Nada cuesta, una vez más, bucear por esa franja norte de nuestra geografía provincial, donde aún quedan rescoldos de aquel fuego de antaño.
En Polentinos, pueblo tradicional donde los haya, este año mataron el gallo de Quico, mientras el hombre estaba en la verbena, y treparon al Mayo en pleno agosto, ya saben, aquella tradición cuando cantaba misa uno del pueblo.
Las costumbres, como la vida, han cambiado.
En San Salvador y en Polentinos se cantaban las marzas y los Reyes hasta bién entrada la década de los ochenta y en el mantenimiento de toda tradición influye, me constA, la ayuda de los mayores y la disponibilidad de los más jóvenes. Hace dos años, en San Salvador, en el marco de la iglesia románica, se escenificó un nacimiento viviente. No es gran cosa, desde luego. Ni se vive con aquella pasión de años atrás, ni se vuelven los ojos hacia los ritos heredados de nuestra gente adulta.
Hoy somos extraños en nuestra propia casa y el pueblo, como el mundo, están en pie de guerra, no de tiros, ni siquiera simulada, sí de enfrentamientos y hostilidades varias que hacen inviable el sano ejercicio de hurgar en las costumbres. Costumbre, me refiero a tradición como lo sigue siendo la matanza del cerdo, después de la copa de orujo y las galletas.
A la incertidumbre de quienes se subirían al carro de los colaboracionistas, se añade la desgana de quienes lo presencian, perdiendo así el encanto aquellos actos que nos hicieron felices; ensayos que nos reunieron en un local cualquiera, después de las labores cotidianas llegando así a conocernos mejor, a comentar las cosas, a tratar de poner remedio a los problemas que con frecuencia se dieran en el pueblo.
A las puertas de Navidad, no es conveniente caer en el pesimismo. Recuerdo con nostalgia aquellas fechas, cuando se compartían alrededor del fogón las viandas del pueblo. Todavía hay gente emprendedora en estos núcleos de montaña.
Que salte la chispa, que la pandereta suene, que los jóvenes se desprendan de esa tela de la indiferencia que tanto prolifera.
No todo va a ser cieno, aunque abunden la ignorancia y el desprecio hacia quienes emprenden tareas tan dignas como la recuperación de un rito.
©Froilán De Lózar para el Norte de Castilla