Me acerco a tu manera de ser intentando que no me veas, sin tocar nada, sin prejuicios, sin que llame la atención cada latido que me salta del pecho como a un niño que sabe que juega a cosas de mayores. Sin crearme expectativas para evitar dolores, sin mojarme, observando y disfrutando sin más, como si se pudiera conseguir eso, y tendría que contarte que me encanta lo que sea que haces. Eres una dulce hija de puta, una niña con aire inocente y una mirada de las que ven más allá, investigan y no dejan de brillar. Consciente de cada detalle que pasas por alto, agradable, fuerte, entera, independiente y muy bonita.
Desde lejos te lo cuento, no me vaya a involucrar y todo este castillo de arena se me venga abajo entre estos dedos mojados de jugar con agua demasiadas veces. Hasta que tu risa me caza. Se me ha metido dentro y no la quiero sacar. Debería empezar a mentirme con un sencillo no es para tanto y seguir con un se me pasará. Pero no la quiero sacar. De hecho, estos meses atrás, al esconderme de mí, sonaba a hueco. Ahora dejo conversaciones a medias para huir allí.
Te sigo mirando pero ahora me veo. Estoy a tu lado sonriendo y no querría. No me dejo. No te quiero querer, no debo, no creo, no puedo. No lo estoy consiguiendo. Hoy me paro en seco y me pregunto qué estoy haciendo. Y no es hoy, es ayer que me dejaste mirar ya sabiéndolo. No estás sola en esto, la estoy cagando contigo.
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