Ícaro. Deon Meyer

Publicado el 11 octubre 2017 por Revista PrÓtesis @RevistaPROTESIS
 Sociología de los blancos sudafricanos, mitología que rodea el rugby
En las dunas de un suburbio de Ciudad del Cabo aparece el cadáver del joven empresario Ernst Richter, desaparecido algunas semanas antes. Las singulares características de la empresa de Richter –una empresa informática que proporcionaba coartadas físicas y documentales a adúlteros- y la notoriedad social del asesinado, hace que la comandante Mbali Kaleni, jefa de la Unidad de Delitos Graves y Violentos de la Dirección de Investigaciones Criminales Prioritarias (DICP, más conocida como los Halcones), encargue esta investigación a los detectives Vaughn Cupido y Benny Griessel. 
En paralelo, y aparentemente como otra línea argumental, se nos ofrece el relato que, ante la Abogada Susan Peires, realiza el viticultor y bodeguero sudafricano François du Toit. A través de esta narración conoceremos las peripecias familiares y profesionales de este hombre, lo que permitirá al autor hablarnos de una apasionante historia familiar, de las circunstancias de la viticultura sudafricana, y también mostrarnos ciertos aspectos de la sociología de los blancos sudafricanos, como es la mitología que rodea la práctica del rugby. Pero lo más significativo es que el relato de François du Toit acabará traduciéndose en la confesión de un delito.

los índices de violencia más altos del mundoLas dos historias se van alternando, aparentemente sin ninguna conexión hasta el final de la novela, donde se insertarán brillantemente en un final sorpresivo y original.

Inicialmente, el lector puede sentirse desconcertado por la fórmula narrativa de conjugar dos propuestas literarias tan distintas: una, llena de movimiento y personajes variadísimos, con un continuo de ansiedad y desespero; otra, una situación aparentemente mucho más plácida, consistente en una conversación entre una abogada y un cliente, en la que, eso sí, se nos va a relatar la dramática historia del protagonista y los horrores familiares y sociales por los que ha pasado. 
Pero, superado rápidamente ese breve desconcierto, tanto la alternancia de tensión en las historias, como el gran interés que provoca la narración del viticultor, crean una música muy peculiar durante la lectura de esta novela, que además finaliza con una brillante fusión de los dos hilos argumentales.
Las pesquisas sobre la muerte del empresario Ernst Richter, nos lanzan de hoz y coz sobre el cruel presente de Sudáfrica, que tras más de veinte años liberada del apartheid, ha resultado en una sociedad tremendamente dura –con los índices de violencia más altos del mundo-, y donde el conflicto blancos-no blancos ha pasado al de ricos-pobres. De esta forma se nos muestra también el mundo de las nuevas empresas tecnológicas, que no son tan brillantes como parecen, ni sus gestores tan correctos, concienciados y respetuosos como se presentan. 
La investigación de los detectives nos llevará de las más ricas mansiones de la aristocracia afrikáner a los poblados más pobres, donde la miseria, el hambre y el SIDA campan por sus respetos, sin que haya visos de cambio en el horizonte.
La segunda línea argumental se centra en la historia de una importante familia sudafricana, de la mano de cuyos integrantes veremos los cambios que se han ido sucediendo a lo largo de los últimos cincuenta años de la historia de un país marcado por la brutalidad del apartheid, y de cómo esa violencia empapa la vida familiar de muchos de sus protagonistas.
La novela también da noticia de las vidas particulares de los policías que intervienen en la misma. De esa forma conocemos las vicisitudes amorosas del mestizo Vaughn Cupido y la pugna que entabla con los demonios del alcoholismo Benny Griessel, con resultados desiguales. El peso de esta historia del alcoholismo del protagonista quizá lastra algo la novela pues, no sé si pretendiendo dar un rasgo de carácter al protagonista, lo único que logra es una sarta de aburridas escenas. Este no es un hecho aislado en bastantes novelas policíacas, sobre todo anglosajonas, como las de John Rebus, de Ian Rankin, las del doctor Quirke, de Benjamin Black, o el Harry Hole de Jo Nesbo; pero, al igual que pasa con los gravemente depresivos investigadores nórdicos, lo único que logra tanta descripción de los problemas del protagonista es que el lector pierda la empatía hacía él, hastiándose de tanta triste historia. Y no es que en la novela negra no se haya bebido, y mucho; pero Marlowe, que se tomaba sus buenos gimlets, o el alcohólico Scudder de Block, no daban tanto la murga con el tema.
Pese a la anterior crítica, este es un libro lleno de fuerza, de buenas y densas historias, que es capaz de saltar de lo íntimo a una dolorosa y lúcida mirada sobre la realidad. Imaginamos que son los brutales sucesos que han marcado la historia sudafricana los que crean el campo de cultivo de una novelística que, desde las canónicas novelas de James McClure ha ido evolucionando hasta llegar a la estupenda obra de autores como Malla Nunn, Caryl Ferey o Roger Smith. Sin olvidar otras novelas de Meyer protagonizadas tanto por Thobela Mpayipheli como por el mismo detective Benny Griessel, protagonista de la que ahora reseñamos.
Un detalle que les recomendamos es que no se pierdan la riqueza del lenguaje que se usa, pues sobre lo que imaginamos un inglés cotidiano, aparecen términos en afrikáans, mezclado con las diversas lenguas autóctonas, creando una miscelánea fantástica; pues parece ser que no sólo hay una dura interrelación entre las diversas poblaciones y sus variadas coloraciones, también la hay entre sus diversas lenguas y sus lugares de encuentro y disputa. En resultas una novela que ha sido de apasionante lectura, gustosa de reseñar y fácil de proponer.
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José María Sánchez Pardo