Aunque ya no juegue, el hombre está sentado en las mesas y en las barras de los bares en los que de fútbol se habla.
También camina por los calles de Madrid, cruza la Puerta de Alcalá, transita por el Paseo de la Castellana incluso aunque viva en otro rincón del mundo, en otro continente. En el último abril, por ejemplo, hizo magia: hubo un día en el que en el Santiago Bernabeu no se habló de Cristiano Ronaldo ni de Xabi Alonso ni de Karim Benzema; tampoco hubo polémicas respecto de si Iker Casillas debía ser titular o no.
Allí, la gente contaba las distintas miradas sobre el mismo recuerdo: el inmenso gol de chilena de Hugo Sánchez ante Logroñés, en Chamartín. Se cumplían 25 años de la conquista sin olvido. El mexicano fue como un superhéroe armando la jugada imposible: de espaldas al arco, se impulsó en el aire con la pierna derecha y, acrobacia de por medio, pateó de zurda. Al ángulo. Y a la historia.
En ese mismo abril, el periodista Juanma Trueba evocó aquella suerte de manifestación artística: "Cuentan que hubo tres minutos de ovación y cuenta el propio Hugo que hasta el árbitro, Brito Arceo, le dio las gracias 'por ser testigo del mejor gol del mundo'. El maestro Sarmiento Birba, subdirector de AS, aseguró que no recordaba una reacción semejante del Bernabéu 'desde el gol de Marsal al Athletic, del de Puskas en un derbi o del de Di Stéfano una tarde contra Portugal'.
La histórica perfección del remate pareció confirmada cuando alguien recordó que Logroñés al revés se lee 'Señor gol' (así se llama la mascota del club riojano). Entenderán que hay señales ante las que uno sólo puede arrodillarse". En Madrid lo saben: ese gol durará para siempre. En cada memoria, en los que escucharon la leyenda y la repiten, en los que construirán su carácter de mito.
Pero Hugo fue para Madrid mucho más que ese golazo imperecedero. Fue figura y goleador en los dos grandes rivales de la capital española. Había debutado en la UNAM y llegaba desde una periférica Liga de los Estados Unidos, en la que había hecho casi un gol por partido. En 1981, arribó al Atlético. Se adaptó pronto: ya en la primera campaña marcó 12 goles en 17 encuentros. Se quedó en el Vicente Calderón hasta mediados de 1985.
Se fue tras convertir 82 tantos en 152 partidos y ganar una Copa del Rey. Se cruzó la vereda: del Manzanares a la Casa Blanca. En el Real Madrid marcó una época a su modo: con goles y con títulos. Y hasta con acrobacias memorables en los festejos. Sus números parecen una fábula escrita por el mexicano: siete temporadas, 208 goles en 283 partidos, nueve títulos (entre ellos, cinco Ligas consecutivas), el galardón máximo de los goleadores (Botín de Oro en la campaña 89/90).
Sánchez era un delantero que invitaba a la literatura. Eduardo Galeano relató alguna vez una anécdota que ofrece la dimensión del crack nacido en ese inmenso Distrito Federal de tantos contrastes. Les sucedió a dos periodistas mexicanos, Epi Ibarra y Hernán Vera. Ellos querían llegar a Sarajevo para contar el horror de la Guerra de Yugoslavia, en aquel 1992 de dolores y desmembramientos. Un grupo de soldados los detuvo de modo hostil y parecía que la osadía la iban a pagar con la vida. Pero no. Un detalle mágico sucedió. Lo escribió Galeano: "A los condenados se les ocurrió mostrar sus pasaportes. Y el rostro del oficial se iluminó: '¡México! -gritó-. ¡Hugo Sánchez!' Y dejó caer el arma y los abrazó". El mismo escritor uruguayo lo definió: "Hugo Sánchez, la llave mexicana que abrió aquellos caminos imposibles, había conquistado la fama universal gracias a la televisión, que mostró el arte de sus goles y las volteretas con que él los celebraba. En la temporada 1989/1990, vistiendo la camiseta del Real Madrid, perforó las vallas treinta y ocho veces. Él fue el mayor goleador extranjero de toda la historia del fútbol español". Ahora, Messi atenta contra esa condición inmejorable.
Lo que Sánchez hizo en su mejor temporada, aquella que antecedió al Mundial de Italia 90 (al que no acudió por la suspensión que pesaba sobre México), fue pura magia y un récord propio de otros días: desde 1947 la máxima cifra pertenecía al gigante vasco Telmo Zarra, emblema del Athletic de Bilbao. Tres temporadas antes, el gran Hugo lo había alcanzado, pero en mayor cantidad de partidos. Se había quedado con las ganas. Y en esta campaña aplastó aquellos números: hizo, en promedio, más de un gol por encuentro (38 tantos en 35 presentaciones). En esa ocasión también consiguió otras dos proezas de hombre de área: se consagró como el máximo anotador de toda Europa junto a Hristo Stoichkov (entonces en el CSKA Sofía, de la Liga Bulgara) y obtuvo el Trofeo Pichichi por quinta vez.
Parecía imposible de mejorar aquella marca. Pero un día apareció un portugués llamado Cristiano Ronaldo -también vestido de blanco Real Madrid- y lo superó: en la temporada 2010/11 anotó 41 tantos. Su marca duró un suspiro: un tal Lionel Messi ya se había acostumbrado a acaparar todos los récords del universo del fútbol. Hizo 50 y 45 en las dos temporadas siguientes. Puesto uno y puesto dos en el pedestal de toda la historia de la Liga. Y ahora, a los 26 años, pretende llevarse por delante otro orgullo del mexicano Sánchez: el de ser el extranjero con más goles en la máxima categoría de España. Con sus tres goles del domingo en el 7-0 ante Osasuna, en su Camp Nou, el crack rosarino suma 233 tantos y está a uno de ese récord. Hugol, el delantero que a su modo obligó a agregarle una letra a su nombre, sabe que ni un milagro le permitirá evitar que Messi lo supere.
El escritor mexicano Juan Villoro lo conoció en detalle a Sánchez. Por verlo desde las tribunas y por tratarlo fuera de los estadios. Alguna vez, en las páginas del diario El País, de Madrid, lo retrató: "Conocí a Hugo discutiendo de camas. El centro delantero juntaba las manos ante la mirada absorta del recepcionista de un hotel. Habíamos ido al Mundial de Alemania 2006 como comentaristas y el pentapichichi convertía su instalación en un problema de área chica: le hablaba al empleado como si fuera un árbitro. Lo curioso es que la dificultad le divertía. Ocupar una posición en la cancha significa asumir una psicología. Hugo Sánchez aprecia que existan los obstáculos porque es la única forma de sortearlos. El sibarita de los enredos encuentra en lo más nimio una opción para la épica. Hugo pidió un sándwich en baguette y le trajeron pan tristemente integral. Los ojos se le iluminaron: pudo discutir con más ademanes que palabras, como si reclamara un penalti". Hugo era una ansiedad tras otra. En el campo de juego, donde resplandecía. Y afuera, donde abrazaba polémicas a cada paso.
Sánchez también fue relevante para el seleccionado mexicano, claro. Los números generales califican su aporte: 29 goles en 58 encuentros; es decir la garantía de un tanto cada dos encuentros. También obtuvo títulos: la Copa de la Concacaf, en 1977 y en 1993. El primer grito fue a su estricto modo: a puro vértigo. Dos semanas después de que el entrenador José Antonio Roca lo hiciera debutar frente a Estados Unidos, El Niño de Oro -como le decían- apareció como titular frente a Haití, por las Eliminatorias, y marcó su primer gol, a los 30 segundos. Ese tanto y su juego creciente le permitieron debutar en Argentina 78, justo antes de cumplir los 20 años. Sin embargo, la Copa del Mundo no pudo mostrar la mejor versión del crack del área. En sus ocho partidos en tres ediciones distintas apenas aportó un gol (en el 2-1 ante Bélgica, en el Azteca, en 1986), erró un penal y hasta se quedó afuera del equipo durante Estados Unidos 94 por discusiones reiteradas con el técnico Miguel Mejía Barón. La historia cuenta una añoranza: a la máxima cita le faltaron sus acrobacias.