Creo que esta vez nos ha tocado un pardillo, viejo amigo. Un gilipollas al que apellidaron Perry en Oregón nos quiere regalar un mes en Hawái, por Navidades: y todo lo que tenemos que hacer es cubrir la maratón de Honolulú para su revista, una cosa llamada Running.
Nos bajamos en casa de Wilbur, instalamos un bar y un centro de operaciones junto a la esquina y, durante los minutos siguientes, nos limitamos a estar de pie bajo la lluvia y a dirigir todo tipo de improperios a los corredores que pasaban.- Estás acabado, tío, no lo conseguirás.- ¡Eh, gordo! ¿Te apetece una cerveza?- Corre, tonto del culo.- Levanta esas piernas.- Traga mierda y muérete.Solo uno de ellos, un tipo fornido que iba en los grupos delanteros se atrevió a replicarle:- Ya te veré a la vuelta.- No, qué va. No volverás a pasar. ¡Ni siquiera terminarás! Te derrumbarás por el camino.El hecho de eructar cualquier tipo de insulto cruel y brutal que se nos pasara por la cabeza nos proporcionó una extraña sensación de libertad, porque era imposible que ninguno se detuviera a discutir. Veían a un grupo de depravados entre equipos de televisión, sombrillas de playa, cajas de cerveza y de whisky, música a tope y mujeres desenfrenadas, fumando cigarrillos.
Hunter S. Thompson. La maldición de Lono. Editorial Sexto Piso, 2016. Traducción de Jesús Gómez Gutiérrez.