House of Cards – Review de la temporada 6

Publicado el 28 noviembre 2018 por Proyectorf @Proyectorfant

Donald Trump es el culpable

Sí. A veces hay que hacer algún enunciado fuerte. Donald Trump nos arruinó House of Cards. ¿Qué? ¿Qué Kevin Spacey y sus acosos fueron responsables? Pero, ¡por favor! Esto ya venía en decadencia con él dentro del programa, su personaje ya había cumplido un ciclo, sus maquiavélicos planes ya eran previsibles y sin rivalidad.

Fuera de la exageración y que algo de eso sentimos, la serie en sí sufrió varios percances que generaron una merma en su calidad y en la credibilidad de sus argumentos. Analizarlos uno por uno no tiene sentido en una review de la sexta temporada, pero en la visión general se puede decir que la serie fue perdiendo el eje más allá de los hechos de público conocimiento.

Por supuesto que en parte los acosos de Kevin Spacey generaron una caída fuerte en la serie. Sin embargo, no fue el único problema a nivel argumental. Sí, fue muy fuerte ver la ausencia total, sin una imagen o un sonido siquiera del anterior protagonista. En eso no hubo piedad. Su influencia y su importancia eran difíciles de borrar pero el plumazo fue violento. Quizás como forma de redención, House of Cards haya utilizado la exposición de la brecha feminista (a nivel autoridad) para lavar las culpas con las dificultades iniciales que atravesó la presidencia de Claire Hale (ex Underwood).

Las culpas de Underwood son una excusa

Más allá de eso, la sensación que dejó la serie es que el camino elegido para la confrontación no fue incorrecto, visto estructuralmente. El enemigo se empezó a gestar en la temporada anterior; Claire y Francis ya habían roto relaciones en su final, Doug había pasado a la clandestinidad y varios personajes habían perdido importancia y fuerza. Los hechos tienen lógica y hasta podrían ser creíbles.

El gran problema de estos ocho capítulos de House of Cards fue el desarrollo y la presentación de esos hechos. Momentos que deberían explotar de dramatismo y fuerza narrativa, se perdieron en la intrascendencia. Todo muy así nomás.

La explicación de acciones y elementos claves carece de credibilidad, ya sea temporalmente o en la lógica de las rivalidades, sobre todo en Doug, cuya lealtad pendular a su conveniencia (pero firme y tenaz con Francis) por momentos no se entiende.

También entre los némesis casuales de esta sexta temporada, los herederos de Shepherd Unlimited, una compañía multimillonaria que influyó históricamente en la Casa Blanca ganando contratos claves. De un momento a otro, ya directamente en un mismo capítulo, pasan de tener todo controlado a quedarse sin el pan y sin la torta. Lo que en las temporadas anteriores era cocinado a fuego lento, a raciones de pequeñas victorias y derrotas en el medio de una gran guerra, aquí pasa de 0 a 100 sin ningún tipo de cuestionamiento por la brutalidad de cambio.

El liderazgo de Claire

Entre lo bueno podemos decir que estéticamente, la serie mantiene su calidad, Claire supo cubrir el liderazgo de esta temporada 6 y le otorgó otro matiz, sin pesarle el rol de la maldad y la estrategia maquiavélica. A diferencia de Francis, parece actuar con mayor autonomía y maneja mejor a la opinión pública, aunque la falta de su monje negro (como lo era Doug para Underwood) es más que evidente, y también es un síntoma de la diferencia que quiere marcar con su liderazgo político.

Sin embargo, lo que pudo haber sido un cierre digno, sobre todo porque la historia no estaba tan desconectada de lo que había ocurrido previamente, fue desaprovechado. Con personajes e historias fuertes que no atrapan la atención (por ejemplo, la historia del hijo de Annette Shepherd -Diane Kane-), otros cuya influencia y potencial fue desperdiciada sin más - como los casos de Jane Davis (Patricia Clarkson) y Tom Hammerschmidt (Boris McGiver), personajes que cambiaron su esencia, como Mark Usher (Campbell Scott) o casos que fueron presentados sin pena ni gloria, como el caso de la vlogger política que pasa de enemiga a aliada en 2 capítulos.

Los problemas de la coyuntura

Por otro lado, si bien no hay necesidad de que House of Cards esté atada a la realidad política de los Estados Unidos, la irrupción de Donald Trump empezó a descolocar a la serie en ese aspecto. La presentación de Will Conway (Joel Kinnaman) en las temporadas anteriores rompió con esa posibilidad, pero directamente anularon cualquier tipo de correlación con los tejes y manejes del poder político en Washington y, sobre todo, en el Congreso.

Esas dos cuestiones que eran lo atractivo de Francis Underwood se fueron diluyendo. De la negociación, la rosca y las traiciones solo quedó esto último, dejando a la serie sin su capital más importante: la fantasía de conocer el funcionamiento de la mente de un político voraz y ambicioso.

La serie fue cada vez más hacia la ficción pura pero en el medio perdió credibilidad y verosimilitud. Sí, es cierto, en la tensión de Trump con Corea del Norte temimos todos por la cercanía de presionar el botón rojo nuclear. Y en la serie pasa algo similar. Sin embargo, lo que en las otras temporadas fue un recurso excepcional, aquí fue presentado sin escrúpulos y sin aparentes consecuencias.

¿Qué dejó House of Cards?

Fuera que estos párrafos no hayan sido muy benévolos, teniendo en cuenta que no me explayé en el final definitivo de la serie que fue lo que más me decepcionó, debo decir que mi postura en general es la de disfrutar el camino y no el final de esta clase de productos. El cierre no anula los grandes momentos y la dificultad de no contar con el personaje central es un factor de vital importancia para juzgar House of Cards.

Por otro lado, más allá de sus repudiables acciones, Kevin Spacey era un actor hecho para esta clase de roles y la ausencia de su maldad en esta sexta temporada le quitó a Robin Wright la posibilidad de conducir y de brillar con más potencia, en un final cuya única razón de ser visto es para admirarla a ella haciendo de anti-héroe maquiavélica y la necesidad de saber como termina.