"Humo humano"

Publicado el 06 mayo 2010 por Joaquín Armada @Hipoenlacuerda

“Somos lo que recordamos o lo que nos recuerda, no somos mucho más”. La cita es de Umbral y mejora todas las frases que se me habían ocurrido para comenzar este texto. Nuestra vida es sólo una colección de momentos. Fragmentos que olvidamos y desenterramos, momentos cuyo recuerdo nos convierte en lo que somos. Así que, ¿por qué no convertir la vida de todos los hombres en una sucesión de instantes?
Esta es la técnica que Nicholson Baker utiliza en “Humo humano” para construir una singular historia que comienza en 1914 y termina (original fecha) en 1942. El formato recuerda enseguida la “Memoria del fuego” de Galeano, su antiacadémica historia de América Latina. Baker renuncia a construir un ensayo de mil páginas y en su lugar deja que hablen escritores y políticos. Los primeros, a través de sus diarios. Los segundos, a través de los diarios.
A golpe de fragmentos, parcial y cuidadosamente elegidos, “Humo humano” intenta algo casi imposible: destruir un mito, el de que la Segunda Guerra Mundial fue una guerra buena, la última guerra justa. No es un descubrimiento que los Aliados quemaron Alemania y convirtieron en humo humano a cientos de miles de personas. Lo que pocos libros han contado tan bien como el de Baker es que los políticos que ordenaron esta hoguera humana sabían que la táctica no sólo era cruel sino también inútil.
“¿Qué diferencia hay entre arrojar a quinientos bebés a una hoguera y arrojar fuego desde un avión sobre quinientos bebés? No hay ninguna”. Un piloto británico se hizo esta pregunta en 1937, después de matar con sus bombas a decenas de iraquíes. Si alguien le escuchó, no fue Winston Churchill “Para Churchill – escribe Baker -  los bombardeos aéreos eran una forma de pedagogía, una manera de mostrar a los habitantes de las ciudades (alemanas), el horror de los campos de batalla matándolos”.
En algún momento, “Humo humano” casi se transforma en una biografía desautorizada de Winston Churchill, el hombre que pasó a la Historia como el viejo héroe que salvó a Inglaterra de la garra nazi. El abuelo capaz de posar con su puro y la ametralladora de los gánsteres de Chicago mientras saludaba a los fotógrafos con la V de la Victoria.  El político al que recordamos como el líder necesario para ganar una guerra que no se podía perder.
Churchill fue todos estos churchills, pero también otros mucho más siniestros y oscuros, que escribían frases como ésta: “Me alegra mucho saber que las existencias para la guerra química van aumentando en este país (Gran Bretaña). Sigan adelante”.  Las bombas químicas nunca llegaron a lanzarse, pero los buenos saltaron a un escalón superior. Quizá sea oportuno recordar su maldad en esta semana de aniversarios atómicos.