Los cajones estaban atestados de suspiros fotográficos, de colores con olor a plástico, de golpes emocionales sin fecha. El mueble que los contenía estaba arañado y sin lustre en medio de una gélida habitación decorada con prisas.La casa había perdido llave y dueño prácticamente a la vez. El inmueble no aparecía en el último catastro, escapando así a las fauces del recaudador. El municipio enfermo de alzheimer había olvidado su nombre. Una vez estuvo escrito en un blanco cartel a la entrada del pueblo que, al caer en la cuneta como lo hace un diente, lo dejó mellado. Pertenecía a un país exhausto, de fronteras difusas, carente de embajadores. Sin un lugar en el mapa estaba abocado a ser una leyenda. Sin un concreto nombre de dominio no llegaba a ser, ni tan siquiera, un país virtual. Su mundo no daba señales de vida en ninguna galaxia conocida. Quizá no haya existido nunca. Los cajones estaban llenos de humo. Humo sobrevalorado.
Los cajones estaban atestados de suspiros fotográficos, de colores con olor a plástico, de golpes emocionales sin fecha. El mueble que los contenía estaba arañado y sin lustre en medio de una gélida habitación decorada con prisas.La casa había perdido llave y dueño prácticamente a la vez. El inmueble no aparecía en el último catastro, escapando así a las fauces del recaudador. El municipio enfermo de alzheimer había olvidado su nombre. Una vez estuvo escrito en un blanco cartel a la entrada del pueblo que, al caer en la cuneta como lo hace un diente, lo dejó mellado. Pertenecía a un país exhausto, de fronteras difusas, carente de embajadores. Sin un lugar en el mapa estaba abocado a ser una leyenda. Sin un concreto nombre de dominio no llegaba a ser, ni tan siquiera, un país virtual. Su mundo no daba señales de vida en ninguna galaxia conocida. Quizá no haya existido nunca. Los cajones estaban llenos de humo. Humo sobrevalorado.