Hoy estoy enfadada; quizá lo estaba ayer y me hervía la sangre, pero el cansancio del día me impidió sentir cómo la sangre hervía por las venas y todo mi alrededor se volvía rojo.
Hoy me levanté con relativa poca gana y menos deseos de trabajar, pero luché contra la almohada y las sábanas que se retorcían -malditas- entre mis piernas.
Hoy quise saludar los restos de nieve desde mi ventana y fotografiar los primeros copos blancos de los almendros cercanos a mi casa.
Hoy decidí no ser prudente ni discreta -y creo que nunca lo fui- y proclamar en cuatro direcciones que no consentiré más daño cercano a mi alrededor.
Hoy coloqué el libro de mi mesilla de noche un poco menos esquinado, para que no se cayera, y dejé preparado el siguiente, ese que compré hace dos días.
Hoy, ahora, en fin, intentaré olvidarme del egoísmo de alguien no cercano, pero sí ignorante de que estoy cerca, de sus insultos y amenazas, para concentrarme en lo que sé hacer.