Simmons escoge sin intención de esconderse la estructura narrativa de los Cuentos de Canterbury: un grupo de personajes realizan juntas una peregrinación, a lo largo de la cual cada uno contará una historia. La peregrinación, a fin de cuentas, será lo de menos y quedará en un segundo plano ensombrecida por cada una de las narraciones, mas en este caso nos dará el marco de referencia en el que se desarrollarán aquellas, estableciendo un escenario pura y netamente clásico de la ciencia ficción: la Hegemonía, una red de planetas unificados bajo un mando común y asistidos por un microcosmos de IAs; una amenaza emergente en forma de los éxters, sobre los que poco se sabe, ajenos a este inmenso protectorado; un planeta exótico al estilo Edgar Rice Burroughs, Hyperion, sobre el que se desarrollará casi toda la acción; una criatura cuasimística que puebla las leyendas de tal lugar, una auténtica dispensadora de muerte y sufrimiento en torno a la cual se ha levantado un culto: el temible Alcaudón. El cóctel resulta interesante, pero Dan Simmons no solo mezcla elementos, sino también géneros.
El planteamiento base, como he indicado, es de ciencia ficción, lleno de conceptos interesantes y presentados en su justa medida: teleyectores (teletransportadores), inteligencias artificiales en cuerpos humanos, auténticos universos virtuales, terraformación, comunicación interespecies, … Además, encontraremos todo el colorido de la space opera pero con bastante respeto hacia la rama hard de este género en multitud de ocasiones, o sea, considerando las bases científicas de muchas de las especulaciones que plantea (por ejemplo, con la omnipresente “deuda temporal”, esto es, el tiempo real de viaje espacial respecto al relativo en el interior de las naves). Sin embargo la mezcla de géneros será de mucho mayor alcance que esta, y dependerá de cada historia, todas las cuales merecen la pena por sí mismas:
En la primera historia, El hombre que gritó Dios, el sacerdote católico Lenar Hoyt, nos contará los pasos de un antecesor suyo, Paul Duré, que realizó una inmersión en una región perdida de Hyperion que recuerda vagamente al viaje al Corazón de las Tinieblas de Conrad.
En Amantes de la Guerra, el fiero militar Fedhman Kassad hablará de su periplo por FUERZA, el brazo armado de la Hegemonía al más puro estilo Brigadas del Especio de Heinlein, y los extraños sucesos vividos tanto en los simuladores de batalla como fuera de ellos, en combates reales.
La tercera historia se llamará Los Cantos de Hyperion, dando nombre a toda la saga, y a su vez cogiéndolo prestado de la inconclusa obra homónima del poeta inglés John Keats, omnipresente en toda la obra. Su protagonista, Martin Silenus, poeta brillante, granuja, despreciable y encantador por igual, realizará una exposición genial de su vida, descarnada e hilarante por momentos, siempre llena de desventuras en la que quizá sea la mejor narración.
Con El río Leteo sabe amargo cambiamos radicalmente de tercio, encontrando en las palabras del erudito Sol Weintraub un drama familiar de ida y vuelta, bonito, triste, enternecedor y quizá inspiración de alguna novela de viajes en el tiempo relativamente reciente. El río del título será otra de las numerosas referencias a la mitología clásica (la primera, sería el Hyperion del propio libro).
El largo adiós, homenaje nada velado al género negro de Raymond Chandler, comenzará como una historia detectivesca clásica protagonizada por la dura Brawnie Lamia para continuar con el singular vasallaje de Simmons a John Keats.
Por último, en Recordando a Siri, el cónsul que conocimos al inicio de la novela, nos narrará la interesante y a la postre crucial colonización y anexión a la Hegemonía del planeta Alianza-Maui, poniendo en un primer plano a unos peculiares Romeo y Julieta.
Cada una de las historias nos es contada con un estilo diferente, dependiente del personaje que nos la cuenta, en una demostración de las capacidades como escritor de Dan Simmons, que también logra dotar al conjunto de claridad en sus exposiciones y meritorio dinamismo para una novela tan ambiciosa, que además supone el inicio de una saga de cuatro libros y más de 3.000 páginas.
Durante todas estas narraciones se nos plantearán conceptos sobre evolución tecnológica, identidad, religión, destino, familia, arte, ecología, evolución y cien asuntos más, en unos subconjuntos que por separado resultan atractivos e interesantes, pero que contemplados como conjunto mejoran sustancialmente, y no solo por su brillante estructura, pues suman el valor añadido de poseer enlaces entre ellos, a veces sutiles, otras directos, que hacen que todas las historias apunten, de una u otra manera, hacia el fin de la peregrinación: hacia el asesino perfecto e inescrutable que es el Alcaudón y su hábitat natural en las Puertas del Tiempo de Hyperion. Un conjunto que le valió a Simmons la minucia de aunar Hugo y Locus, entre otros premios, y eso que dejaba al lector cargado de incógnitas y pendiente de la continuación en La caída de Hyperion.
Como decía al principio, puede que en el arte de la narración ya esté todo inventado, pero también puede que haya vueltas de tuerca que hagan que el arte agotado no esté tal, sino que siga creciendo, aunque sea un poquito.
Por último, tres extractos:
“Al principio fue la Palabra. Luego vino el puñetero procesador de palabras. Luego, el procesador de pensamientos. Luego vino la muerte de la literatura. Y así andan las cosas.”
“El final es sin duda decepcionante, pues la vida real rara vez estructura un desenlace decente.”
“toda lealtad a una deidad, concepto o principio universal que hiciera prevalecer la obediencia por encima de la conducta decente hacia un ser humano inocente era perniciosa.”