La visita no se agota en el interior de la ciudad, sino que se enriquece con las lizas, el espacio dispuesto entre las murallas interna y externa. El tiempo crea paradojas, el lugar que antaño constituía un recinto fortificado con fines militares, hoy se muestra como un paseo tranquilo, donde poder ir tras los pasos de la historia.
En las murallas se recrean diferentes etapas, desde su herencia galo-romana hasta la arquitectura feudal del s. XII, pasando por la arquitectura militar ejecutada bajo Luis IX y Felipe el Atrevido e incluyendo la restauración realizada por Viollet-le-Duc.
En el 1240, después de que Raymond II Trencavel intenta recuperar Carcasona, Luis IX destierra a los habitantes de la ciudad y unos años más tarde, los autoriza a establecerse en la ribera izquierda del Aude. A raíz de esto, el rey francés decidió emprender trabajos de renovación y fortificación de la ciudadela. Se construyó la muralla exterior que duplicaba la protección, manteniendo al enemigo a distancia y salvaguardando el recinto interior. Si el enemigo lograba traspasar la primera muralla, quedaba encerrado en el espacio intermedio entre los dos muros y podía ser atacado tanto desde la muralla interior como desde las torres externas que aún no hubiesen sido tomadas.
Durante los gobiernos de Luis IX y Felipe el Atrevido se repararon las torres y murallas galo-romanas, por esta razón conservan restos arquitectónicos de esa época en sus bases. El terreno entre las dos murallas se niveló para crear las lizas y se edificaron varias torres, como las Torres Peyre y Vade y la Torre del Tesoro, así como la Puerta de Narbona.
De esta manera, la ciudadela se erigía como guardiana de la frontera de Francia ante la corona cataloaragonesa. Esta función de centinela la perdió con el Tratado de los Pirineos, que anexó la región del Rosellón a Francia.
Otra página triste de la historia de Carcasona fue escrita cuando las torres se convirtieron en prisiones, encerrando no solo a bandoleros y ladrones, sino también a los cátaros y más tarde, a los protestantes.
Por último, la restauración que llevó a cabo Viollet-le-Duc salvó a la Cité del olvido y los destrozos que el tiempo le había impuesto. Pero también añadió elementos que no eran originales, como los techos cónicos azulados de algunas torres, que no son característicos del sur de Francia, sino más bien del Norte. De esta manera, la restauración del siglo XIX también ha dejado su huella, algunos la han criticado, pero lo cierto es que a ella se debe el estado acertado de conservación en que se encuentra hoy la ciudad fortificada.
*******
Tras visitar la ciudad intramuros, nos dirigimos al exterior por la Porte d'Aude para visitar las lizas. Al lado derecho, al fondo, se puede ver la Torre Pinte, utilizada como punto de observación y para trasmitir señales. También a la derecha, pero en primer plano, puede observarse la Torre de la Justicia, que guardaba los archivos de los inquisidores y tenía un pasaje que comunicaba con la Maison de l'Inquisition.
En este punto se suceden la Torre de la Inquisición y la Torre Cuadrada del Obispo. Esta última estaba coronada por torres de vigilancia en las cuatro esquinas y hacía imposible pasar entre las lizas altas y bajas, lo que a su vez protegía la Puerta del Aude y el Castillo Condal. Fue aquí donde Viollet-Le-Duc estableció su oficina de trabajo durante la restauración.