A continuación los tres relatos elegidos por el jurado en el I Concurso de Literatura Deus Ex Machina y un texto que merece mención expresa.
Mención especial – Nadia Orenes Ruiz – “Pixel Life”
Valanyonnen entra en la sala de espera y saluda con la cabeza gacha, sin atreverse a mirar a nadie a los ojos. No es que tenga nada de qué avergonzarse, pero no quiere que los otros piensen que es su primera entrevista de trabajo. Que por cierto, es el caso.
Cuando alguien formula una educada bienvenida, él sonríe para sus adentros y hasta se ruboriza, aunque dicha reacción debemos atribuirla al excesivo entusiasmo de la juventud, porque lo que en realidad ha pasado es que un hombre que espera sentado en el otro extremo de la sala se ha atragantado con una uña y ha tosido para expulsarla de su faringe, aunque eso sí que hay que reconocerlo, el sonido producido ha sido bastante ambiguo.
La cuestión es que Valanyonnen se sienta, y cuando calcula que ha pasado la novedad y que ya no habrá nadie fijándose en él, echa un vistazo a su alrededor dispuesto a evaluar la situación.
Lo primero que le llama la atención es la cantidad de candidatos que hay. Había oído hablar tanto sobre la boyante situación del sector que había dado por supuesto que conseguiría aquel trabajo, y que lo conseguiría rápido y fácil.
En cualquier caso, se dice Valanyonnen, la competencia no representa ningún inconveniente. Los entrevistadores reconocerán el talento que hay en mí. Pero sobre todo, mis nobles aspiraciones. A diferencia de muchos, no soy un megalómano ni un engreído. Lo que yo quiero es servir de puente entre el jugador y sus emociones; ayudar al desarrollador a redescubrir el medio; remover los principios que sustentan el décimo arte. Así que es mejor que no me deje impresionar por nadie y que siga como hasta ahora.
Valanyonnen inspira hondo y cierra los ojos. Luego expulsa el aire despacio y los abre de nuevo.
A través de la pared de cristal que compartimenta la sala ve fuera, en el pasillo, una puerta donde hay pegada con celo una hoja que dice “Audición: Herrero local #5”.
Una visión anodina pero que produce de manera inesperada un efecto nefasto sobre la confianza de nuestro protagonista. Leer aquel cartel ha sido como si le dijeran: “Yuhuuuu, ¿estás ahí? ¿Ves a esta gente? Tienen mucha más experiencia y talento que tú. Se te ha dado muy bien fantasear durante todo este tiempo, pero esto es diferente. ¿Crees que estás preparado? Porque los tíos que están en esa habitación esperándote están preparados para machacarte. :-D”
Ahora Valanyonnen se revuelve en la silla. Las manos le sudan y las piernas le tiemblan.
No sirve de nada engañarse. La cosa está complicada. Demasiada competencia. Demasiada presión. Él tiene algo especial; pero hoy en día hay muchos personajes talentosos y con experiencia buscando papeles en los MMORPG. ¿Y si buscan a alguien mayor? ¿Y si se dan cuenta de que su nariz es ligeramente asimétrica?
“¿Pero qué estoy haciendo?”, se dice Valanyonnen. “Tengo que alejar de mí estos pensamientos oscuros. Necesito distraerme.” Y así, sin pensarlo mucho, toma una revista que hay sobre la mesita de cristal, una resolución muy apropiada, porque así también se nos hará a nosotros más amena la espera.
—¿Qué tal por aquí?
Valanyonnen da tal salto en el asiento que la revista sale volando de entre sus manos y va a parar a los pies de la joven secretaria que sonríe desde el umbral de la puerta.
Entonces ella se aproxima, recoge la revista y se la tiende servicial.
—Les recuerdo —continúa luego, hablando para todos— que en el pasillo hay una vending con bebidas frías y calientes, por si les apetece Pixel-Gizer —acaba, y se queda mirando a Valanyonnen como esperando una respuesta, pero él está confuso, y aunque quiere darle las gracias a la joven por su amabilidad, no es capaz de articular ningún sonido con sentido más allá de un:
—Ahdfa.
No obstante, ella parece darse por satisfecha, así que sonríe de nuevo y se va.
Valanyonnen se pregunta si habrá dado tanto la nota como imagina, pero en lugar de levantar la mirada para comprobar si los otros le están observando, la baja y continúa leyendo por donde se había quedado.
—¿Valanyonnen, hijo de Volaryonnen?
Valanyonnen pestañea. Esta vez el sentimiento de incredulidad al oír su nombre ha anulado todo posible sobresalto.
Primero busca a su alrededor como esperando a que alguien le confirme que sí, que Valanyonnen hijo de Volaryonnen es él, pero los otros se limitan a lanzarle miradas acusadoras.
La joven secretaria se le acerca con aire divertido, tira suavemente de su hombro para que se levante, y coge la revista de sus manos, pero antes de dejarla sobre la mesita echa un vistazo a la portada, y cuando la reconoce, en su rostro aparece una sonrisa maliciosa. Luego mira la expresión de Valanyonnen y dice:
—¿Qué ocurre? ¿Acaso ya no está interesado en la entrevista? —y se tapa la boca con una mano para disimular una carcajada. Los que están sentados cerca y han oído el comentario se ríen también, por lo que parece que ha sido un chiste bastante gracioso, aunque Valanyonnen no ve la gracia por ninguna parte.
—S-sí, claro —dice. Entonces se levanta y acompaña a la joven afuera, oyendo a sus espaldas un rumor de comentarios formulados en tono condescendiente.
Cuando llegan al pasillo, mientras la joven entra en la sala destinada a la audición para el “Herrero local #5”, Valanyonnen se gira para mirar la sala de espera una última vez. Se queda quieto y en silencio, dudando un momento, pero como no está acostumbrado a dudar, no sabe muy bien cómo se hace, así que se gira de nuevo y entra por la puerta por la que tanto tiempo ha querido entrar.
Tercer puesto – Alan Zmud – “Un destino cruel”
Me he pasado un buen rato jugando y estoy tan entretenido como puedo llegar a estar, así que me levanto del ordenador y me voy a la cocina porque me ha entrado hambre. Me como un snack y suena el timbre de casa. Lo ha tocado mi vecina que es bastante simpática, así que la dejo pasar. Cada día que la veo me gusta un poco más. Al poco rato de charlar con ella me entran ganas de ir al baño, por lo que la dejo sola en el salón, curioseando entre mis cosas. No sé qué mirará y qué no, eso está completamente fuera de mi control.
A diferencia de los juegos que juego en mi ordenador, aquí parece que todo esté condicionado por una especie de destino cruel. Mi trabajo, mi piso, hasta mis posibilidades de ocio, siento como si todo me haya venido impuesto, como si yo realmente no tuviese la libertad de elegir lo que más me gusta. Incluso mi vecina, con la que espero poder llegar a algo más en un futuro cercano… a veces pienso que encajamos solamente porque nos hemos mudado al mismo barrio, o como piensa ella, porque nos ha tocado nacer en un signo del zodiaco compatible. Sé que es una tontería, una superstición sin fundamento, pero no puedo quitarme de la cabeza que tiene algo que ver.
Intento olvidar esos pensamientos absurdos y me levanto. Tengo que tomar el control, relajarme como cuando estoy jugando, y sujetar con fuerza las riendas de mi vida. Vuelvo al salón y parece que lo he hecho justo a tiempo, porque mi vecina ya se estaba empezando a aburrir. Hago algunas bromas para relajar el ambiente y creo que le gustan. Es genial que tengamos tantas cosas en común. A los dos nos gustan los animales (nota mental: tengo que conseguirme una mascota), los videojuegos y la natación. Hay quien dice que tener una pareja en tu barrio no es una buena idea, porque si sale mal luego tienes que seguir viendo a esa persona, te guste o no. Pero a mí la verdad que me parece genial que esta chica tan atractiva, y con la que tengo tanto en común, viva tan cerca. Llámame vago si quieres, pero hace días que quedamos a charlar prácticamente cada vez que volvemos del trabajo, y lo cierto es que me lo paso genial.
Mientras seguimos charlando pienso que ya es el momento. Tengo que superar mi timidez e intentar dar el paso para que seamos algo más. Es complicado, para un tío como yo, recién llegado a la ciudad, casi sin amigos, encontrar las palabras adecuadas. Además soy un poco tímido, nunca sé cómo generar esa situación en el que estás con una chica y terminas besándola de forma casi accidental, natural, porque el momento lo sugiere. Pero de pronto me viene a la cabeza una idea genial. La semana pasada construyeron una piscina en nuestra urbanización, podríamos quedar por la mañana por la mañana para ir a nadar. Y en la piscina, entre las típicas bromas que se hacen en el agua, seguro que podré hacer que surja el momento. Se lo propongo y ella sonríe, con esa sonrisa que tiene que me desarma por completo. Me dice adiós, y quedamos en vernos luego.
A la mañana siguiente voy a la piscina, y cómo no, allí está ella. Empezamos a nadar, y nos lo pasamos bastante bien. Mientras pienso cómo hacer para acercarme de forma natural, veo que a pocos metros de la piscina hay un par de tumbas. Eso es muy raro, ¿por qué han empezado a hacer un cementerio en medio de un barrio residencial? No parece tener ningún sentido. Creo que voy a llamar al ayuntamiento para quejarme. Pero primero debería salir de la piscina. Tanto mi vecina como yo estamos empezando a cansarnos, y es evidente que mi idea no fue muy buena. Me acerco a la esquina por la que entré, y me doy cuenta que la escalera no está allí. Qué raro, habría jurado que entré por este lado. Miro alrededor y nada, parece que todas las escaleras para salir de la piscina han desaparecido por completo. Miro a mi vecina, que parece tranquila, pero que tampoco tiene una explicación para lo que está sucediendo.
No sé si por torpeza, por lo resbaloso del borde, o por la altura, pero lo cierto es que sin la escalera me resulta imposible salir de la piscina. Tengo que seguir nadando, porque me doy cuenta de que en esta piscina no hay una parte más baja en la que uno pueda hacer pie. Vuelvo a pensar en la idea del destino, de esa mano invisible que controla mi vida, y que parece que hoy se estuviera burlando de mí. Y no sé por qué pienso que esa mano es responsable de esta piscina absurda en la que no se puede hacer pie, y de esas tumbas que no tienen razón de ser. Quizás todo es parte de la misma trampa, y dos personas han sido ahogadas en esta piscina por ese ser horrible y despiadado al que no puedo ver, pero cuya presencia intuyo.
Me empiezo a desesperar mientras me canso más y más. Nos miramos con mi vecina, ambos con miedo, sin saber qué hacer. ¡Cómo puede ser que hayan quitado las escaleras y que nadie venga a ayudarnos! Según pasan las horas mi pulso se acelera y no puedo dejar de darme cuenta de que pronto no podré nadar más. Terminaré hundiéndome, ahogándome junto a mi vecina en esta ridícula piscina de urbanización. Y quizás terminen enterrándonos en este cementerio imposible, ilegal y absurdo. Vuelvo a buscar a mi vecina con la mirada pero ella ya se está hundiendo en el fondo de la piscina. Quiero ayudarla, pero mis brazos empiezan a dejar de responder. No me queda más remedio que intentar resignarme y aceptar los hechos. Esta es la muerte que nos va a tocar, fruto de un destino cruel, ilógico e imposible de evitar.
Segundo puesto – Álvaro Aparicio – “LaserDisc Obertura”
Mario, de cuyo nombre renegaba declarándose en contra de Nintendo, llevaba años en el paro cuando se descubrió averiguando en un nivel de Doom 2 el estado emocional de John Romero. Lloraba como una abuela a la que atan mientras echan en la tele ―Siete novias para siete hermanos ante el continuo hallazgo de elementos –una textura desajustada, un sprite decorativo descentrado– que lo hacían evocar momentos de terrible inestabilidad anímica en la vida de John.
—Pobre Romero —susurraba—, pobre, pobre Romero… ¡Pero mirad a ese imp con clipping, joder —chillaba en la soledad de su habitación—, es una clara proyección de un alma atormentada!
Al día siguiente quedó con un colega en un bar y le enseñó el mapa del nivel en cuestión: Industrial Zone.
—Su verticalidad es una transmisión de picos de violencia —decía—; Romero se ensañó consigo mismo creando abismos de frustración que el jugador debe recorrer escopeta en mano para expiar sus pecados. Y mira este ascensor —agregó con un dedo que marcó el punto del mapa con tanta fuerza que saltó el servilletero—: es pura narrativa.
El colega de Mario fue menos colega a partir de ese día. Pero Mario no se amedrentaba. Mientras su abuela proveyera con su pensión no contributiva, mantendría firme su decisión de ahondar en el componente narrativo, cultural y emocional de los videojuegos. Y día tras día, con la obsesión de esparcir su mensaje por foros y comentarios de artículos en revistas online, fue encontrando multitud de antagonistas.
—Eres un cerdo atrapado por el consumismo descerebrado del medio — musitaba al tiempo que machacaba el teclado para replicarle a uno de sus detractores—. ¿Sabes lo que pienso de Kojima? Ponte la escena de Otacon llorando durante media hora en Metal Gear 4. Sólo el audio ya es vomitivo. Como tú. Serías pura inspiración para Kojima.
No tardó mucho en acabar expulsado. Su gesta, no obstante, lo apremiaba a repetir actuaciones como aquella en otras comunidades…, hasta que al final no le quedó más remedio que irse a foros anglosajones donde sus intervenciones se limitaban a retahílas de insultos pasados por el traductor de Google. Quería que la gente supiera apreciar el verdadero significado de los videojuegos, el sentimiento de asombro emergente, la narrativa ludoesquemática y el quiebre reflejo-motriz de la fusión de audio y vídeo en estado latente. Pero nadie parecía entenderlo.
—Intelectualismo videojueguil —fue el título de su primera entrada en un blog—. Es hora de que la prensa aplaque a sus niños rata y comience la auténtica disertación sobre la condición del jugador como filósofo de nuestro tiempo.
El siguiente artículo postulaba que una de las principales causas de estrés en los usuarios laboralmente activos se debía a la inquietud de no saber con qué juego seguir tras el término de otro. ―Una elección opresiva retrae el córtex —afirmaba en una entrevista realizada por un colgado de calibre similar— y dispara hormonas de carga negativa que, mezcladas con el sudor de los dedos, eleva la posibilidad de que una partida guardada se corrompa. El jugador necesita un poco de libertad. De hecho, debería existir la posibilidad de corromper las partidas guardadas de forma voluntaria.
Poco después, al comprobar cómo su proselitismo caía en saco roto, vino su época oscura. Durante meses de borrachera, aguardó a que las revistas de videojuegos presentaran sus listas de los mejores títulos del año. Cuando llegó el día, ya tenía sesudamente reflexionadas las palabras que constituirían sus treinta y dos páginas de filípica, en la que podía leerse cosas como:
—¿Acaso no conocéis Desura?
—¿En serio ignoraréis la emergente escena laosiana?
—¿Y dejaréis fuera a Quadriplegic Thoughts?
En contra de todo pronóstico, aquellas treinta y dos páginas de desequilibrio semántico dieron sus frutos. Algunos medios le contestaron, declarándose imparciales; otros, por el contrario, vieron filón y le ofrecieron un puesto de redactor. De tal guisa, Mario consiguió su propia columna de opinión —sin apercibir un euro—, en la cual vertía toda su bilis hacia el sector en general.
—Me siento un pelín incómodo clasificando los títulos que han salido en estos meses —escribía en un ensayado acto de mesura—. Pero mierda y no-mierda son como llamo a los archivos de Word donde los voy recopilando — añadió en un involuntario brote de autenticidad.
El público aplaudía —mientras el tráfico aumentaba—, aguardando expectante al próximo artículo. ¿La razón, puesto que nadie pasaba de la tercera línea? Que en los comentarios se montaban auténticas batallas campales, protagonizadas siempre por el mismísimo Mario, que birra en mano en la oscuridad de su cueva tenía el F5 desgastado de tanto refrescar. Los temas de debate solían girar en torno a cuestiones cíclicas: A) el que defendía lo culturalmente trascendental y percibía en PacMan una profundidad capaz de desbancar a Crimen y Castigo —Mario—; B) los que no tenían ni pajolera idea de lo que estaba pasando, pero asentían por temor a quedar como ignorantes —mayoría—; y C) los que iban a machete considerando que las argumentaciones expuestas eran un total y absoluto sinsentido… Entonces arribó el ―elegido, un prestigioso desarrollador de la escena independiente española, contribuyendo a lo que sería el mayor punto de inflexión en la carrera de Mario, tanto así que el nivel de irritación de nuestro protagonista puso contra las cuerdas a la revista, que debía catalizar las cascadas de hiel que nacían de sus dedos cada vez que respondía.
—Haz un juego y deja de quejarte, mariquita de playa —escribía el desarrollador de forma reiterada en cada entrada que Mario publicaba.
El conflicto verbal alcanzó cotas inadmisibles y a la revista no le quedó más remedio que darle un ultimátum a Mario, que, por su parte, no veía falta en ejercer su derecho a réplica copiando y pegando los diez sinónimos de imbécil que aparecían en WordReference. Así pues, inhabilitado en el campo del debate, Mario decidió demostrar que sus ideas tenían un fundamento basado en una visión realizable.
Desarrollaría un videojuego.
—Quería excelencia en arte visual, excelencia narrativa, excelencia en audio —enumeraba tiempo después un artista de DeviantArt con el que Mario había contactado para que le llevara la dirección artística—. El tío decía que cada pixel tenía que comunicar sensación de emergencia… Pero cuando me leí el guión… Sí, el guión. Aquella basura tenía una historia. ¡El protagonista era una consciencia que luchaba contra el bombardeo de un sistema nervioso que lo incitaba a la automutilación!
Que Mario no consiguiera cautivar a ningún ilustrador no fue óbice para el desarrollo de LaserDisc Obertura, título que tenía poca o ninguna relación con el juego en sí. Tampoco el hecho de que su habilidad al dibujar se limitara a figuras antropomórficas compuestas de palitos. ―A por el pixelart, se alentaba a sí mismo cada vez que abría el Paint.
—Me sorprendió que los bocetos fueran tan cutres —afirmaría un compositor de chiptune al que Mario abordó para los efectos de sonido—. Quiero decir: una puta mierda…, pero cosas más raras se han visto en bundles compuestos por títulos Greenlight. El problema vino cuando me exigió realismo extremo en los soniditos de sufrimiento y derrota, ya que la historia giraba en torno a una consciencia que luchaba contra la automutilación; y cuando le pregunté a qué cojones se refería, se limitó a decir: compromiso. Me fui a casa consternado y con la autoestima bastante tocada, porque el hecho de no entender aquella respuesta me hizo sentir estúpido. Al día siguiente recibí un correo de Mario que tenía de asunto: ―El único camino hacia el realismo está a través de ti mismo: cáptalo en 320 kHz. Dentro sólo había un link a una página de gente que fardaba de cómo experimentaban con el dolor sin producirse secuelas hospitalarias.
Desmoralizado, aunque tenaz, Mario, tras ahuyentar al último voluntario para la producción de sonido, buscó un micrófono, diazepam y una maquinilla de afeitar, obteniendo resultados perturbadoramente realistas. Será el mejor game over, ―se consolaba arrasado por las lágrimas en posición fetal bajo el escritorio.
—Daba miedo —aseguró un autor de novelas basadas en franquicias de videojuegos—. Quería que su narrativa se desarrollara de forma totalmente diegética. Hasta cerrar el juego debía ser un acto repleto de zozobra. Planificó en sus apuntes que la tecla de salida variase de las más de cien que presentan los teclados habituales… Yo insistí que buscara a un guionista de cine, que lo mío son las palabras, pero se empeñó en que yo sacara adelante una novela que valieran de trasfondo para el arco argumental. ¿Doscientas páginas?, le pregunté perplejo. ¿Y cómo introduciríamos eso en un juego protagonizado por un córtex asediado por impulsos suicidas? No introduciremos nada, me contestó: tendremos las doscientas páginas como base demostrable por si alguien no entiende la historia y nos acusa públicamente de no estar contando nada.
Mario presentó el proyecto en Kickstarter a la búsqueda de financiación tras el sesudo envío de tres mil notas de prensa que abarcaron desde la prestigiosa Gamasutra hasta un blog guatemalteco de videojuegos hentai abandonado en 2009. Nadie debía quedar al margen.
—Yo no seré ningún genio —declaró un ex pica código de Gameloft en una cafetería de Madrid—; pero que la documentación deba tener un tono poético sólo puede ocurrírsele a un colgado. ¿En serio te crees que iba a perder el tiempo transformándolo todo en octosílabos de rima asonante? Tío, llegó a confesarme que el juego tenía alma y percibía la forma en la que hacíamos los preparativos, y que por eso debíamos esforzarnos en dotar de belleza cada aspecto del desarrollo. ¡He soñado durante meses con esa mierda!
El Kickstarter, sin embargo, planteaba una serie de originalidades que produjo escupitinajos masivos de café sobre el teclado. Los primeros nueve pledges apelaban al compromiso del jugador, que manifestaba su interés por la cultura auténtica de manera desinteresada…, tanto así que sólo recibiría un correo de agradecimiento enviado por un script que Mario había conseguido hacer funcionar en el Outlook. Recién a partir de los 90 euros los mecenas disfrutarían de una copia digital y un marcapáginas plastificado del autor del juego posando en trance de reflexión atormentada.
Las acusaciones de spam no hicieron más que conseguirle publicidad a la campaña.
Y el día del lanzamiento llegó. Dada su insolvencia perenne, Mario no podía alquilar un stand en ningún festival nacional, menos aún viajar al extranjero. Pero su confianza en LaserDisc Obertura era absoluta. De hecho, la víspera del levantamiento del embargo —llenó las últimas notas de prensa con amenazas de nulo peso judicial—, durmió a pata suelta… Por la mañana, en calzoncillos y calcetines, se sentó en el ordenador con una birra en la mano e hizo tour por las webs a las que había enviado copias.
―Hay puntos verdes que parpadean en el centro de la pantalla. A veces pasan cosas, fue la conclusión de un medio especializado en la contratación de becarios. Pero la valoración no era mala…, si bien al principio Mario tardó en digerir el hecho de que nadie le hubiera otorgado la puntuación máxima. De pronto, se sintió molesto: ¡los números lo estaban condicionando! Repleto de angustia por su comportamiento mainstream, hizo una media y el resultado arrojó un cinco entre las ochenta revistas que analizaron su título en los días posteriores. Y no podía concretar qué le irritaba más: que nadie hubiera juzgado de forma lúcida su labor creativa o que nadie lo hubiera convertido en un mártir con uno de esos ceros que pican hasta a los más piratas, que no actúan acorde a la legalidad ni aun pudiéndoselo bajar gratis de una plataforma oficial.
Cinco era una puntuación que la gente pronto olvidaría. Triste y gris mediocridad. ¿Dónde quedaría su mensaje en cuestión de meses? Se enfadó tanto con su ineptitud que, a modo de penitencia, mandó su currículum a King, exagerando, eso sí, su experiencia laboral como engrasador de persianas y paseador de perros.
Y lo cogieron.
Primer puesto – Antonia Bernabé – “Escarpines”
Como en las últimas noches, salgo a oler el mar. Harto de ver los barcos varados como ballenas agonizantes, mi único consuelo es oler el intenso aroma a salitre, sudor y peces muertos. Me quito los zapatos, tan raídos como mi camiseta a rayas. Pero como mi difunta madre me enseñó, me permito un leve gesto de vanidad, y antes de descalzarme los froto fuertemente en la parte posterior de mis pantalones azules.
La luna se refleja en el agua, bañándose sin pudor ni miedo. Me gustaba más verla moverse en el cielo, cuando el viento empujaba vela y astros, y no podías saber quién corría más, si ella o nosotros. Y le echabas una carrera, y por nuestro código de honor la dejábamos ganar, pues es una dama. Ahora me consuelo con nadar a su lado, rompiendo en haces de luz su reflejo. O le tiro piedras, culpándola de este exilio que me hace cada día más gruñón e irritable.
En el mar sólo se mecen las embarcaciones, hechizadas como bebés tras amamantar, y debajo los peces se burlan y arremolinan, tal vez riéndose de nosotros.
A veces doy un traspiés en la arena. Mi cuerpo no se acostumbra a la tierra firme, con su ritmo lento que hace crecer las verduras, pero espesa y marea la sangre de los valientes como yo, y nos hace perder el control. Soy un hombre de mar, de escorbuto, picores y humedad. Y este secano me escuece más que la sal.
Me giro a buscar mis escarpines y un juramento escapa de mis labios cuando veo que me los han robado. Y no siendo hombre de palabras sino de acción, dejo a un lado exabruptos, que sólo escucharían las gaviotas recién despiertas, para buscar al malandrín que ha llevado mi calzado.
Me interno en la espesura de la selva, murmurando palabras soeces que mi buena madre hubiera reprobado. Esto ya no es lo que era, y uno encuentra botellas tiradas por doquier, de las que espero rescatar alguna lágrima espirituosa. Pero dejan mi lengua tan seca como los insultos que espero proferir al ladrón de mis zapatos. Por todas partes te encuentras damas de vida alegre, gestionando favores por su sustento, y compañeros que vagan como yo, aburridos de tierra. No me imaginaba yo una isla tan concurrida.
Antes sólo veías tierra removida, alguna que otra cantina en la costa. Pero ahora casi chocas al andar y la producción de licor empieza a ser peligrosamente escasa. Y eso me preocupa bastante porque siendo como somos: hombres de arranques, de genio vivo, insulto fácil y escupir espeso, dudo yo que un par de semanas más aquí no terminen en una batalla campal.
Así que sigo buscando algo entre los restos que lime mi garganta, pues no tengo una moneda que echarme al bolsillo; las apuestas son también un punto flaco en nuestro gremio, y ayer me dejaron tan pelado como un loro viejo con sarna. Pero los dioses, el destino o quien sea, dejan a mi disposición una buena garrafa, todavía levemente pegadaa los dedos de un compañero, cansado por el ejercicio que conlleva el levantamiento incesante de botella. Este me permite, misericordioso, despegarle de ella, no sin cierta conversación incómoda llena de aggghs y uuuuhns. Su mano cede y mi lengua lo agradece, y mi compañero acaba finalmente dormido con medio labio arrastrado por la tierra y el culo en pompa. No quiera yo librarle de tan cómoda postura.
Con la barriga atemperada, y la cabeza un poco más turbia, sigo buscando a aquel que habrá de probar mi espada. Pues mis pies siguen fríos, y mis uñas arañando barro, y no puedo olvidar que un ladrón anda suelto.
En una rama alta veo algo que ondea, y envalentonado por mi recién hallada bebida me subo a una palmera, desollándome palmas y piernas. Arriba me recompensa un sombrero de ala ancha y pluma vistosa, casualmente del color amoratado de las rayas de mi camiseta. Y sé que estábamos hechos el uno para el otro. Mi culo acaba antes en el suelo que mis pies y oigo a lo lejos una risa. Grito y bramo enarbolando el puño y sé que acabo de escuchar al ladrón, pues no puede ser otro el que tenga tal desfachatez.
Trago y corro hacia donde creo haber oído esa voz guasona. Y paro a veces a vomitar y hacer espacio en la barriga. Pues necesito más ardor, ya que noto que me palpita la espada. Y sigo tragando, pues para un combate no hay nada mejor que la neblina en la cabeza, y un pulso dudoso para desconcertar al contrario.
Llego a un claro. La luna observa la escena después de su baño. Un tipo rubio de aspecto extraño, con una camisa blanca impoluta, de niño bien, y esos calcetines a media pierna que tanta náusea me provocan, espera retándome con su mirada y la espada ya en alto, haciéndola girar como un molinillo.
Entonces me fijo en esos zapatos que pese a estar borrosos se parecen a los míos, y tiro a un lado mi garrafa de grog y le digo tras su absurda presentación:
¡Llevarás mi espada como si fueras un pincho moruno! Mi lengua es más hábil que cualquier espada.
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