Muchas veces, casi siempre, los músicos empiezan tocando versiones de aquellos que más potentemente les influyen, luego las alternan con las propias hasta que llega un momento en que sólo graban e interpretan cosecha propia. Existen muchas variaciones, claro, pero esa es la fórmula más utilizada. Por eso no son tantos los grandes del rock que, sin escribir prácticamente nada, se han instalado en el Olimpo del género sin desmerecer a los que, además de entonar con gusto, también atesoran el mérito creativo.
Tal vez las voces más reconocibles y exitosas que no aportaron ni letra ni música sean las de Elvis, Tina Turner, Joe Cocker y Art Garfunkel, cantantes que siempre fueron conocidos por su nombre, no como integrantes de…, salvo el pequeño matiz del último. Son cuatro texturas vocales muy diferentes, cuatro estilos de afrontar la melodía, cuatro personalidades con más o menos carácter.
Tina Turner es todo fuerza y pasión. Su complexión vocal sugiere drama, tragedia incluso, a veces transmite rabia y otras, las menos, más calma. Y ese porte vigoroso, descarado, casi insolente…, todo en ella es perfecto para el blues y el rythm, sobre todo en vivo. Acreditada como coautora junto a su marido (el indeseable Ike Turner) en cuatro o cinco temas, y sólo aparece como compositora en uno a lo largo de su extensísima trayectoria. No, lo suyo nunca fue escribir, su virtud consistía en arrollar al público, abrumarlo con ímpetu incontenible, con una personalidad inimitable. Magnetismo animal, dijo algún crítico.
Garfunkel tenía (tiene) una voz de cristal, delicada, casi etérea, y por tanto, apropiada casi exclusivamente para lentas y medios tiempos: aquí lucía como muy pocos; pero por otro lado, nadie puede imaginarse al alto del dúo cantando a toda velocidad con tono y actitud desafiante. Como es sabido, el otro, el pequeño, Simón (sic), se encargaba de la parte creativa, por lo que el bueno de Art siempre fue algo así como el apellido de aquel, es decir, sus grandes méritos están asociados irremediablemente a los álbumes en pareja. Aunque en uno de sus últimos discos sí que apareció en los créditos como coautor en varios temas (junto a otros tres o cuatro), nunca ideó o participó en la concepción de ninguna pieza relevante o recordable. Planta hierática, estática, manos atrás y expresión casi mística, estas fueron sus señas de identidad en escena. En consecuencia, será recordado como un magnífico vocalista, como un imprescindible de una época y un subgénero, aunque de limitado registro y con poco carácter.
Ninguno de los cuatro era diestro con guitarra, piano o cualquier instrumento, y tal vez fuera esta la causa de su imposibilidad para idear títulos para el recuerdo (hay que recordar que otros solistas que no tocan sí que firman canciones). Esa carencia, sin embargo, no les desacredita para ocupar un puesto entre los nombres icónicos de la música rock.
CARLOS DEL RIEGO