No podía haber una mejor manera de acercarnos al fin del año (un paso más cerca del fin del mundo, diríamos algunos) que invocando la presencia de los buenos viejos vicios. Y, de paso, como para hacer notar que ellos, y aún uno como el tabaco, tienen genios del tamaño de un Bertrand Russell a su favor. Dicho sea de paso, que Russell fue uno de esos grandes nombres que nos hicieron notar que en filosofía la presición y la buena argumentación no tienen por qué echar de menos el sentido del humor. (A los encargados de las políticas de no fumar en los aviones, escuchen bien la historia que cuenta Russell, a ver si así salvamos unas cuantas vidas más).