- No les hace falta ningún regalo a los profesores -insiste la joven. La otra le ha contado cómo la clase se ha ido organizando para tener un detalle con la profesora de los pequeños- porque es su trabajo. A mí no me regalan nada por trabajar.
La otra se remueve en su asiento, quizá asombrada por la sincera de su amiga. A mí todo me huele a buenismo, pero la conversación es pública e interrumpen mi lectura, mientras espero a que Niña Pequeña salga de su clase de natación. Comentan las dos de jabones, fulares y pequeños bolsitos playeros, ella sin mucho entusiasmo -quizá su hijo suspende, habla en clase, le pusieron una llamada de atención por escrito-, la otra arrimada al detalle.
Hoy recordé a ella y a la otra, pues fue día de entrega de notas finales en el colegio, correos de familias, algún buen deseo de verano, gracias furtivos -que no se note mucho- de unos pocos alumnos y de sus padres y madres. Me regalaron un jabón. Un pequeño fragmento de jabón cuadrado, blanco y cremoso, que huele a fruta y a aceite natural y promete suavidades y brillos; casi puedo hundir mis dedos en su cuerpecito de pez y dejarlos desaparecer poco a poco en fruto y mantequilla. Si fuera cera, podría pintarme.
Moldearlo.
No me hace falta el trozo de jabón, de tienda natural ecológica. Pero habla de detalle familiar, recuerdo, gracias, estamos contigo, paciencia, hacer lo que se pueda, querer lo que se debe en forma de crema afrutada y abrazo aromático.