Revista Talentos

Hoy en ReseñasArte: MAP, por Kadmillus Haimrich

Por Resenas

Y nos volvimos a encontrar. Y viajaba mucho para verte. Y llegaba tarde en la noche. Cajicá. Y era complicado mirarte. Pero tus ojos y los míos hablaban de que era posible y de cómo y cuándo. Luego simplemente no estuviste más sola y alguien más estuvo en tus terrenos. Compartíamos tus risas, tus miradas, tus sonidos, mi presencia. Una llamada telefónica. Tus pasos alejándose y los míos queriendo seguirlos al rincón donde ocultas ahora tus conversaciones. Pero no. El alter que nos acompaña, que te acompaña y que fracciona la pureza de la proporción de mi estar contigo (de nuevo, empezando, creyendo, estando, por fin), intenta retenerme en alguna conversación idiota. No puedo dejar de sentirme incómodo. Algunas escenas perdidas y difuminadas. Tu regreso. Esos ojos que me revuelven el estómago. El asco de no poder evitar saber que algo sucede. Casi de oler qué sucede. De que, de nuevo, lo ocultes. Mi mirada termina los diálogos. La tuya finge seguir interesada. Asco de nuevo, no sabe fingir. Me siento descolocado, la incomodidad llega al borde. Se perdió una secuencia y me presiento corriendo tras de ti por una explicación que de antemano se que nunca llegará, que no existe, no para mí. Yéndonos, los tres. La calle. Alguien viene a sumarse. Pero mañana, para quedarse. No sólo siento incomodidad, parece ser que la genero. Comunicación en código a través mío. Mis pesadas, numerosas e insignificantes pero atesoradas pertenencias están en aquel departamento, chico. Quieres irte con el cuerpo que interrumpe nuestros diálogos. ¿Y mis cosas? Debo regresar y sacarlas. Quiero saber quién viene. Oí que llega a las 8, y que se puede quedar. Percibo la incomodidad de la posibilidad de tener que hablar del tema. Has decidido no subir al auto que ahora ya se ha llevado el otro cuerpo. Rapto tus llaves, y regreso por mis cosas. Tienes tus llaves de vuelta e insistes en irte. Nace la peor de las preguntas. Muere la peor de las respuestas. Ante tu silencio, insisto en recuperar mis pertenencias, las de mano, para poder regresar a casa. A mi casa. Por alguna extraña razón mi organismo vuelve a parir la peor de las preguntas. En un segundo, el encuentro de miradas, lo posible y lo imposible, la belleza y las ganas. Todo. Todo vuelve a aparecer, sólo para presenciar lo rápido que puede desaparecer. Para burlarse de mi minúscula existencia y del show más intenso de sufrimiento que un alma pudiese soportar con apenas una palabra. Una respuesta. Tus ojos ceden, entregan las llaves y, sin más, dicen su nombre. Él es el invitado. Mis ojos se abren de inmediato. Estoy bocabajo en mi lecho. Lejano. La incomodidad, tristeza y demás invitados de ese mundo también están acá. Apenas logro dar un par de pasos, y no puedo evitarlo, vomito todo. Y mis lágrimas no paran de salir. Ya, ahora, simplemente, no es posible. Sal de mis sueños, o respeta que son míos y déjame soñar lo que yo quiera. Y por favor, en ellos nunca más digas su nombre. El ardor en la boca del estómago (fisiológico, evidentemente), que me hace vomitar de tristeza, debe irse. Y ahora me pregunto cómo sacar tu imagen, la imagen de ti que en mis sueños construí, porque hasta esa imagen me lastima. En mis propios sueños. En estos días he pensado tanto en ti…
*Kadmillus Haimrich es un otrónimo. Escribe -a veces-; vive -cuando escribe.


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