Cuando enjuicio a alguien y veo faltas en su conducta
mi actitud encierra estos sentimientos:
miro al otro como una cosa
y no como un conjunto de muchas partes.
Me desagrada. No puedo entenderlo.
No puedo justificarlo, pues él "sabe cómo actuar".
Al proceder de este modo estoy mostrando
mi propia autocondenación:
una falta significa fallar a un ideal.
¿Qué ideal? El mío.
Las acciones de otra persona son buenas, malas
o comprensibles de acuerdo a "mi experiencia".
Mis críticas al otro revisten esta forma:
Si "yo" hubiera dicho o hecho eso
pensaría que "soy" prejuicioso, inmaduro, egoísta.
Una parte de mí desea o podría hacer lo mismo;
por eso condeno esa acción en forma implacable.
Si hubiera comprendido por qué deseo hacerlo
y me hubiera perdonado por ello,
no condenaría a mi semejante de este modo.
Me irrita, porque hay algo en mí que no comprendo o
que aún no he aceptado.
Hugh Prather