Desde hace años España parece sufrir el mismo mal que el protagonista de “Atrapado en el tiempo”, obligado a vivir una y otra vez el Día de la Marmota. La diferencia es que en el filme Bill Murray pasaba por varias etapas y terminaba aprovechando su maldición para convertirse en alguien mejor, mientras en España todo sigue exactamente igual -o peor- que cuando comenzó su particular día de las marmotas, algo mucho más preocupante que un simple deja vu.
Los estudiantes de educación secundaria de toda España han convocado una huelga para martes, miércoles y jueves de esta semana para protestar contra la política educativa del Gobierno. Sin entrar a valorar los motivos, vuelvo a mis viejos argumentos, usados en un sinfín de ocasiones desde que escribo esta columna:
La huelga consiste, en sentido estricto, en dejar de trabajar para protestar contra un empleador. Como contrapartida, el trabajador deja de percibir su salario. Más allá de si se puede llamar sindicato a una agrupación de estudiantes, estos no dejan de trabajar, sino de acudir a un centro a recibir clases que les preparen para el futuro. Los principales perjudicados por esta huelga, por definición, son los propios estudiantes. ¿Existe algo más absurdo que dejar de aprender para protestar? El problema es que aquí la educación se considera una carga y no un maravilloso regalo de la civilización.
Para más inri, la jornada de huelga del jueves será apoyada por la asociación nacional de Padres de Alumnos. Toma ya. De alguna manera, siempre sabemos darle un giro más al universo “marxiano” para que cada Día de la Marmota tenga un toque exóticamente original. Ahora los padres apoyan que los hijos no vayan a clase… a aprender.
De manera simultánea a este paro estudiantil sale a luz un informe de la Unesco que nos recuerda -la verdad es que este dato se repite de manera machacona y deprimente sin que nadie reaccione- que España es líder en fracaso escolar y en desempleo juvenil.
Por si fuera poco, España siempre anda a la cola cuando sale algún estudio sobre los logros académicos de nuestros estudiantes o de nuestras universidades… Es tan obvia la relación causa-efecto entre una población tan propensa a la huelga y las catastróficas consecuencias del sistema educativo que supongo que nadie podrá verla tras las pancartas de la manifestación de turno.
El sistema educativo hace aguas. Pero nadie parece tener intención de abordar el problema desde sus propias raíces. Un nuevo plan de estudios, con mayor rigor, con el mérito y la excelencia como valores supremos, que busque la creación de buenos y ejemplares ciudadanos es el objetivo ideal. La ley propuesta por José Ignacio Wert no va a cambiar mucho las cosas, porque maquilla más que transforma. En cualquier caso, no servirá de nada mientras los profesores, estudiantes y padres -la sociedad- anden más preocupados en armar ruido que en aprender un poquito. Aunque hayamos tocado el cielo del absurdo cotidiano.
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http://www.republica.com/2012/10/16/huelga-absurda_563091/