“Feliz aquel que huye de su madre” decía José Lesama Lima, según el poeta cubano era eso, la huida o el incesto, el gran totem materno no preveía otros caminos; y eso (escapar de su madre) es lo que querría Hubert Minel, el protagonista de Yo maté a mi madre, la ópera prima del canadiense Xavier Dolan. Tiene la ira, la intolerancia, la susceptibilidad en carne viva que piden todas las grandes evasiones pero no la edad ni los medios.Hubert tiene dieciséis años, como todo adolescente está sentenciado (al menos durante un tiempo) a vivir en la órbita de una madre que lo es todo: lo mejor y lo peor, la lealtad incondicional y la traición, el objeto de amor sublime y el blanco de un odio absoluto.Premiada en la quincena de realizadores del Festival de Cannes de 2009 Yo maté a mi madre es la crónica de esa convivencia agotadora, minada de recelos, chicanas y raptos de histerias casi conyugales. Gay todavía en el closet, con un talento innato para escribir y pintar, Hubert es un atormentado, una versión a la Raimbault de ese Jean Dean cuya versión decora las paredes de su cuarto. Su madre, es una mujer seca, endurecida por la soledad, lleva años divorciada de un ex marido prácticamente borrado y su única pasión son los estampados animales.Yo maté a mi madre hace pensar en otra oda radical que el cine dedicó a una madre Tarnation de Jonathan Caoette, las dos, cada una a su escala, son películas autosuficientes y claustrofóbicas. Caoette hizo la suya montando pedazos de su archivo familiar; Dolan (en un rapto de joven megalomanía) dirigió, escribió, produjo y protagonizó la suya. Dos películas de hijos, de hijos inspirados y narcisistas que persiguen a sus madres con la pregunta que ellas jamás podrán contestar: ¿por qué estás en el origen de todo? Presentación realizada por Alan Pauls el 21 de septiembre de 2011en el ciclo All about my family Primer Plano I.Sat. Transcripción del siguiente enlace audiovisual: https://vimeo.com/28932883