Hoy Madrid se despertó con ganas de regalar amaneceres mágicos a los valientes que izaron las velas antes de que el Sol comenzase su jornada. No fue más que una de esas mañanas corrientes que desprenden magia para todos los que se atreven a mirarlas con los ojos de un niño y aun así yo pude apreciar detalles distintos en el rocío de la primavera.
Hace tiempo que la realidad ha dejado de importarme. Cambié las malas nuevas de cada mañana en coche por las canciones de letras capaces de crear sonrisas. Trunqué las melodías de los pájaros gritando más fuerte que ellos y reuní todo mi valor para disfrazar de arco iris la rutina.
Hoy Madrid tenía magia. No se notaba en su viento ni en su color, pero todos los que quisimos fuimos capaces de apreciarlo. No era un hechizo al uso, sino uno de esos que se invoca con cerveza en compañía de las personas que dibujan un futuro mejor, un futuro que quieres convertir en presente.
Quizás estas palabras sólo sean parte de la brisa con la que mecía las esperanzas. Puede que en tres centésimas de segundo no sean más que recuerdos felices, pero no hay historia más importante que aquélla que te hace dibujar corazones en el vaho de la fría mañana y hoy Madrid parecía enamorado.