década de los ‘90 y que, a su vez, se basaba en una novela escrita por Michael Dobbs (a quién también encontramos en la producción lo que, en principio, debería darnos buenas vibraciones). Lo primero que llama la atención de House of cards es la gran cantidad de nombres importantes que encontramos en todos los apartados, lo que hace suponer que no se ha reparado en gastos a la hora de afrontar el proyecto. El trío protagonista son Kevin Spacey (el despiadado congresista y personaje estrella de la trama), Robin Wright (que interpreta a su fría y calculadora esposa) y Kate Mara (como la joven periodista difícil de domar). Entre los directores encontramos a David Fincher y Joel Schumacher, entre otros habituales del cine. Habrán notado ya que todo el conjunto desprende un tufo a pantalla grande que tumba.
Los capítulos buenos de House of cards son muy buenos, mientras que sus capítulos malos no están nada mal. Y es que el listón se coloca muy alto nada más empezar, con los dos primeros capítulos dirigidos por David Fincher y, a pesar de que pasada la mitad de esta primera temporada uno tiene la percepción de que algunos capítulos bajan en intensidad, hay que reconocer que, en general, el nivel es bastante alto. Mención aparte merecen unos personajes atrayentes y bien escritos, situados dentro de una retorcida historia de lucha de poderes. Lamentablemente la historia en alguna ocasión desvía sus objetivos hacia subtramas de un tono más erótico-festivo que lastran más el guión que el picante que pueden aportar. Y es que de poder va la cosa, más que de política propiamente, de la atracción que genera y del camino que hay que recorrer para hacerse con él y que, de forma indefectible, les llevará a preguntarse si el fin justifica los medios. No haría falta ni decir que la respuesta del protagonista de la serie es que la propia formulación de la pregunta es ya, en si misma, una estupidez.
Resumiendo: La política cruel (¿existe de otro modo?) vuelve a la pequeña pantalla con una fuerte apuesta que no dejará indiferente a los aficionados al género.