Hablar del cine de Takashi Miike es complejo, ya sea por la cantidad de películas que ha dirigido, que se cuentan por más de sesenta, como por la distintas ramas, incluidas el teatro y series de televisión, por donde se ha movido este tiburón japonés a lo largo más de 20 años desde su debut como director en 1991 con la comedia directa a video ‘Eyecatch Junction’ (Topuu! Minipato Tai). A pesar de la densidad de obras en número que realiza cada año, la gran mayoría gozan de una calidad palpable. Estudió en la Academia de Artes Visuales de Yokohama, bajo la tutela de Shohei Imamura, ganador de dos Palmas de Oro por ‘La balada de Narayama’ (Narayama Bushiko, 1983) y ‘La Anguila’ (Unagi, 1997), conocido a su vez por ‘La Lluvia Negra’ (Kurio Ame, 1989), donde aparece el propio Miike en un pequeño papel.
Calavera, camaleónico, ecléctico, arriesgado, salvaje, experimental, explícito, atípico, cómico, estos son algunos de los adjetivos que se podrían usar para caracterizar su temple a la hora de llevar sus historias a la gran pantalla. Su cinta ‘Shinjuku Triad Society’ (Shinjuku kuroshakai: Chaina mafia sensô, 1995) rodada con muy poco presupuesto, libre de formas y en 16 mm, fue quizás su salto al despliegue de producciones más elevadas que permitieron su real apogeo. En ella se presentaban ya temas presentes anteriormente como los yakuzas, añadiendo la inmigración y las operaciones de la mafia china en territorio nipón, éxito que lo llevo a iniciar su ‘Trilogía de la Sociedad Negra’. Seguirían, aparte de muchas otras, la ácida ‘Fudoh: The New Generations’ (Gokudo Sengokushi: Fado, 1996), llena de un tétrico humor negro, aportando su propia visión de la familia y sus alianzas, la misteriosa ‘The Bird People in China’ (Chugoku No Chojin, 1998) sobre un pueblo chino donde la gente es sumamente especial y libre, la descerebrada y frenética ‘Dead or Alive’ (Dead or Alive: Hanzaisha, 1999) que también abriría una trilogía, seguida de quizás su más popular e internacional cinta ‘Audition’ (Ôdishon, 2000) mezclando la más pausada fórmula del thriller con el gore más demencial acompañado del buen uso de la acupuntura (con la inclusión del siempre remarcable cine dentro del cine) y la ruptura con toda realidad y reglas con ‘Visitor Q’ (Bizita Q, 2000).
Es en este punto donde aparece ‘Ichi the Killer’ (Koroshiya 1, 2001), adaptación del manga homónimo de 10 volúmenes de Hideo Yamamoto, también autor del sobresaliente manga aun sin terminar ‘Homunculus’ (2003). Y es que el bueno de Miike casi siempre toma guiones ajenos llevando la historia a su terreno, en este caso el screenplay de Sakichi Satô, segundo trabajo como guionista, que aparece en la película en un pequeño cameo, interpretando al hombre que pega patadas a la salida de un restaurante al temible y psicótico Ichi (que significa uno en japonés). Presentada internacionalmente en festivales de medio mundo, el director logró aupar aun más su popularidad. Con una extravagante y mordaz banda sonora del grupo japonés Boredoms, que habían obtenido popularidad con su album ‘Super æ’ (1998), el inicio arranca fugazmente llevándonos por medio de una cámara frenética por las calles del centro de Tokio, donde se mueven los engranajes de una bicicleta y entre las que vuela un cuervo, hasta el lugar donde los yakuzas de la familia Anjo hacen de las suyas. Fuera, un misterioso chico llegado en bici observa una paliza y la posterior violación de una putilla a manos de su chulo en su apartamento, lo que provoca al chaval, posteriormente sabremos que es Ichi, eyacular sobre una de las plantas del balcón. El título aparece ahí, emergiendo del esperma. Casi nada.
Aunque hay algo que perturba la irónica normalidad de los mafiosos de Anjo: la desaparición de su jefe. Es aquí realmente donde la narración de la historia se segrega en dos: la de Ichi (interpretado por un Nao Ohmori bastante convincente) y sus brutales asesinatos, y la de Kakihara (un excepcional Tadanobu Asano, actor fetiche del cachondo director también japonés Sogo Ishii, que eclipsa al resto del reparto), el segundo de los yakuzas de Anjo y discípulo sadomasoquista del jefe desaparecido, que busca al culpable y que realizará las torturas que sean necesarias (o no) a quien se cruce en su camino. Llena de humor negro, hay varias convenciones del género que se ven cuestionadas intencionadamente por Miike personificadas en Kakihara como es la relación homoerótica entre él y su jefe, su extrema violencia a la hora de causarse a sí mismo y a los demas las mas horripilantes torturas, así como su frenética busqueda de Ichi al final de la película como un instinto sexual irrefrenable y autodestructivo. ‘Ichi the Killer’ tiene muchísimas escenas extremas, a parte de los festines de sangre y tripas que hace las delicias para los seguidores del gore. Un yakuza suspendido en el aire a base de ganchos, aceite hirviendo recorriendo su piel y la lengua de Kakihara, su fuente de placer, cortada por haber torturado al hombre equivocado. Ichi en uno de sus arranques partiendo al chulo por la mitad con las cuchillas de los talones de sus botas, haciendo lo propio con el cuello de la prostituta y escenas de la casa donde Jijii (interpretado por Shinya Tsukamoto, qué casualidad, el director de la mítica película cyberpunk ‘Tetsuo’) maneja a Ichi con hipnosis para que cometa las carnicerías de yakuzas. Estas son algunas de las escenas paralelas, a la par que similares en esencia, que encontramos en las dos partes. Y con menos importancia está Kaneko (un correcto Hiroyuki Tanaka), un policía que perdió su puesto por extraviar su pistola, que trabaja como matón para los Anjo, anhelando venganza por el hombre que lo salvó de perderlo todo, el jefe asesinado.