Por Antonio Mautor
Entre los preparativos del festival y la presentación de los grupos que actuarán en él (Dor Fantasma, Before Crush o Black Soul, entre otros), la pareja protagonista va contando los esfuerzos realizados a lo largo de los últimos años para dar un techo a los 55 huérfanos que conviven con ellos. Y también para conseguirles un avión rumbo a Benguela en 1998, cuando la conflagración volvió a reactivarse.
Sonia va recordando con todo tipo de detalles, y alguno de ellos de extrema crudeza, la devastación producida en Huambo por los continuos bombardeos, las minas antipersona, las miles de amputaciones, y sobre todo los huérfanos durmiendo en las calles, sin tener un sitio donde ir, ni una referencia familiar. Niños, jóvenes, abandonados a su suerte, carne de cañón, sin futuro, con un pie más cerca de la muerte que de la vida.
El bálsamo ante tanta desolación fue el rock, ademas en su versión más dura y brutal: el death metal y black metal. Dos géneros que arraigarían de manera especial hace ya una década en el país africano, surgiendo bandas de manera espontánea y floreciendo una escena inédita en el continente africano, más proclive a alimentar su música a base del folclore autóctono de cada país.
Sonia expresa cómo ellos utilizaron esta música como vehículo para expulsar los demonios que llevaban dentro, que no cesaban de atormentarles y hacerles sentir que no tenían salida alguna a sus pisoteadas vidas.
Como contrapartida, los chavales que salen en el documental, además de relatar sus terribles vivencias, ponen a Sonia como ejemplo de ángel de la guarda, su nueva madre, la persona que les ayudó a volver a tener ilusión por algo en la vida.
Para poder conseguir su sueño, tendrán que lidiar con multitud de trabas económicas y burocráticas. Angola pasó de ser un país devastado por la guerra a sumirse en el cruel mercado del petróleo, por lo que un concierto-festival de rock/metal no le importaba a nadie.
Es de resaltar la actitud de Wilker, novio de Sonia, que tuvo que poner de su bolsillo, nada menos que 3000 dólares, a fin de costear todo el equipo logístico que les faltaba para realizar esta hazaña. Ese dinero iba a ser el que sufragará sus estudios de informática, pero lo dio por bueno para llegar a la meta. En una frase se puede resumir el espíritu de esta historia:
“El dinero sólo es papel, y a mí eso no me importa demasiado…. Lo que realmente me interesa es el rock”.
El concierto se realizó, fue todo un éxito, y ya lleva varias ediciones.
Esta es la historia de Sonia, Wilker y los huérfanos de Angola. La historia de unos huérfanos que cambiaron el ruido diabólico de la guerra por el sanador de los sonidos distorsionados. Cuando algún día digas que no puedes conseguir algo, recuérdalos y seguro que lo vuelves a intentar otra vez.
Antonio Mautor