La América de un film anterior suyo, pura nostalgia, "American dreams: lost and found" (1984), aquel país de gestas deportivas y de baladas para después de la guerra transmitidas por la radio, apenas se intuye en los exteriores californianos de "Landscape suicide", enrarecidos, tocados por el viejo influjo de "Blow up" de Antonioni, ni destino ideal ni lugar de paso seguro, inquietantes con una simple alteración del tiempo de exposición o de los sonidos de fondo, ese terreno que ha batido a fondo David Lynch.
En plena era del AOR, las melenas crepadas y Michael Jackson, cualquier apacible rincón de esta suerte de proverbial tierra prometida, resulta mucho más desasosegante que las heladas estampas del norte donde nació Benning y donde deambuló Ed Gein.
En Wisconsin, tierra de cazadores - antaño expertos - y opresivo e indefectible horizonte para cuantos no puedan escapar a las grandes ciudades cercanas, la locura de nuestro protagonista es paradójicamente una más de las señales de vida emitidas por cada encuadre, bello mientras esté fuera del tiempo, que no necesita, que no quiere invitados de ninguna clase.
Ninguna violencia ni repugnancia quiere comunicar con ello James Benning, ninguna comparación con las indecorosas costumbres "forenses" de Gein, ninguna revelación acerca de la salvaje "verdad" de un hecho, como Jack Chambers hizo en varias discutibles ocasiones, una de ellas al menos, célebre, "The hart of London".
De alguna manera, filmar y cerrar con esos planos, restituye la normalidad a un entorno, los bosques de su infancia y a unos recuerdos, que dejan de ser privados justo en ese preciso instante.