Hun Sen, quien dijo que “el poder puede ser compartido en París, pero no en Camboya”, es el primer ministro más longevo de Asia. Sus simpatizantes lo consideran bueno e inteligente, mientras que sus enemigos dicen que es despiadado y diabólico. Pero todos están de acuerdo en dos cosas: es astuto y quiere tener el control absoluto del país, lo que hace que también se le conozca en algunos círculos como “el Maquiavelo de Asia”.
Un Maquiavelo moderno
Si el fin justifica los medios, para Hun Sen el fin es el poder y los medios son muy diversos. Con los Jemeres Rojos aprendió a hacer todo lo que fuera necesario —amenazar, presionar, matar— para mantener el poder. Y esto es lo que ha hecho durante más de 30 años desde que en 1985 fue designado primer ministro por el Gobierno vietnamita. En 1991, poco después del fin de la Guerra Fría, las Naciones Unidas vieron una oportunidad para tomar las riendas en las relaciones internacionales en un país pequeño que generaba poco interés internacional. Pero el afán de poder de Hun Sen era imparable, así que el mismo año de las elecciones ignoró las recomendaciones de las NN. UU. y lideró una ofensiva contra los Jemeres Rojos en la provincia de Pailin. Por si fuera poco, durante los meses previos a las elecciones, la misma ONU reportó un centenar de asesinatos de políticos, la mayoría de los cuales eran del partido conocido como Funcinpec (Frente Unido Nacional para una Camboya Independiente, Neutral, Pacífica y Cooperativa), lo que permite intuir lo que este hombre puede llegar a hacer para mantener el cargo.
Para ampliar: “Hun Sen”, Roberto Ortiz de Zárate en CIDOB, 2003
Teniendo en cuenta estos inicios, podemos afirmar que Hun Sen se ha mantenido en el poder utilizando tres medios. En primer lugar, el miedo. Los asesinatos mediante lanzamiento de granadas o disparos son comunes. A menudo, un miembro del Partido Popular de Camboya (PPC) hace una visita a un miembro de la oposición ofreciéndole algún obsequio o exigiéndole algún regalo. Pocas veces pueden negarse; saben que pueden acabar como Chea Vichea, sindicalista asesinado con un tiro en la cabeza mientras leía el periódico en Nom Pen. Si bien no se ha probado que Hun Sen ordenara estos ataques, no hay víctimas entre los miembros de su partido y ha dominando todas las estructuras del Estado desde 1985 sin hacer nada para evitar o investigar a fondo estos ataques a la democracia. Aunque son menos mediáticas, las respuestas violentas por parte de los cuerpos estatales de seguridad son frecuentes en manifestaciones y concentraciones en oposición a alguna de las medidas del gobierno. Un ejemplo son los heridos que resultan de las movilizaciones en defensa de las víctimas de las expropiaciones forzosas, o los asesinatos de activistas medioambientales, en un país donde hasta 2015 el 45% del territorio había sido comprado por empresas privadas, según Global Witness.
Para ampliar: “Tell them I want to kill them”, Human Rights Watch, 2012
Querer el poder te obliga a adaptarte, y Hun Sen es un experto. A finales de los sesenta se alistó a los Jemeres Rojos siguiendo las demandas del rey Sihanuk, quien quería recuperar el poder que Lon Nol —favorable a los Estados Unidos a pesar de sus bombardeos— le había arrebatado mediante un golpe militar. Allí fue promocionado rápidamente, lo que lleva a pensar que siguió la doctrina de Pol Pot con gran implicación. Pero cuando este empezó a perder la confianza en los oficiales destinados cerca de la frontera (1977), decidió huir hacia Vietnam. En apenas un año le designaron ministro de Asuntos Exteriores y en 1985 le declararon primer ministro. En 1993, como no ganó las elecciones, se conformó con el cargo de co primer ministro y se repartió con Ranariddh los ministerios para que los miembros del Funcinpec pudieran disfrutar de los privilegios de los sobornos. En 1998 consiguió que su partido fuera el más votado, aunque tuvo que ofrecer a su antiguo socio algunos ministerios lucrativos y designarlo portavoz en la Asamblea Nacional para poder formar Gobierno, lo cual dejaba en un segundo plano a Rainsy, el favorito de las potencias occidentales. Esta situación se repitió en 2003; hasta 2008 no ganaría claramente las elecciones. En 2013 los resultados fueron igualmente favorables para el PPC, aunque la oposición consideró que hubo fraude, lo que también
propició algunas de las medidas drásticas ya mencionadas.
Su adaptación también se hace evidente con las relaciones internacionales. Una de las más peculiares es con Corea del Norte: el rey Sihanuk tenía una casa de invierno en la península, el museo de Angkor está cofinanciado por una compañía propagandística coreana, en las grandes ciudades camboyanas es fácil encontrar restaurantes norcoreanos —utilizados por el Gobierno de Pionyang para conseguir beneficios en el cambio de moneda— y Camboya está relacionada con el asesinato del hermanastro de Kin Jong-un. Esta amistad se ha debilitado debido al acercamiento con China, que se ha convertido en el mayor inversor en el país, lo que también ha dado valor a Hun Sen para animar a Estados Unidos a frenar su ayuda y dejar de aparentar reformas para contentar a algunas de las potencias occidentales. Con China todo es más sencillo: el gigante asiático destina su ayuda económica en proyectos visibles, como infraestructuras, y su Gobierno no exige reformas políticas para seguir invirtiendo. Así, Hun Sen consigue inversiones sin condiciones para proyectos con un gran rédito electoral un año antes de las siguientes elecciones generales. ¿Qué más puede pedir?
Por último, el control permanente también es un método fundamental para mantener el poder, desde los medios de comunicación hasta el Comité Electoral Nacional. Hun Sen dominó el país en un sistema de partido único desde 1985 hasta 1993; no es de extrañar que todas las provincias, pueblos y aldeas sigan controlados por el PPC o que Camboya se encuentre en la posición 132 de 160 en el índice de libertad de prensa de Reporteros sin Fronteras. Hay que destacar que, incluso cuando no dudaba de su poder, la libertad de prensa era limitada, pero con el crecimiento de la oposición —sobre todo después de los resultados de las elecciones locales del pasado año— sus temores han aumentado y ha decidido cerrar 18 emisoras de radio y uno de los pocos diarios independientes, el Cambodia Daily. También controla los demás partidos, aunque aparenta ser un sistema multipartidista. Con Ranariddh, del Funcinpec, le funcionó repartirse algunos de los cargos lucrativos para tener un socio de gobierno mientras lo necesitó, pero actualmente, viendo cómo los grupos opositores van cogiendo fuerza, el Tribunal Supremo de un país con una división de poderes muy difuminada ha ordenado la disolución del principal partido de la oposición, el Partido para el Rescate Nacional de Camboya, al considerar que quería derrocar al Gobierno con la ayuda de agentes extranjeros, y también ha arrestado a su líder, Kem Sokha, acusado de traición.
La corrupción, el gran medio
La corrupción establece el orden en Camboya. Hay casos tan extraordinarios como indignantes. Wiedemann, exembajador estadounidense, afirmó que oficiales de distintos ministerios estaban vinculados al tráfico de personas, al que sacaban provecho económico personal. Sobre todo en los noventa, muchas mujeres fueron coaccionadas para dar sus bebés, los cuales eran vendidos a familias estadounidenses. El diplomático se atrevió a afirmar que el Ministerio del Interior tenía conexiones con este negocio, pues era este el que expedía los pasaportes para que los bebés pudieran abandonar el país. Conociendo esto, no sorprende que el índice de malnutrición infantil afectara en 2010 al 52% de los niños y niñas entre seis meses y cinco años, mientras que en las principales ciudades se encuentran personas, normalmente trabajadores de la Administración, con problemas de obesidad y montados en coches lujosos. Pero ¿qué relación tiene esto con la corrupción? En 2004 el Programa Mundial de Alimentos denunció que varias toneladas de arroz valoradas en más de dos millones de dólares habían sido robadas de camino a una de las áreas más pobres del país. A veces es el mismo Gobierno el encargado de llevar el arroz hasta las poblaciones, sin llegar a distribuirlo.
En cuanto a la sanidad o la educación, el panorama no mejora, y no es de extrañar cuando la construcción de escuelas y hospitales ya es poco transparente. A pesar de que los tratamientos en hospitales son en teoría gratuitos, todo camboyano sabe que, pagando al doctor, la atención será mejor y más rápida. Y, lo que es peor, en algunos casos sin soborno no se recibe tratamiento. Por otro lado, muchas familias no envían a sus hijos al colegio precisamente porque no pueden asumir el coste de los sobornos a los profesores, quienes tienen sueldos tan bajos que prefieren trabajar en Tailandia o se ven obligados a combinar dos empleos incompatibles. Además, aquellos que pueden ir a la escuela acaban aprendiendo cómo funciona el sistema para que este continúe: desde bien pequeños tienen que pagar para que el profesor asista a clase, conocer las preguntas de los exámenes, conseguir aprobarlos y llegar a la universidad. Sin ir más lejos, en 2008 1.800 estudiantes se presentaron al examen para entrar en la facultad de Medicina; solo 369 llegaron al 5. Los demás se quejaron tanto que consiguieron que se pidiera tener correctas el 25% de las respuestas, lo que permitió entrar a 507 estudiantes; por tanto, aun copiando, sobornando y quejándose, menos de la mitad pasaron el examen. En consecuencia, actualmente podemos encontrarnos con doctores que no habrían aprobado la educación primaria si no fuera por el dinero.
Para ampliar: Cambodia’s Curse: The Modern History of a Troubled Land, Joel Brinkley, 2012
Para Hun Sen, la educación y la sanidad son poco importantes, porque las ONG se responsabilizan de ello en muchas ocasiones. Muchos trabajadores internacionales llegan al país del sudeste asiático con la mejor de sus intenciones, pero es difícil entender su funcionamiento y a veces la corrupta estructura los expulsa. Un ejemplo es el de James y Cara Garcia, quienes construyeron su propia clínica en Camboya para ofrecer un servicio de calidad y gratuito a los ciudadanos. El Ministerio de Sanidad se comprometió a suministrarles el material que necesitaran, pero nunca llegó; se quedó en casa del ministro, quien aparentemente vendió el material para su propio beneficio económico. Cara, indignada, expuso la situación en un encuentro con distintos donantes. Unos días más tarde, iba caminando por la noche cuando un grupo de hombres la atacaron y violaron. La pareja lo denunció a la policía en varias ocasiones, pero no recibieron respuesta, así que se marcharon, vulnerables y decepcionados. ¿Cómo pudieron pensar que una policía que monta controles ilegales en las carreteras para pedir sobornos los ayudaría?
Un aula en una zona rural de Camboya. Fuente: Phnom Penh Post
Las Fuerzas Armadas tampoco se libran del escándalo. A principios del milenio, tenían supuestamente 148.000 efectivos. Hun Sen descubrió que un 10% no existía; eran los conocidos como soldados fantasmas, creados para que los soldados reales pudieran cobrar sus salarios. Por otro lado, el Ministerio de Defensa es el único autorizado a vender las maderas lujosas que pueden encontrarse en zonas forestales del país. En un país mayoritariamente rural, muchas personas que viven en zonas boscosas lo hacen como forma de subsistencia. En los noventa era muy frecuente que grupos de militares aparecieran en estos bosques y expulsaran a sus habitantes para permitir que compañías como Pheapimex explotaran los recursos naturales y poder vender la madera a China o Taiwán. Estas empresas recibían el permiso porque su propietario era uno de los oknya del primer ministro, quienes, a cambio de un título, reconocimiento u oportunidades de negocio, dan generosos regalos al rey o al primer ministro. Los que poseen este título, como Lao Meng Khin o Mong Reththy, hacen favores a Hun Sen como construir escuelas que mejoran su reputación, sobre todo en las zonas rurales. Por su lado, Ly Yong Phat consiguió la licencia para drenar la arena de los ríos y costa camboyanos para venderla a Singapur. En 2007 la mayoría de los árboles ya habían sido cortados y las riberas estaban colapsadas, así que estos amigos de Hun Sen optaron por enriquecerse mediante las tierras o llenando los embalses o lagos de arena para revalorizar el terreno. El Ejército es el encargado de expulsar a las personas de sus hogares, que después del régimen de los Jemeres Rojos no pudieron recuperar los registros de propiedad, lo que provoca que toda tierra sea propiedad del Estado.
En la mayoría de los países, todos estos conflictos pueden resolverse en los tribunales, pero en Camboya no. La violencia de género, el tráfico de personas, la expulsión forzada o el maltrato infantil son comunes en el país, pero, si la víctima llega a denunciar y el denunciado tiene recursos económicos suficientes, simplemente no habrá sentencia; con suerte, se indemnizará a la víctima con una cantidad ridícula. Si las víctimas, especialmente en casos de expulsión forzada, se atreven a manifestarse, la represión es desmesurada, lo que extiende el sentimiento de miedo y resignación entre la población. Por su parte, el Gobierno estuvo prometiendo una ley anticorrupción durante décadas. Los donantes internacionales querían que fuera condición indispensable para seguir mandando cheques, pero a la hora de la verdad el dinero seguía circulando. Hasta el año 2010 la Asamblea Nacional no aprobó una polémica ley, que seguía permitiendo los regalos a cargos públicos por “motivos tradicionales”, los cuales engloban cualquiera de los anteriores.
Para ampliar: “Cambodia’s Curse”, Joel Brinkley en Foreign Affairs, 2009
Un futuro con pocos cambios
El próximo mes de julio se celebrarán elecciones generales en Camboya, pero parece que habrá pocos cambios. Con el partido de la oposición disuelto y su líder encarcelado, Hun Sen lo tiene más fácil que nunca para mantener el poder. Pero, sin estas medidas, posiblemente el PPC sería aun así el partido más votado gracias a la imagen de estabilidad que Hun Sen consigue dar en un país que sufrió uno de los conflictos más violentos de la Historia reciente del mundo. Esto es favorecido por la vergüenza que sienten por su pasado los camboyanos, lo que hace que los ciudadanos actúen con pasividad, como si fueran mudos, para ocultar lo que vivieron y la mayoría no reaccione frente a las estrategias corruptas que Hun Sen ha utilizado durante más de 30 años. Además, a los camboyanos en general les falta ambición o esperanza debido a que su religión, el budismo theravada, les ha inculcado que el conformismo es bienestar.
Es evidente que Camboya no podrá llegar al pleno desarrollo ni estará preparada para los cambios hasta que no se reforme el sistema educativo para inculcar la predisposición al cambio, el espíritu crítico y la motivación para progresar y desarrollarse. Este fin parece lejano, y no solamente por la corrupción política. Para asegurar el acceso a la educación o a la sanidad hay que establecer un sistema de pago de impuestos. El problema es que, en la mayoría de las ocasiones, los ciudadanos no tienen que pagar los impuestos si sobornan al funcionario, lo que da continuidad a este sistema. Además, la ayuda internacional por parte de organizaciones internacionales, gubernamentales o no, permite asegurar cierta calidad educativa y sanitaria sin suponer ningún coste para el Gobierno. Esto hace que la mayoría de los políticos del país sigan prometiendo lo mismo que prometían los reyes hace siglos: carreteras, puentes, pantanos y mejorar las técnicas agrícolas. Estos puntos son importantes, pero ¿después de tantos años no se han alcanzado ya estos objetivos? En realidad, no. Es cierto que se han desarrollado el turismo y la industria textil, sectores que dependen, por un lado, del mantenimiento de condiciones laborales precarias y, por el otro, del bienestar económico de los países que tienen más turistas. Entonces, ¿no ha llegado el momento de invertir en educación, industria y tecnología?
En un contexto que cada vez se acerca más a un régimen autoritario, es poco probable que estos cambios de produzcan; no interesan ni a Hun Sen ni al PPC ni a los oknya. Ya que volverán a ganar las elecciones, puede que haya llegado la hora de que los actores internacionales presionen para que exista una democracia real en el país. Es un país pequeño, sin petróleo, pero ha sido ignorado durante demasiado tiempo. En los noventa Irak, Ruanda y Bosnia eran el foco de toda actuación coordinada a nivel internacional; actualmente son Siria, Yemen o Bangladés. Los camboyanos también merecen poder ejercer sus derechos y acceder a los medios que puedan capacitarlos para desarrollarse, y esto es una cuestión de responsabilidad compartida.