Es posible, no obstante, que el volumen de tareas extras que se exige en la actualidad sea mucho mayor que en mis lejanos tiempos escolares. Pero los recursos que tienen hoy a su disposición los niños para ayudarse con los deberes son, de igual modo, más numerosos y eficaces. Como padre, he tenido que dibujar en una cartulina (varias veces, por las diferencias de edad) la tabla de multiplicar para que mis hijos la memorizaran fácilmente al tenerla colgada de la pared en sus dormitorios. Hoy en día, con buscarla en Internet e imprimirla es suficiente. Tanto las tareas como la forma de trabajarlas han cambiado, como todo, una barbaridad. Pero la finalidad sigue siendo la misma: es un método por el cual el alumno asienta el conocimiento en su memoria y aprende su utilidad práctica con la resolución de problemas o valorando su importancia en el mundo en que le ha tocado vivir. Y es que a la escuela no se va a jugar, sino a aprender, a recibir la preparación que va a necesitar de adulto para tener posibilidades de alcanzar las metas personales que se proponga. Y ello cuesta, requiere esfuerzo por parte de los alumnos, los maestros y los padres. Por eso me quedo estupefacto con esos padres que secundan una huelga contra los deberes escolares y no contra la asignatura de religión, por ejemplo.
Una huelga para eliminar los deberes escolares es una exigencia que parece antojarse a padres, cuanto menos, poco dispuestos a sacrificarse por ayudar a sus hijos con los estudios en casa. La falta de tiempo o la carencia de conocimientos para aclarar las dudas que los niños puedan plantear, podrían ser algunas de las motivaciones para desear la desaparición de las tareas extraescolares. Una motivación egoísta e irresponsable porque surge de una incapacidad de los padres que repercute en la educación de los hijos. Además de partir de una equivocación: no hay que hacerle los deberes a los hijos, sino ayudarlos a que sean ellos solos los que ejecuten sus tareas.