Muy a pesar de los principios con los que me propuse escribir sobre canciones que me entusiasman, hoy vamos a enlazar un vídeo. Primero, porque desgraciadamente no encuentro un enlace legal de streaming que permita centrar nuestra atención en la canción (que a fin de cuentas, es lo que importa); y en segundo lugar, porque dejar a un lado el sobresaliente trabajo del ilustrador de Glasgow Lesley Barnes para la realización del clip sería terriblemente injusto: así de bonito es el vídeo, euforizante y colorido como sólo puede serlo una remezcla firmada por ese mago del dance-pop llamado Richard X. Que es justamente de lo que trata este post.
Empezaremos por el principio: “Write About Love” es, con todo el permiso de los detractores de “Fold Your Hands…“, el peor disco en la brillante trayectoria de Belle & Sebastian. Tenía que decirlo, ahora que parece que el grupo está a punto de lanzar un nuevo disco, y las esperanzas reverdecen -quizá no con el brío de antes, pero sí con el vigor que corresponde a una banda que tiene más que acreditada su valía- conforme van llegando las noticias en torno a “Girls in Peacetime Want to Dance“. Dice Suart Murdoch (lo he leído hoy en el Indiespot) que estará salpicado por lo que últimamente han estado escuchando, “techno vintage de Detroit, y Giorgio Moroder”, y yo todavía no sé si ponerme a llorar, o caer de rodillas dando gracias a Dios. Apoya la primera opción el hecho incontestable de que los seguidores más acérrimos de los de Glasgow nos hubiéramos conformado con que el grupo siguiera facturando ese pop titubeante pero magistral de sus tres primeros discos, sin quitar mérito alguno a lo que firmaron después: lo que venía a formularse con un lacónico “sí, pero ya no es lo mismo”. Por contra, la segunda posibilidad se basa en el hecho igualmente contrastado de que cuando Belle & Sebastian se salen del tiesto, el resultado suele ser bastante digno: nadie hubiéramos dado un duro por su incursión en el glam-rock, y ahí están “The Blues Are Still Blue” (cada día me gusta más) o “White Collar Boy” para demostrarnos que a los chicos modositos de “Tigermilk” no les quedaba tan mal el maquillaje. La muy anterior “Sleep The Clock Around” no sólo se acercaba a un terreno (casi kraut) poco transitado por el grupo, sino que era -a ver quién se atreve a contradecirlo- una de las mejores canciones firmadas por la banda hasta la fecha; y la magistral “Dirty Dream Number Two” quizás hoy en día no nos resulte tan extraña en la discografía del grupo, pero nunca antes de ese tema Murdoch y los suyos habían dejado ver, de forma tan palpable, sus querencias por el northern soul (sí que lo habían hecho con el soul pasado por el filtro de Phil Spector en la sorprendente “Lazy Line Painter Jane“). A lo que voy es que tratándose de un grupo tan solvente, al menos deberíamos de darles el crédito que se merecen, y no perder de vista que incluso firmando discos flojos (y “Write About Love” lo era) aún son capaces de entregar en ellos canciones de una calidad pasmosa (y “I Want The World To Stop” fue una de las mejores cosas que escucharon estos oídos en 2010): que nadie pueda decir luego, parafraseando al grupo, aquello de “I Didn´t See It Coming“.
Vamos por tanto a olvidarnos de todo lo malo (no voy a cebarme con “Read The Blessed Pages“, quizás la canción más horripilante que jamás les haya escuchado) y a centrarnos en la pista que abría aquel octavo disco: efectivamente se llamaba “I Didn´t See It Coming“, y mostraba al grupo en un resultón número de suma y sigue que hacía honor a su nombre, añadiendo intrumentos y arreglos hasta que finalmente desembocaba en una explosión de pop azucarado.
El caso es que aquella canción no dejaba de cumplir con solvencia el difícil trámite de abrir el álbum, pero no me llamaba especialmente la atención. No estaba mal, desde luego, pero sí que quedaba lejos de las ya legendarias cimas del grupo. Por eso me gustó mucho redescubrirla con la fabulosa remezcla de Richard X, publicada meses más tarde, y recuperada finalmente en la publicación del segundo recopilatorio de caras-b de los escoceses, de título “The Third Eye Centre“: el afamado productor británico sacaba oro del tema original, llevándolo a su terreno (una pista de baile cubierta de confetti) con la simple adición de unas bases, y daba sentido a una práctica, la de las remezclas, que suele despertar en mí más bien poco entusiasmo. El resultado suena sorprendemente cerca de Saint Etienne y sí, de acuerdo, como remezcla quizás como no es la mitad de excitante que aquella otra maravilla que en su día hicieron The Avalanches con “I’m a Cuckoo“, pero cumple de sobra su cometido: que al escucharla no podamos evitar ponernos a bailar mientras con una sonrisa estúpida berreamos aquello (tan inherente al pop, y tan simple) de “Make me dance, I want to surrender”.